“Estamos más cerca de perder el autogobierno en Cataluña que de una hipotética independencia. Aquí sólo hay una salida seria, que es la federalización“. Habló Felipe González y se hizo el silencio. Sentenció, desde las alturas de la divinidad expresidencial, y la corte celestial cuasi al completo asintió, asiente, salvo un camarero que andaba por allí preocupado de que no se rompieran las copas del brindis. Es hora de ajustar algunos botones a la chaqueta de pana felipista que derivó en frac sin solución de continuidad. Al menos, porque ha engordado un poco.
Hay dos responsables máximos -dentro de la jerarquía de culpas, que la hay- del abismal colapso mental, institucional y político en que andamos metidos y que afecta a los fundamentos del orden democrático, que no son otros que la propia existencia de España como nación, base del Estado, siendo el Estado, a su vez, el sostén de la nación. No es pequeño problema, ni un problema más, sino el que condiciona todos los demás, a derecha y a izquierda. Dos responsables dos, Felipe y Aznar. Los dos igualitos en esto, porque con ellos y en ellos se fraguó la claudicación, el entreguismo, el cambalache suicida de la fragmentación y disolución de España, por muy solemne y apocalíptico que suene.
Felipe decidió, en el momento decisivo, exculpar a Pujol del desfalco de Banca Catalana, punto de arranque del proceso separatista, negocio familiar que permitió el acopio de millones incalculables de pasta gansa catalana para la compra de voluntades urbi et orbi. Aznar le entregó luego las llaves de la finca para hiciera lo que quisiera. Supongamos que se equivocaran ambos por ambición y sin ser conscientes de las consecuencias, a pesar de que unos y otros ya advertimos, entonces, de la que se nos venía encima y de costado.
Bueno, supongamos lo que sea, lo que no es hoy admisible es que ni uno ni otro sean capaces de reconocer su error, no ya su culpa. En el caso de Felipe, todavía más grave es que siga sin relacionar lo que hoy lamenta con todo lo que él consintió y alentó, incluida la desaparición del PSOE de Cataluña y su sustitución por un PSC que siempre ha estado del lado del independentismo (la C sustituyó a la E y a partir de entonces España y Cataluña fueron realidades distintas e incompatibles). Hay en esto bajeza moral y cobardía política. Yo estaría dispuesto a olvidarlo si, al menos, no siguiera intentando confundir y darle aliento al separatismo al modo Iceta, ofreciendo a los segregacionistas la puerta de salida de la “federalización”. ¡Qué manía la de alargar los polisílabos con sobrederivaciones como si se tratara de elongar el pene! ¡La constitucionalización de la plurifederalización del Estado!
No sabe Felipe, ni ninguno de los federalistas, qué carallada es eso de la “federalización” salvo un eufemismo para otorgarles de hecho la independencia a Cataluña, Euskadi, Galicia y etc. Lo absolutamente incongruente es la afirmación que precede, a modo de explicación justificativa, a la solución propuesta: “Estamos más cerca de perder el autogobierno en Cataluña que de una hipotética independencia“. Viene a decirnos que no hay riesgo de independencia, y a los catalanes a advertirles que corren el riesgo de perder su autogobierno. Cuidado, mejor apuntaros al federalismo, no sea que os quedéis sin nada.
Pero vamos a ver, ¿a qué viene esa contraposición entre autogobierno e independencia? El autogobierno ha sido el instrumento más útil para avanzar hacia la independencia, y todavía lo sería aún más la federalización. La misma palabra es ya incompatible con el gobierno de la nación. Si es “auto” es que ni necesita ni depende de otro gobierno. Pasa lo mismo con la engañosa “autonomía”, que es semánticamente un sustituto vergonzoso de independencia. Es igual de tramposo que eso de que “el problema no es la independencia, sino la convivencia”, como si la una no fuera la causa de la otra. Es la independencia lo que destruye la convivencia.
Viene Felipe a decir (y lo peor de este claudicante razonamiento es que lo comparte la mayoría de los poderes fácticos, a derecha e izquierda), que para evitar problemas con la independencia, lo mejor es otorgarla de hecho (y de derecho, pero de forma encubierta) mediante la federalización, que es lo mismo que la indefinible “nación de naciones”, que ya defendió en su día en un bochornoso artículo que firmó con la desaparecida Carmen Chacón, y que es el cheque que Pedro Sánchez lleva en su cartera para comprar su posible continuidad. Los separatistas supremacistas no dudarán en subirse a este tren que les brindará “la mejor ocasión que han visto” en el último siglo para saltarse definitivamente cualquier barrera democrática.
Que no, que no hay tercera vía, sino vía muerta.
Que seguir creando la ilusión de un apaño torticero e ignorar que este no es más que un asunto de fuerza (esto lo tienen muy claro los independentistas), y que llegado a este punto sólo hay una “salida seria” (no la chapucera del federalismo asimétrico que propone González), que no es sino la salida democrática, o sea, la imposición democrática de la fuerza frente a los que quieren imponernos, por la fuerza de los hechos, la segregación.
Que todo lo que no sea encarar el problema desde esta única perspectiva es engaño, traición o cobardía.
Que aquí el problema no es cómo unos pocos se reparten el poder y lo disputan entre sí, sino cómo se impone el poder democrático de la mayoría, cómo prevalece el interés común que es el interés de todos los españoles sin distinción de origen o de apellido, sobre el proyecto egoísta y supremacista de unas oligarquías que quieren dar un paso más en su proceso de usurpación y apropiación indebida de un territorio y unos bienes que son de todos, fruto del esfuerzo histórico y colectivo de millones de españoles durante siglos.
Que hoy España no es ninguna entelequia esencialista, sino una realidad social, política, económica, cultural y territorial consolidada, constituida como un Estado democrático en el que están garantizados los derechos fundamentales de todos sus ciudadanos.
Que España es hoy la única garantía de la unidad e igualdad de todos los españoles, por eso hoy más que nunca la idea de España es revolucionaria, de izquierdas (de eso que la izquierda ideal y emancipadora siempre ha defendido) más quizás que de derechas (que siguen sin saber qué hacer con España, si volverla católica, apostólica, foral, liberal o progresista).
Santiago Trancón Pérez
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