Acabo de leer un artículo del riguroso historiador catalán Jordi Canal, que ofrece una magnífica exposición -pienso que de obligada lectura para los interesados-, sobre cómo la historiografía nacionalista ha utilizado el pasado, manipulado o inventado (lo dijo el gran E. J. Hobsbawn en «la invención de la tradición»), para fundamentar la invención y el imaginario nacionalistas. En Cataluña, como en el País Vasco, la aportación de la Iglesia ha sido determinante. Tengo algunas salvedades que resaltar para hacer justicia a los historiadores catalanes o afincados en las universidades catalanas: Antoni Juglar, Ricardo García Cárcel, Àngel Duarte, Manuel Peña, Ucelay Da Cal, Roberto Fernández, Josep Mª Fradera, Gabriel Tortella, Irene Castells, Eloy Martín Corrales…
Jordi Canal, profesor en l’EHESS de París, nacido Olot, lleva años recordando cosas de lo más obvias que resultan completamente rompedoras en la asfixiante Cataluña nacionalista. Su último análisis lo publica Letras Libres, y se titula Nacionalismo e historia en Cataluña: el triunfo del relato nacional-nacionalista. Destaco cosas como estas:
«El historiador británico Eric J. Hobsbawm afirmó que la historia era “la materia prima de la que se nutren las ideologías nacionalistas, étnicas y fundamentalistas, del mismo modo que las adormideras son el elemento que sirve de base a la adicción a la heroína”. El pasado es imprescindible, insistía el autor, para los nacionalismos; el pasado legitima y, “cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo”. (…) Las reflexiones de Hobsbawm resultan muy pertinentes a la hora de analizar el tratamiento de la historia por parte de los nacionalistas en Cataluña. (…)
En uno de los actos de la conmemoración del Milenario del supuesto nacimiento político de Cataluña, en 1988, (…) Marta Ferrusola, la esposa del entonces presidente de la Generalitat catalana Jordi Pujol, aseguró que “nuestra fe se alimenta con la lectura de los evangelios, nuestro nacionalismo se alimenta con nuestra historia”. (…) “la historia, junto con la lengua, constituyen la base de la definición nacional de Cataluña”. Quizás no sea ninguna casualidad el notable número de historiadores metidos, en los tiempos recientes, a políticos nacionalistas, como Oriol Junqueras, Joaquim Nadal, Santi Vila, Julià de Jòdar, Jaume Sobrequés, Agustí Colomines, Xavier Domènech, Ferran Mascarell o Aurora Madaula. (…) Historia y nacionalismo han mantenido y siguen manteniendo hoy relaciones profundamente viciosas en Cataluña. (…) Sirvan como ejemplo los intentos burdos, indocumentados y ahistóricos de Jordi Bilbeny, Víctor Cucurull, Pep Mayolas, Albert Codines y el Institut Nova Història de catalanizar a Santa Teresa, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Ignacio de Loyola, Leonardo da Vinci, Erasmo de Rotterdam, El Bosco, Miguel de Cervantes y el Quijote. Denuncian un magno e imaginario complot español para apropiarse de la grandeza catalana. La entidad ha recibido jugosas subvenciones y premios de entes nacionalistas y el apoyo público de políticos como Jordi Pujol, Josep Rull, Jordi Puigneró o Josep-Lluís Carod-Rovira. (…)
Los nacionalistas catalanes otorgan una gran importancia a la construcción de un relato del pasado, generador de identidad y sustentador de intereses y proyectos políticos. La historia ha resultado un instrumento fundamental en el proceso de nacionalización de la sociedad. El relato nacional-nacionalista de la historia de Cataluña ha sido en el siglo XX, y continúa siendo en el siglo XXI, hegemónico. (…) desde el neorromanticismo patriótico conservador de Ferran Soldevila al nacional-comunismo romántico de Josep Fontana y Borja de Riquer, sin olvidar a autores como Antoni Rovira i Virgili o Jaume Sobrequés, ni tampoco los precedentes provincialistas o regionalistas de Víctor Balaguer y otros en el siglo XIX. No ha sido menor, en el asentamiento del relato, la contribución de historiadores extranjeros, como el marxista francés Pierre Vilar. (…)
