En los próximos años, los que vivan en España lo harán en peores condiciones de las disfrutadas hasta la fecha. Al empeoramiento de la economía que se avecina en toda Europa, los españoles (si quedan personas que respondan a este gentilicio) sumarán una inestabilidad multinivel: política, institucional y social de consideraciones, ahora mismo, incalculables.
El PSOE (con la ley de amnistía) ha cruzado una línea de no retorno que, aunque no es la primera vez que lo hace, ahora, sin embargo, la transita sin puentes para volver a la concordia, la mesura y la defensa del Estado de derecho. El populismo se ha consolidado en España. Cambiar los colores de un banco de un parque se considera más grave que el incumplimiento de la Constitución por un gobierno regional.
Sus hijos tendrán un país peor. Y en Cataluña, el PSC (partido que ha sometido al PSOE) es el único responsable de la situación. ¿Culpable? En parte, también. Estamos en 2023 y se sigue sin poder escolarizar a los niños en español (¡inconcebible en Francia!), se fomenta la discordia con el resto de ciudadanos y se elogia el pacto con Junts pero se alimenta un cordón sanitario antidemocrático contra el PP.
El PSC ya no es un partido útil para el constitucionalismo. No es una opción votable. En 2017 se le perdonaron todos sus pecados (que no fueron pocos: defensa de la inmersión obligatoria en catalán y exclusión del español, fomento del nacionalismo, Maragall, Montilla, pacto del Tinell, Estatuto…) pero en 2023 ha cruzado la línea de no retorno: ley de amnistía, después de los indultos y la eliminación del delito de sedición.
Illa no es un líder aceptable para el constitucionalismo. Ha engañado a todos los que en 2021 optaron por el PSC como ariete frente al independentismo. El argumento de quedarse en Cataluña (Illa), a diferencia de los que se fueron (Arrimadas), es emético si es para colaborar, aplaudir, bajar la cabeza y votar a favor del nacionalismo más ultra de toda Europa. Adiós, Illa.
Así, ha llegado la hora. Quedan 15 meses para las elecciones al Parlamento de Cataluña. Es el momento de dar el paso. Volver al lugar del que nunca hubiera tenido que salir. Regresar con experiencia europea, madurez intelectual y formación política. Tendrá, para febrero de 2025, 55 años. Edad ideal para afrontar la dura y difícil situación que tocará gestionar.
No es una vuelta fácil y agradable. Pero el servicio público no es un viaje de vacaciones en un crucero de cinco estrellas. Es una vocación. Un deber. Una referencia para miles de ciudadanos que están huérfanos de referentes morales, cívicos y políticos. Personas en las que confiar. Representantes a los que no se les pueda decir “eres igual de mentiroso que los del PSC”.
El intento no será un fracaso (sea cual sea el resultado) porque no naufraga quien es honesto y solo aspira a mejorar la vida de los que le rodean. Es el momentum constitucionalista. La batalla de las ideas y de la dignidad. La firmeza de las convicciones. El europeísmo reformista y democrático que existe y está en peligro, pero que se combate, también y sobre todo, a nivel local.
La fórmula es lo de menos. El color, no importa. Las siglas son prescindibles. El proyecto y la esperanza de ilusión pueden ser una ola como la de 2005. Cataluña ha retrocedido veinte años. Pero, ahora, poner el pie en la pared se hará con una veteranía, pericia y maestría que no se tenían entonces. La razón, la verdad y la ilustración siguen ahí. Llegó el día.
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