Los separatistas consideran que recibir las iras de los catalanes que defienden la Constitución y la convivencia es un mérito que debe ser recompensado, dado que no son considerados ciudadanos de primera, sino ‘malos catalanes’, ‘traidores’ a los que hay que señalar y perseguir. La lista de señalados por el secesionismo ha sido muy larga. De ahí la profusión de listas negras de periodistas no afectos al independentismo o los ataques a los principales estandartes de la defensa de los lazos comunes entre catalanes y el resto de españoles.
Como consecuencia de este deseo de conseguir la secesión al precio que sea se ha establecido entre los separatistas una vertiginosa competición para ver quién insulta más, o manipula mejor. La posverdad que tan de moda se ha puesto con el Brexit y el triunfo de Donald Trump hace más de treinta años que se padece en Cataluña. Los secesionistas son eficaces a la hora de trabajar para conseguir sus objetivos: premian a los suyos y no dudan en utilizar las arcas públicas para comprar voluntades. El dinero del que carecen los hospitales catalanes fluye sin cesar hacia todo tipo de labores de propaganda a favor de la secesión.
No hay periódico, digital, radio, televisión, editorial o activista patriótico que no reciba el correspondiente empujoncito económico para que siga trabajando, fielmente, a favor de la causa de la ruptura de la convivencia. Unos, los de ERC, porque son sinceramente secesionistas desde siempre. Otros, los de la ex Convergència, para desviar la atención de sus negocios poco claros. Pero con un fin común: ignorar a la mayoría de los catalanes que siente que España es cosa suya. De ahí que sea más necesario que nunca dar la batalla de las ideas desde los medios de comunicación.
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