España vuelve a asistir este 4 de septiembre de 2025 a un nuevo capítulo de caos ferroviario. Un fallo informático masivo en ADIF ha provocado paradas y retrasos generalizados en trenes de alta velocidad con origen y destino Madrid. Pasado el mediodía, los servidores fundamentales colapsaron, dejando estaciones como Atocha y Chamartín sin información visible y a decenas de trenes paralizados o demorados.
Aunque los sistemas de respaldo se activaron, la recuperación ha sido lenta y caótica, afectando directamente a miles de pasajeros. Usuarios denunciaban demoras de varias horas, colas interminables y falta absoluta de información en estaciones. Muchos pasajeros describieron la situación como un “apagón ferroviario” en pleno siglo XXI.
La ironía es que este fallo coincidió con la comparecencia del ministro de Transportes, Óscar Puente, en la Comisión de Transportes y Movilidad Sostenible del Congreso de los Diputados. Mientras defendía su gestión y minimizaba las continuas incidencias, la realidad le desmentía en directo: cientos de trenes detenidos, viajeros atrapados y un sistema informático que se venía abajo.
Su respuesta se limitó a advertir que “habrá más problemas en los próximos dos años” por la convivencia de material nuevo y antiguo, un mensaje que sonó a resignación en lugar de liderazgo. No es la primera vez que el ministro recurre a la misma excusa. Insiste en la antigüedad del parque ferroviario y en que desde 2010 no se estrenaba un tren de alta velocidad, pero la retórica no alivia la indignación de los usuarios ni compensa la falta de soluciones inmediatas.
Los viajeros no entienden que, tras décadas de inversión millonaria en AVE, la fiabilidad del sistema siga siendo tan frágil. Los nuevos Talgo Avril, presentados como el futuro de la alta velocidad, son en realidad un foco constante de problemas. Desde su entrada en servicio en 2024 acumulan fallos de tracción, climatización, comunicaciones y hasta fisuras estructurales.
A ello se suma un panorama generalizado de averías y retrasos. En junio, más del 80% de los trayectos de alta velocidad sufrió algún tipo de incidencia, pese a que solo en 2024 se invirtieron miles de millones en infraestructuras. El problema no es de dinero, sino de mantenimiento, de planificación y de gestión. Robos de cableado, sobrecarga por la liberalización del mercado y falta de personal han convertido al AVE en sinónimo de incertidumbre.
En ciudades como Sevilla, los retrasos ya forman parte de la rutina. Este verano, una avería dejó varados a más de 2.000 pasajeros durante horas, sin asistencia suficiente y con estaciones colapsadas. El turismo, que depende en gran medida de la alta velocidad, comienza a resentirse. Comerciantes y hoteles ya hablan de pérdidas crecientes por la falta de fiabilidad del transporte ferroviario.
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