La tónica de los cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en el Congreso sigue marcada por el tono de altanería que el presidente del Gobierno emplea de forma recurrente. El «ánimo, Alberto» que el presidente del Gobierno le espetó al líder de la oposición al saber que tendría que ir al Senado ante la ‘comisión Koldo’ es una nueva muestra de chulería política.
Esta actitud, más allá del debate político, busca imponer una presunta superioridad moral frente al líder de la oposición. Es una estrategia clara del PSOE para desarmar al Partido Popular (PP) y desviar el foco de las críticas a su gestión y de los numerosos casos de corrupción que acechan al Gobierno, al partido y a la familia de Pedro Sánchez.
Sánchez utiliza con frecuencia un lenguaje que minimiza la labor de Feijóo, presentándole como un político sin visión o incapaz de ganar. En el último semestre, este tono se ha acentuado, particularmente al vincular al PP con la corrupción y la ultraderecha, intentando erosionar su credibilidad. No es un debate de ideas, sino un intento constante de descalificación del rival.
El presidente socialista no duda en recordar al PP su pasado para justificar su propia acción de gobierno. Por ejemplo, ha reprochado que el PP no haya cambiado la «cultura» de corrupción que, según él, motivó la moción de censura. Con esta retórica, se coloca por encima, como el político «limpio» frente a un partido supuestamente incapaz de la regeneración. Y esto lo dice con un secretario de organización del PSOE – Santos Cerdán – en la cárcel y otro – José Luis Ábalos – acechado por la sospecha de la corrupción.
La respuesta de Sánchez a las preguntas de control es también un ejemplo de esta actitud. En lugar de limitarse a responder, el presidente suele emplear su tiempo en contraatacar y desviar la atención hacia los problemas internos o los escándalos del PP. Las fuentes señalan que, en ocasiones, el PP se queja de que el tono del Ejecutivo es utilizado para evitar dar explicaciones claras.
Un caso paradigmático ha sido la acusación directa de «falta de humanidad» a Feijóo en medio de debates sensibles. Al lanzar reproches de este calibre, Sánchez traslada el enfrentamiento del plano político al personal, buscando generar una imagen negativa e irredimible del líder popular. Es una táctica que busca el impacto mediático inmediato.
El Ejecutivo socialista ha intensificado también la crítica a las alianzas del PP, pidiendo a Feijóo que rompa con Vox, tachándoles de «ultraderecha», a pesar de que esta formación respeta el sistema constitucional. Esta exigencia constante Sánchez cree que le sirve para posicionarse como el baluarte de la moderación y la defensa de la democracia, tildando al PP de arrogante cuantas más veces lo ve pactar con el partido de Santiago Abascal. Mientras, no da explicaciones de sus pactos con Bildu – formación que ampara a los presos de la banda terrorista ETA, con ex etarras en su dirección -. O con partidos golpistas, como ERC o Junts.
Feijóo, por su parte, se ha visto obligado a responder a menudo con la hemeroteca para confrontar la presunta superioridad de Sánchez, recordándole sus contradicciones, especialmente en temas como la amnistía o los pactos con el independentismo. El líder del PP intenta demostrar que la altanería del presidente oculta su falta de coherencia.
En última instancia, la altanería de Pedro Sánchez en el Congreso se consolida como una herramienta de supervivencia política. Es un tono agresivo, generoso en engañar y mentir según denuncian los populares, que prioriza el choque emocional y la descalificación frente a la exposición de un modelo de país. El PSOE convierte cada debate en una trinchera que divide a los españoles para seguir un día más al frente del Gobierno.
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