Hace ya un tiempo le comenté al amigo Sergio Fidalgo que no escribiría sobre el llamado “procés” de Cataluña, ya que consideraba que como aquelarre político ya había finalizado, bastaba ver la falta de financiación y soporte de aquellos lobbies internacionales, la huída teatral del Puigdemont y la entronización de un presidente en “playback”, como Torra, para ver el fracaso de la cosa.
Otro triste Episodio Nacional galdosiano en la Historia de España. Mención aparte es el desgarro social y económico para los catalanes, que durará más de una generación. Como colofón a esa voluntad publiqué “Días de Otoño”, un libro dónde compendiaba artículos históricos, y otros más breves, en pleno “calentón”, acerca de esos días de 2017. Lo presenté en mayo del pasado año, en la libreria Alibri, rodeado de dirigentes de izquierdas, de la política y del sindicalismo, también de amigos y família (aún queda stock en Amazon, por si se animan).
Sin embargo, en esos coleteos terminales, lo trágico se convierte en cómico, o en astracanada: es lo que sentimos algunos cuando vimos a los dos presidentes lastimeros, el tándem Torra & Puigdemont, la extraña pareja frente a la tumba de Antonio Machado. No se qué hacían, la verdad. Tal vez intentando impregnarse del republicanismo de verdad, ellos que son un pobre remedo de “yihadismo” carlista.
Cierto es que la imagen estuvo entre la pose fotográfica y el insulto; pero al menos sirvió para acordarnos de esos republicanos valientes y derrotados por el peor rostro de su país, exiliados en su orgullo. Exiliados de verdad.
Por eso, es hoy un buen día para recordar al republicanismo español, el auténtico, no el azuzado por algunos magnates mediáticos. Hace pocos días celebrabamos los 76 años de la liberación de Paris, sobretodo el papel de esos 150 compatriotas de la 9ª Compañía de la División LeClerc. Hombres como el extremeño Gutierrez, que pateó la puerta de Von Choltitz, general del Alto Estado Mayor nazi; del castellonense Granell, el mando de las tanquetas de vanguardia; al asturiano García y al sevillano Arcas que bloquearon en la batalla de “La Madeleine” a 1.700 soldados de la Wehrmacht, provocando el suicidio de su General, Konrad Nietzsche (posiblemente emparentado con el autor del Zaratustra, aunque no llegó a Superhombre); también a Pujadas, natural de Blanes, al que De Gaulle condecoró, recomendándole después que se marchara a su hogar (gran libro el de Evelyn Mesquida, “Y ahora volved a casa”).
Momentos para evocar ese republicanismo de sentido y honor, algunos de esos luchadores tras ver arder su país, vivieron su utopia social en otros lugares: la laicidad, la libertad, la igualdad, la educación estatal. Más tarde, mayoritariamente, asistieron con entusiasmo a la reconciliación que supuso la Transición (1976-1986) y el avance que representaba la Constitución de 1978. Esos auténticos repúblicanos se sintieron orgullosos de una España de libertad y respeto. Eso manifestaban muchos de ellos, algunos luchadores comunistas, prisioneros en Buchenwald, como Jorge Semprún; también me lo transmitieron soldados de la Quinta del Biberón como mi tio Lorenzo Rojano Reinoso, convertido con los años en un jubilado a quién llamaban Laurent.
Rememorar y también seguir actuando, en honor a ellos, ya que es una exigencia profundizar en la parte más social de esa Constitución de 1978; desplegar el articulado que habla de garantizar el trabajo, la vivienda, la sanidad y la educación pública. Tristemente temas a reivindicar aún, frente a tanto espejismo identitario y nacionalero.
Esas son las urgencias en un país en plena crisis, no los falsos debates “republicanos” que padecemos, provocados por los de siempre: populismos de famoseo, postureos de caciques autonómicos y chanchulleros. Pero nunca hay un debate profundo sobre la estructura del Estado, ni de los posibles modelos de República y sus garantías sociales y ciudadanas, sino oscuros intereses económicos de grupos Mass-Media. Todo ello entre virus y calores, sufriendo vergüenza ajena y propia ante el Rey emérito, que ha convertido su legado histórico, su lienzo brillante y democratizador, en una penosa pintura negra, pasto de paparazzis, un culebrón de finanzas extrañas y actividad sísmica de bragueta (todo presuntamente, por supuesto).
Apelaba al recuerdo, en este particular fin de verano pandémico, también a un futuro dónde las izquierdas se conozcan y reconozcan entre sí, que les sume el progreso y la cohesión social, dónde, quiero creer, nadie se esconda tras banderas desamparadas y delirantes “repúblicas plurinacionales”. Somos nietos (y biznietos) de esos republicanos honestos, reminiscencias de Machado, que fueron crucificados, pero que también andaron sobre la mar.
Nicolás Cortés Rojano
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