Canta Julio Iglesias en su Canción Vida (Disco Noche de Cuatro Lunas, Sony, 2000) que “quien sepa más de todo, que lo enseñe a los demás”. Alberto Núñez Feijoo ha hablado en Barcelona sobre las comunidades autónomas como parte indiscutible del Estado y que hay naciones históricas (Galicia, País Vasco y Cataluña), lo que debemos entender en el clásico constitucional de que hay nacionalidades dentro de España y que, por lo tanto, esto justificaría la existencia de independentistas o lo que es lo mismo, personas que quieran ser nación histórica en solitario, alegando al clásico de las rupturas de pareja, “no eres tú, soy yo”.
El nacionalismo irremediablemente se conduce en los últimos tiempos como una estancia, como el verdadero fantasma de la cultura occidental en el que suelen vivir y convivir populistas de diverso género siempre buscando el atajo para justificar su, en ocasiones, insultante mediocridad argumental. Los amigos del término dos Españas, dos cataluñas o dos Euskadi, siempre esconden un deseo uterino, egoísta y refractario: sólo quieren la existencia de la suya; no hay otra posibilidad. Les confieso, avezados lectores, que, en mi opinión, sí existen esa mencionada dualidad, pero que esta no gravita sobre un fenómeno identitario sino sobre otro mucho más elocuente, vibrante y necesario: de un lado, la de los que respetan y cumplen la ley y, frente a ellos, los que la detestan, mancillan y buscan su colapso. Son fantasmas, heraldos fúnebres de lo peor de la condición humana que en sus propuestas morales narran fantasmagorías revisionistas de sus propios sueños húmedos.
En los últimos días, el “no eres tú, soy yo” se ha expresado de forma recurrente en las palabras que los líderes separatistas han insinuado respecto a la cuestión del supuesto espionaje a determinadas personas. Desde una llamativa superioridad moral, asumida de manera inopinada por algunos como veraz, llamados por intereses estrictamente espurios, han conseguido indicar que ellos (los separatistas), de su simplismo ontológico, no pueden mantener la relación con el gobierno del señor Sánchez si éste, continúa “espiando”.
Una vez más, los representantes de ERC, BILDU, UP han hecho causa común en la defensa de lo que ellos pretenden “llamar verdadera libertad política”. Su única argumentación probatoria se basa en un deseo irreconciliable con la verdad, de ser “libres”. Para ello, no tienen remilgos en buscar, mediante una impostada actuación, una colisión con el gobierno. Pretenden, o dicen pretender que la relación sea legítima, legal y que ellos tienen una verdad incondicional. Sin embargo, sus deseos más profundos consisten en que España deje de ser. Lo más paradójico de todo ello es la promiscuidad de relaciones en las que viven algunos. El “soy yo” separatista es chusco, feo, insultante casi distópico.
El canon normal de las rupturas incide en que la persona dejada es colmada por parte de su “dejador” de elogios, mistificaciones y adulaciones a fin de aminorar el sufrimiento, sin embargo, el separatista del siglo XXI modifica ese argumento para decir que él es el bueno, el leal, honesto y bello que ha buscado siempre una batalla cultural digna y que España, “la dejada”, siempre ha sido decadente, inquisitorial y secularmente fascista.
Ahora que el PP tienen nuevo líder, que parece saber sobre naciones, pidamos que él, hombre con corbata, les enseñe a los separatistas eso de las naciones históricas y que, “enseñe a los demás” para “que todos sepamos de la vida un poquito más”. Aunque me temo, por experiencia romántica, que los separatistas, con su irrenunciable inquina antiespañola, seguirán instalados en el oportunismo que surge de toda convulsión y su tacticismo simbolizará lo peor de las dos formas de ser español (la destructiva y la disolvente). ¡Hey! que la verdad es moralmente irrenunciable.
Por cierto, ¿se han dado cuenta que algunos los separatistas no llevan corbata?
José Antonio Guillén Berrendero
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