Que dice la portavoz de la Generalidad que la decisión del TSJC de que se cumpla la ley “es una vulneración flagrante al (sic) derecho de la mayoría de las familias y los alumnos del centro …, que un solo alumno obligue a cambiar la lengua del resto es, por lo menos, sorprendente”.
Yo os invito a que analicéis palabra por palabra lo que dice esta iluminada.
Vamos a ver: para resolver los conflictos entre partes existe un tercero, que es la Ley; por encima de la Ley no puede estar ni el Rey, valga el pareado. La “mayoría de las familias” no tiene derecho por ser mayoría, ni tienen más derecho que “un solo alumno”. Ambas – la “mayoría” y “uno solo”- son partes del TODO, que es el ámbito de la Ley.
Los nacionalistas recurren a la democracia cuando les conviene a su discurso, pero, por eso mismo, prostituyen este término; ninguna mayoría de una parte tiene más “derecho democrático” que el todo del que forma parte. Pongamos un ejemplo: la mayoría del 2º C no puede imponer normas en nombre de “su” mayoría al resto de la comunidad de vecinos; tampoco la mayoría de 2º C de ESO puede decidir el horario general del centro. Esta “mayoría relativa”, es eso: sólo relativa al ámbito en el que se ejerce; así, los alumnos de 2º C puede determinar, por mayoría, quién es su delegado, pero no pueden decidir quién es el director.
Después del proceso de desmitificación del concepto de “la mayoría”, conviene resaltar el valor del “uno solo”: no se puede violar el derecho de una sola persona, aunque sea “sólo uno”, como dice la portacoz de la Generalidad, porque este “uno” nos representa a TODOS y a cada uno, de manera que violar el derecho de uno es violar el derecho de todos. Mejor lo expresa Montesquieu: “Una injusticia hecha al individuo, es una amenaza hecha a toda la sociedad”.
El hecho real es que “la mayoría de las familias del centro” no es un todo homogéneo –y aunque así lo fuera, eso no le daría derecho a imponerse sobre un solo individuo-. De hecho, la gran mayoría, si sus padres fueran valientes y les preocupase la educación de sus hijos y sus derechos, preferiría –me atrevo a decir sin riesgo a equivocarme- la enseñanza en castellano al menos en el 50 % de las asignaturas.
En un país libre y democrático no debería ser “sorprendente” –como dice Sor Prendida- que lo que la ley dictamine se cumpla.
La “mayoría” es el pueblo español –incluidos, naturalmente, los catalanes- que votó una Constitución que consagra el español como lengua oficial. Ninguna minoría –léase: separatistas catalanes- puede vulnerar el derecho de la mayoría. Los nacionalistas –a juzgar por la declaración de esta portavoz de la Generalidad- seguro que estarían de acuerdo con estos principios, pues los invocan para justificar su rechazo a la sentencia del TSJC. La corrupción y la perversión de su discurso atenta contra todos los principios de un Estado de derecho.
El nacionalismo se refugia en la democracia cuando se trata de defender los derechos de “su” pueblo frente al Estado español opresor; pero se olvida de la democracia dentro de su autonomía cuando impone unilateralmente y coactivamente una sola lengua sobre sus ciudadanos, cuando el 70 % son castellanohablantes. El nacionalismo se refugia en “sus” leyes para suavizar su tiranía y exigir de todos el sometimiento a la ley. Otro problema es si pueden haber leyes injustas y qué se debe hacer en estos casos. Los nacionalistas — Colau dixit — sólo obedecerán las leyes que ellos consideren justas, cosa que no consentirían dentro de su autonomía.
El paralelismo del nacionalismo catalán con los kukluskanes americanos no es una broma de mal gusto…; es peor: es real. Fue precisamente en el contexto de un incumplimiento, por parte del gobernador segregacionista Ross Barnet, de una sentencia del Tribunal Supremo en Mississipi, cuando el presidente J.F. Kennedy pronunció aquella célebre frase que hoy deberían oír y copiar mil veces los segregacionistas catalanes: “Los estadounidenses son libres de estar en desacuerdo con la Ley, pero no de desobedecerla”
La gran paradoja de la democracia es ésta: que fue la democracia ateniense la que condenó a muerte, según la ley, al hombre más justo y sabio de su época (Sócrates) y éste aceptó la condena y prefirió morir antes que violar la ley que lo condenó, porque es peor cometer injusticia contra la Ley, que padecerla en nombre de la Ley.
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