Perú está en vilo esperando los resultados definitivos de las últimas elecciones celebradas en el país andino. Castillo o Fujimori son las opciones que tienen sus ciudadanos. Pero, tristemente, y a pesar de sus diferencias, no nos podemos engañar. Son dos caras de una misma moneda: la del populismo.
La agitación social frente a los que piensan diferente son denominadores comunes de aquellos que utilizan el populismo como arma para gobernar cualquier Estado. Poco importan las políticas reales, aquellas que afectan directamente a los ciudadanos, o las soluciones efectivas para mejorar la sociedad. Para el populismo lo primordial es llegar al poder sea como sea y conseguir perpetrar su telaraña de corrupción y clientelismo el máximo tiempo posible.
Lastimosamente, Perú no es la excepción de esa remesa de líderes egocéntricos y fijados en asaltar el poder a cualquier precio. En España tenemos un buen ejemplo de ello. Estamos cansados de ver promesas electorales que luego se cambian por un puñado de votos en las cámaras parlamentarias.
Estamos cansados de ver políticos de un lado y de otro cambiar de parecer en sus declaraciones públicas con el único objetivo de conseguir el poder. Acuerdos firmados que se rompen por cálculos electorales o promesas incumplidas que ya nacieron inviables, sin atisbo de poder ser ejecutadas.
Cuando uno ejerce un cargo público debería tener presente la responsabilidad de sus actos y las consecuencias que estos tienen en el conjunto de la población. Esa responsabilidad que en cada uno de mis días ejerciendo como representante de los ciudadanos tenía presente es la que debemos exigir y fiscalizar con los diferentes gobernantes que tenemos. Más allá de si estamos o no de acuerdo con las políticas llevadas a cabo, tenemos la obligación de pedir que la honestidad y el servicio público sean las bases de cualquier persona que quiera ejercer estas funciones de gestión en la esfera pública.
La política debe ser entendida como una acción necesaria para mejorar la vida de los ciudadanos y no la de mejorar la situación estratégica de un partido político concreto o favorecer, a cualquier precio, mantenerse en el poder. Y si no es así tenemos la obligación moral de intentar cambiar las cosas con la mejor herramienta que nos da la democracia: el voto.
Son momentos complicados los que vivimos con una pandemia que no entiende ni de ideología, ni de fronteras. Por eso, hoy más que nunca, debemos ser firmes y críticos frente a aquellos que utilizan la política y el populismo para seguir creando intereses que poco tienen que ver con la realidad de la sociedad.
El verdadero poder está en manos de todos y cada uno de nosotros pero debemos aprender a ser críticos con aquellos a quienes un día quisimos darles nuestra confianza y no han sabido estar a la altura. Cambiar esta dinámica populista tan alarmante y dañina es posible: como todo en democracia, solo tiene que ser la voluntad mayoritaria de la sociedad.
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí).
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.