La izquierda española ha puesto en marcha en las últimas semanas una intensa ofensiva de movilización en torno al conflicto de Palestina, en un momento especialmente delicado para el Gobierno de Pedro Sánchez y sus socios de Sumar. Con el PSOE acorralado por los casos de corrupción y las crecientes críticas a su gestión económica y social, la estrategia parece clara: cambiar el foco mediático y volcar la atención pública hacia un conflicto internacional que despierte emociones y diluya las responsabilidades internas del Ejecutivo.
Las manifestaciones que se están organizando en ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia o Sevilla se han convertido en un altavoz para esta maniobra. Bajo la bandera de la solidaridad con el pueblo palestino, miles de personas han salido a la calle en actos promovidos por asociaciones de izquierda, partidos del Gobierno y colectivos afines. Sin embargo, cada vez más voces advierten que esta movilización tiene menos que ver con la defensa de los derechos humanos y más con la necesidad del PSOE y Sumar de desviar la mirada ciudadana de los escándalos económicos – PSOE – y de su seria división interna y de su irrelevancia electoral – Sumar -.
En Barcelona, epicentro del activismo progresista, la reciente manifestación pro Palestina congregó a decenas de miles de personas y contó con la participación visible de dirigentes políticos de Sumar, Podemos y de la izquierda separatista. Las consignas contra Israel se mezclaron con ataques a la oposición y alabanzas veladas al Gobierno, lo que para muchos analistas evidencia el intento de convertir una causa internacional en un arma política interna. La indignación legítima por la guerra en Gaza se está utilizando como cortina de humo para ocultar la corrupción, la crisis económica y la creciente desafección ciudadana hacia el Ejecutivo.
En paralelo, los sindicatos UGT y CCOO —que durante años han permanecido sorprendentemente callados ante la precariedad laboral, la inflación o el deterioro de los servicios públicos— han anunciado una huelga general para el 15 de octubre aprovechando la guerra de Gaza. La coincidencia no parece casual. Estos sindicatos, tradicionalmente vinculados al PSOE y a Sumar, apenas se han movilizado desde que Sánchez llegó al poder. Que ahora convoquen una protesta en “solidaridad con Palestina” ha sido interpretado por muchos como un gesto político destinado a reactivar a la base social de la izquierda y a ofrecer una imagen de fuerza y compromiso, justo cuando la popularidad del Gobierno se desploma.
El cambio de prioridades resulta evidente. Mientras los casos de corrupción, los retrasos en la justicia o los problemas en la sanidad y la vivienda generan indignación ciudadana, el discurso oficial intenta centrar la conversación en la política exterior. El objetivo es claro: desplazar la atención de los errores del Ejecutivo hacia una causa emocional, envolviendo el relato en una narrativa moral que dificulte la crítica. La izquierda sabe que, cuando se debate sobre geopolítica y derechos humanos, el terreno se vuelve más simbólico y menos exigente en términos de resultados concretos.
Pero esta estrategia tiene un riesgo evidente: la ciudadanía española está cada vez más informada y menos dispuesta a dejarse manipular. Muchos ciudadanos perciben ya el uso político del conflicto palestino como una maniobra de distracción y rechazan que se instrumentalice una tragedia internacional para tapar la incompetencia nacional. El hartazgo ante los casos de corrupción, la falta de transparencia y las promesas incumplidas del Gobierno está calando incluso entre votantes tradicionales del PSOE, que ven cómo la izquierda se refugia en causas externas para no rendir cuentas.
Mientras tanto, la oposición observa cómo el Gobierno intenta resistir mediante gestos simbólicos y discursos moralistas, sin ofrecer soluciones reales a los problemas de los españoles. La inflación sigue castigando a las familias, los jóvenes continúan sin poder acceder a una vivienda digna y la deuda pública se dispara. Frente a esa realidad, las pancartas y los discursos sobre Palestina sirven como una distracción conveniente, pero temporal. La sociedad demanda respuestas concretas, no gestos ideológicos.
Si algo demuestra esta estrategia es que la izquierda gobernante ha perdido el pulso de la calle. Intentar tapar los escándalos de corrupción con manifestaciones y huelgas simbólicas puede otorgarles unos días de respiro mediático, pero no revertirá el desgaste político. Los españoles ya no compran el relato del “enemigo exterior” ni el victimismo como excusa. La izquierda podrá llenar plazas con banderas palestinas, pero difícilmente logrará ocultar la realidad de un país cansado de la propaganda y necesitado de liderazgo, coherencia y soluciones reales.
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