A mí me habría gustado hacer la mili. Creo que un período de servicio militar obligatorio para los dos sexos sería algo bastante más democrático que lo que hay ahora. Si algo demuestra la situación en Ucrania es que decir “no a la guerra” no la hace desaparecer mágicamente (ojalá…) y que en cualquier momento hay que estar preparado para sacrificarse y hasta darlo todo por algo más importante que la supervivencia personal. Ningún hombre es una isla, decía el poema de John Donne que inspira el título de una de las novelas de Ernest Hemingway más célebres y que más de cerca nos pillan: “Por quién doblan las campanas”. ¿No entrarías en un campo de minas para salvar a tu mujer, tu padre, tu hijo? Pues un soldado, un buen soldado, lo hace por la mujer, el padre, el hijo de todos.
Qué suerte haber nacido en una época en que de esto ya se ocupan otros. Siempre otros. Que suerte pero también que…¿añoranza de grandeza? Cuando traduje “Gerona” de Galdós al catalán hace ya dos años, recuerdo que me estremecía la naturalidad y la sencillez con que tanta gente humilde se sacrificó en 1808, ni siquiera por una causa o por un ideal. Simplemente porque no había otra, porque estaba en juego todo. ¿Que hay muchas guerras injustas? Casi todas. Pero por eso mismo hay que darlas, ¿no? ¿Qué tenían que hacer los habitantes de mi ciudad natal, dejar pasar a cuchillo y matar de hombre a todos sus vecinos, niños y enfermos incluidos, para no ensuciarse las manos con el imperalismo de Napoleón y la miserable política de Godoy? A los que se declaran objetores de conciencia, les recomiendo ver la película “Hasta el último hombre” de Mel Gibson, y si después de verla todavía les quedan ánimos de objetar, bueno, pues pensemos maneras que sean enaltecedoras y no empequeñecedoras. Generosas y no egoístas. Si no queremos hacer ya la mili, ¿qué tal un incruento servicio social obligatorio para todas y todos?
En todas estas cosas meditaba yo este pasado sábado, 14 de mayo, mientras esperaba a pie firme, bajo un sol de justicia, para la jura civil de bandera convocada en el cuartel del Bruch. Veinte años de procés, dos años de pandemia y una burocracia militar, ejem, francamente mejorable, no lograron disuadir a centenares de catalanes, entre ellos yo misma y unos cuantos como yo misma (Ernesto, Cristina, Aldo, Paco…por citar sólo a los compis de Ciutadans que me encontre por ahí, y a unos cuantos más que todavía no saben que lo son, o que volverán a serlo…Nadie es perfecto todo el rato, Lupe y yo ya nos entendemos…) de pedir la vez. Esperaban 400 jurandos y acabamos siendo 600.
La parte mala: ante el overbooking hubo que apretarse y hasta que privarse. Yo que atendí religiosamente las instrucciones de no usar carmín, haciéndome ilusiones de que me lo pedían porque me dejarían besar la bandera, me encontré con que a la hora de la verdad sólo podías pasar por delante y saludarla. Yo improvisé una reverencia como las que he visto hacer en los besamanos del Salón del Trono del Palacio Real de Madrid, que se vea que hemos viajado. También me decepcionó un poco que, en vez de jurar o prometer uno por uno, nos preguntaran de una tacada si “jurábamos o prometíamos” (revuelta una cosa con la otra) y con la única respuesta protocolaria posible de “sí, lo hacemos”.
Pero estas pequeñas desilusiones, comprensibles además por la dificultad de manejar una inesperada marabunta de solicitantes (si no lo llegan a hacer así, igual todavía estábamos allí todos en fila), no enturbiaban la alegría desafiante del momento. Que sí, que en Cataluña, ir a jurar civilmente la bandera española es mucho desafiar. Es la bandera pirata más atrevida y más perseguida, la más transgressora, la más sexy, y por eso mismo celosa de guardar. Si los patriotas catalanes históricos, al morir el president Macià, extrajeron su corazón y lo guardaron en una urna de plomo que Tarradellas se llevó al exilio, los patriotas catalanes y españoles de hoy no sé qué deberíamos hacer con la bandera de España…
Bueno, Chanel dio en Eurovisión unas cuantas ideas, y qué gracia que las diera el mismo día de nuestra jura en el Bruch. Ya entiendo que si me llego a presentar en el cuartel de la misma guisa que la de Olesa, igual Carrizosa me dice algo…y mis fans indepes, ni te cuento. Pero, algo más recatada y quietecita yo, el espíritu era el mismo. Que nadie se confunda: aquí estamos siempre ready.
La jura fue un acto vibrante, festivo, rebosante de fraternidad y, como se dice ahora, rabiosamente empoderado. Gente que no se conocía ocupándose solícita los unos de los otros: ¿quieres una botella de agua? ¿A esa señora mayor, nadie le acerca una silla? Dicharacheros vivas a España, al Ejército, a la Guardia Civil…¡No faltó ni una mención de honor al Timbaler del Bruc! A mi derecha, mi nueva amiga Esther se quitó disimuladamente los zapatos para descansar los pies un momento…Yo la imité y nos guiñamos el ojo…Luego nos fuimos con su marido a la cantina y seguimos hablando de todo a partir de ahí….
Te daban un certificado y, lo más bonito de todo, una bandera de mochila, que es una bandera pequeña que históricamente llevaban los soldados en el petate, y que lo mismo servía para marcar una posición sobre el terreno que para envolver sus cosas o hasta para ser enterrados cubiertos por ella si caían…
Y esa misma noche, la de Olesa juró con todos nosotros ante toda Europa. Qué bonito y qué grande es ser catalán a tus anchas, sin gilipolleces ni complejos. ¿O no?
Anna Grau es diputada de Cs en el Parlament
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