Las palabras son culpables. Todos los días en el territorio que conforma la Península Ibérica se fabrican categorías nominalistas que definen sentimientos, leyes y formas de vida sin que, aparentemente, nadie se oponga a ello ni perciba el riesgo que conlleva fabricar artefactos sin instrucciones de uso.
Unos días en esa parte de España que es Cataluña sirve para percibir la doble dimensión de la culpa escondida en las palabras expresadas tanto en catalán como en español-castellano. La intolerancia cabalga a lomos de un corcel amarillo que lanza soflamas en todo momento. Discursos sentimentales que deben comprar todos los que se sientan impelidos por la obligación moral que siente el “buen catalán”.
Participar de la “república”, además de la estética y parafernalia, consiste en asumir el lumen que irradia del discurso exclusivo del procés. Justicia y ley moral se dejan de lado ante el dominio de las palabras sobre la situación de los políticos, de ese eufemismo que se usa llamado “Estado” y que no es otra cosa que España. Ésta es la palabra prohibida.
Para algunos, la relación entre España y el mal es algo que no se discute. Para ello se ha formulado una neolengua que usan con fruición los hijos del pedigrí aristocrático de los pensadores del movimiento.
En este constructo político, cultural y sentimental, las personas aluden a un trasunto de la petición de Antígona a Creonte sobre la proclamación de la ley natural que domina todo el proceso que se está viviendo. Lo más interesante de todo ello es que nadie usa el vocablo correcto: DISOLUCIÓN.
No quiero aburrirles con las palabras que conforman el diccionario del “buen catalán” que ahora existe. Esa suerte de libro ficcional que podría titularse “aprenda a ser catalán en 7 días y 100 palabras”, lo que quiero indicar para acabar esta columna es el riesgo que la palabra robada tiene para coadyuvar en el proceso disolvente que estamos viviendo.
Los efectos de la disolución social vinculada a un vocabulario es la paradoja de la razón que no razona. La forma en que el proceso que se vive en Cataluña y en el resto de España están unidos a la palabra disolución, pero deberemos intentar cambiar la derivada para que el principio regulador sea el amplio campo semántico que las palabras ESPAÑA, LIBERTAD y CONSTITUCIÓN poseen para todos.
Heraldo Baldi. Enero 2019.
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