Los de la Conferencia de Venecia no se han escondido tras las mascaras de carnaval. Le han comunicado con finura a Carles Puigdemont que sus pretensiones no se ajustan a ley, que no vale el viejo truco de apelar donde no se debe para alimentar el gallinero interno y revestirse de supuesta legalidad. Por si ello fuera poco, ahora resulta también que el Tribunal de Cuentas quiere saber el origen y los vericuetos que siguió el dinero que financió la perfomance del 9N.
Un par de chascos considerables ante las narices de un Puigdemont que está dispuesto, a lo largo de los próximos días, a fingir que el “procés” fluye. Dicen que piensa anunciar en breve y con ostentación nacionalista la fecha y la pregunta del evento. Puigdemont acelera, pero lejos de avanzar con seguridad y firmeza sus neumáticos encallan en el barrizal. Su partido se desangra mientras el tres por ciento resucita del brazo de Germà Gordó. El presidente de la Generalitat mueve pieza, convoca cumbres y reuniones, agita sentimientos patrios, pero deviene incapaz de transmitir seguridad. Su línea es tan incierta como opaca.
Hay quien opina que esta milonga del «procés» ha llegado a su fin aunque asistamos -una vez más en nuestra historia- a un esperpento no exento de momentos duros y desagradables. Soy de los que opina que la sangre no llegará al rio a pesar de la tensión. Aquí nadie parece, y los que ahora mandan en la Generalitat aún menos, estar dispuesto a jugar a la ruleta rusa. En todo caso practicarán esa modalidad de ruleta catalana con bala de fogueo que suena fuerte y chamusca, pero que permitirá que el «procés» se alargue sine die en beneficio de sus muñidores.
Decía el historiador británico Arnold J. Toynbee, que la decadencia de las naciones se iniciaba cuando éstas abandonaban la preocupación por los problemas reales de la sociedad, y pasaban a obsesionarse por sus detalles accesorios… Ahí nos tienen entretenidos…
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