Desde un punto de vista estrictamente histórico, sin embargo, ni Cataluña es una antigua nación, ni el primer gran Estado-nación de Europa, ni fue un Estado –Cataluña, que formaba parte de una agrupación política mayor, la Corona de Aragón, ha apuntado John H. Elliott, no puede ser considerada ni un Estado completo ni soberano–, ni un modelo de democracia en el siglo XVII e inicios de la centuria siguiente, ni la Guerra de Sucesión o la Guerra Civil española fueron guerras contra Cataluña. (…)
El nacionalismo es una construcción y la nación una construcción de los nacionalistas. Antes del siglo XX no existía ninguna nación, en el sentido político contemporáneo (…) llamada Cataluña. Fueron los nacionalistas los que, a partir de finales de la década de 1890, se lanzaron al proyecto de construir una nación y de nacionalizar a los catalanes. Este proceso se hizo contra la nación española (…) La vieja nación catalana es, en fin de cuentas, un mito. (…) Nada tenía que ver, como aseguraba Gaziel, la ‘nació cathalana’ de la que hablaba Ramón Muntaner en el siglo XIV con la ‘nacionalitat catalana’ de Enric Prat de la Riba, ya en el siglo XX. La idea del segundo no era una continuidad de la del primero, sino una radical subversión provocada por la emergencia del nacionalismo. Toda historia nacionalista –o absolutista, o fascista, o federalista– era, simple y llanamente, una historia falsa. (…)
Tres razones me parecen fundamentales a la hora de intentar explicar el cambio de rumbo de la historiografía catalana a principios de la década de 1990. En primer lugar, el éxito del proceso renacionalizador pujolista y su gran interés e inversiones en la historia –entre los asesores de Pujol estaban los historiadores Josep Termes y Josep M. Ainaud de Lasarte– como pilar de un proyecto nacional. (…) La crisis y el hundimiento del marxismo, en segundo lugar, que iba a llevar a muchos historiadores catalanes a abrazar el nacionalismo como fe de sustitución o, simplemente, complementaria. (…) El nacional-comunismo ha florecido en Cataluña. (…) Finalmente, en tercer lugar, la fuerte presión ejercida sobre los historiadores catalanes, consecuencia parcial de los dos elementos anteriores, para que definieran su compromiso nacional, o catalán o español –en la mente de los nacionalistas no existe la posibilidad de pensar o actuar al margen del nacionalismo–, que se vivió en la primera mitad de los años noventa. (…) Algunos historiadores catalanes han asumido, desde finales de la pasada centuria, el papel de señalar y denunciar a los colegas que se apartan de la ortodoxia nacional-nacionalista. (…)
Desde finales del siglo XX, el relato nacional-nacionalista en la historia de Cataluña carece, con escasísimas, aisladas y vilipendiadas excepciones, de alternativa. Todos sus tópicos y mitos son repetidos una vez tras otra en las escuelas y en los libros de texto, en la televisión, en los medios de comunicación públicos o altamente subvencionados, en museos o en las actividades o conmemoraciones organizadas por las instituciones autonómicas. Con el tiempo, el dinero, la repetición y buenas dosis de adoctrinamiento, el relato nacional-nacionalista se ha convertido, como si de un entorno religioso se tratara, en verdad y artículo de fe. (…)
La incapacidad para distinguir entre hacer historia y construir patria ha sumido, en la actualidad, a buena parte de la historiografía catalana, con lógicas excepciones individuales, en un pernicioso e improductivo ensimismamiento. (…)».
El profesor Canal cita por sus nombres a los «historiadores» más activos en la propaganda de la leyenda protonacionalista: Agustí Alcoberro, Francesc Cabana, Joan B. Culla, Emili Junyent, Andreu Mayayo, Borja de Riquer, José Enrique Ruiz-Doménec, Jaume Sobrequés, Josep Maria Solé i Sabaté, Vicent Baydal, Cristian Palomo, Lluís Ferran Toledano, Joan B. Culla, Ferran Soldevila, Josep Fontana, Antoni Rovira i Virgili, Josep Maria Muñoz, Josep Termes, Josep M. Ainaud de Lasarte, o Agustí Colomines.
Y acaba con una frase del historiador lazi de cabecera, el antiguo marxista y ahora nacionalista Josep Fontana, pronunciada con motivo del coloquio “Espanya contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014)”, de 2013, patrocinado por la Generalitat y organizado por Sobrequés: «Les guste o no, la historia es también un arma pacífica al servicio del futuro de nuestro pueblo, del futuro de nuestro país».
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