En este país de la miseria, en el que los ciudadanos ya hemos asumido la normalidad de tanta vergüenza insana de la mano de los que lo gobiernan, todo es posible. El arrodillamiento servil al que nos ha acostumbrado este PSOE malo, llevándose por delante los cimientos constitucionales del Estado para el gozo y disfrute de los que pretenden el fin de la nación española, es el modo de llevar a cabo la política en España desde la llegada al poder de Sánchez y su falta de valores.
A diario nos demuestra el sanchismo que son una panda de impresentables. Expertos escurridizos e incapaces de asumir la corrupción e incompetencia que les ahoga y condiciona. Su doctorado en resistencia se convierte en la única escapatoria, estirando los tiempos para seguir manipulando el orden en una España en crisis existencial.
Con las tesis de Montesquieu en colapso, al ver a los jueces a punto de ser sometidos y al “poder” de la comunicación dominado y sumiso, nos aproximamos a toda marcha a esa luz próspera que brinda un ejemplo de libertad y decencia política como la que ve el bochornoso Zapatero en Venezuela.
En esta tesitura, con un Gobierno sin mayoría tras el portazo de los del lacito amarillo que les condena a reptar en el barrizal hasta que el lodo les salga por las narices, se descarta la posibilidad de tirar la toalla y reconocer los errores. El bien de España y los españoles es secundario, lo importante es aguantar y disfrutar del ansiado poder.
Pero, más allá de la demostración diaria de inmoralidad que lastra la credibilidad en el perímetro nacional y europeo, tampoco se privan de hacer el ridículo al otro lado del Atlántico. Esa es la conclusión que puede sacarse tras escuchar al ministro Albares pidiendo perdón por el dolor e injusticia causado por España en Méjico. Una lectura interesada que puede interpretarse como impropia e injustificada, enmarcada en la bajeza moral que acompaña al que mueve los hilos desde la Moncloa.
A tenor de los acontecimientos, y la falta de perspectivas solventes para pensar que esto está ya en su fase terminal, es deprimente pensar que todavía les queda tiempo para seguir contaminando la imagen mundial de nuestro país en el contexto internacional.
Una situación de deterioro que, sin apoyos, sin presupuesto y con la corrupción afectando al poder por todos los frentes –la misma que vinieron a combatir y justificó su llegada-, debería brindar la expectativa cierta de una convocatoria de elecciones que permita opinar a los españoles, sin tener como partícipes decisorios a los amigotes que manejan el trasiego de votos por correo o los que los contabilizan informáticamente.
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