Ahora que se acerca el 1 de octubre hay que recordar como el 8 de octubre de 2017 fue la fecha mágica en la que cristalizó la Resistencia al separatismo catalán. Hasta ese momento parecía que la independencia de Cataluña sería cosa de poco tiempo, dado el abrumador dominio que los partidos y entidades secesionistas tenían de la sociedad, las instituciones y los medios de comunicación.
Ese día salimos a la calle más de un millón de personas, con la rojigualda y la senyera en ristre, y emocionamos a toda España y visualizamos en el extranjero que no había una única Cataluña, la independentista, sino dos, y una de ellas dispuesta a luchar para evitar que les convirtieran en extranjeros en su país, y por mantener sus derechos como ciudadanos.
Tras cristalizarse en las dos marchas multitudinarias del 8 y el 29 de octubre que la Cataluña constitucionalista existía, y que era más numerosa que la separatista, llegó la DUI y la prisión preventiva para los políticos secesionistas que habían intentado destruir la democracia A continuación, vino la oleada de lazos amarillos, pancartas de “libertad presos políticos” y la conversión de los golpistas en una especie de santones a los que había que adorar con escapularios, chapas y todo tipo de imaginería con sus rostros.
Fue la segunda parte de su golpe de Estado. Tras fracasar en intentar tomar el poder por las buenas, con la excusa de la solidaridad con los “presos” ocuparon de manera brutal el espacio público. No había rotonda, plaza pública o edificio de una administración controlada por el separatismo que no estuviera bañado en amarillo y con fotografías de los encarcelados por, entonces presuntos, graves delitos.
Les importaba un pito que más de la mitad de los catalanes no pensaran como ellos, el plan era visualizar que ellos controlaban el territorio. Los independentistas se apropiaron de todo, y no admitían réplica. Hasta en los ambulatorios y los hospitales, que deberían ser lugar de reposo y curación, se dedicaron a la agitación y la propaganda. No tuvieron límites, ni vergüenza.
Esta fase de apropiación de lo público llevó a que la Resistencia al separatismo se reconvirtiera. Y miles de ciudadanos libres de nacionalismo se dedicaron, noche tras noche, a eliminar de las calles y de los ayuntamientos los símbolos separatistas que excluían a más de media Cataluña. Hay que aplaudir a todos los valientes que llevan cerca de tres años jugándose el tipo para retirar lazos amarillos y restaurar la neutralidad del espacio público. Han sido perseguidos por alcaldes fanáticos, acosados por Mossos d’Esquadra con vocación de policía política y estigmatizados por unos medios de comunicación ‘comprensivos’ con los radicales independentistas que queman contenedores y agresivos con los que eliminaban la propaganda excluyente de la vía pública.
En estos momentos en que Salvador Illa ha tomado el relevo para continuar con el ‘procés’, con el comportamiento hipócrita de reunirse con el Rey Felipe VI mientras se gobierna con el programa electoral de Esquerra Republicana, la Resistencia al separatismo es más necesaria que nunca para conseguir que Cataluña siga siendo una tierra leal al resto de España. El PSC sigue persiguiendo el castellano, y tenemos que denunciarlo todos los días. Sin desmayo.
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