P. ¿Cuál es la situación actual del constitucionalismo catalán?
R. Diría que está en una especie de parálisis. El cambio de gobierno hace un año con la victoria —más bien pírrica— del Partido Socialista y la constitución del Ejecutivo de Illa ha anestesiado a la sociedad catalana y también al constitucionalismo. En un contexto en el que el independentismo carece de liderazgos activos en la política parlamentaria, el constitucionalismo no parece capaz de ocupar ese espacio ni de constituirse como una alternativa de gobierno. La bajada del tono del independentismo tras los indultos y la amnistía ha contagiado al constitucionalismo.
Nada ha cambiado: el gobierno de Illa sigue el guion pujolista que narcotizó a la sociedad catalana durante más de veinte años y que fue el germen del “procés”. Y parece incapaz —por acción u omisión— de ocupar el espacio que le correspondería como oposición firme y como representante de la mayoría de catalanes que no quieren volver a ser gobernados como en la época de Pujol.
P. ¿Se han roto los bloques en Cataluña con la posición actual del PSC?
R. No. El PSC nunca ha estado realmente en el bloque constitucionalista. Lo que intentó fue sobrevivir cuando Ciudadanos convirtió el cinturón rojo en cinturón naranja y se configuró como la verdadera alternativa al independentismo. El PSC se acercó al constitucionalismo para no quedarse fuera de juego cuando el independentismo rompió todos los puentes legales. Pero, una vez rebajada la tensión, volvió a su sitio: un partido que ha aceptado los mantras del nacionalismo y que cree en una Cataluña monolingüe, con una identidad excluyente, una escuela solo en catalán y unos medios de comunicación que representan solo a una parte de la sociedad.
El PSC ha vuelto a ser lo de siempre, con el objetivo de convertirse en la nueva Convergència del siglo XXI. Su prioridad no es transformar Cataluña, sino mantenerse en el poder: gobierna la Generalitat, la Diputación, el Ayuntamiento de Barcelona y los grandes municipios. Es una máquina de poder.

P. ¿Es posible construir una alternativa sin los socialistas?
R. No solo es posible, es necesario. Pero primero hay que creérselo. Cataluña necesita ser gobernada de otra manera. Las instituciones deben reflejar la pluralidad real de la sociedad catalana, algo que no ha ocurrido desde la llegada de la democracia.
Claro que es posible otra Cataluña, capaz de liberar las energías del país y romper el techo de cristal que impide a muchos catalanes participar con normalidad en su sociedad y su economía. El problema es quién está dispuesto a hacerlo. De momento, nadie parece querer asumir ese reto.
La política catalana está cansada, y el PSC ha logrado narcotizarla. Muchos catalanes creen que este es el “mejor peor resultado”: mejor que un gobierno de Esquerra, pero insuficiente para un cambio real.
P. Has dicho en alguna ocasión que el separatismo ha perdido la “batalla del catalán”. ¿A qué te refieres?
R. Han perdido la batalla de imponer el catalán como única lengua en Cataluña. La realidad social es cada vez más plural, y será imposible imponer un modelo monolingüe desde la administración. Pero mientras tanto, siguen intentando marginar al castellano y a quienes lo usan. El daño colateral es el mantenimiento de un modelo educativo que excluye el bilingüismo y perjudica a las familias que no pueden pagar una escuela trilingüe. El castellano se ha convertido en algo ajeno e impropio, lo cual rompe la
realidad catalana.
Los jóvenes, por ejemplo, reaccionan con libertad frente a esa imposición: hablan como quieren, especialmente en redes sociales. El independentismo responde doblando la dosis de una medicina que no funciona, intentando imponer el catalán incluso en los patios o comedores escolares. En resumen: han perdido la guerra de la imposición del catalán, pero nosotros estamos perdiendo la de la igualdad ante la ley, los derechos y las oportunidades.

P. ¿Qué le recomendarías a un trabajador o dueño de un restaurante en los que separatistas montan un conflicto por no atender en catalán?
R. Que no caiga en la trampa. Esos políticos son provocadores profesionales. En Cataluña es normal que la gente entienda el catalán; quien vive aquí acaba comprendiéndolo. Pero no existe el derecho a exigir a un trabajador —menos aún si no es funcionario— que te atienda en una lengua concreta.
Lo que sí puedes hacer es no volver a ese sitio, pero no acosar a un trabajador. Lo que hacen esas personas es lamentable: presionar a empleados, a menudo inmigrantes, hasta el punto de pedir su despido. Son actitudes inaceptables.
P. ¿Es el nuevo canal en catalán de TVE una alternativa a TV3?
R. Podría serlo si reflejara la realidad plural de Cataluña. Pero un canal en catalán pactado con Junts, Esquerra y con la supervisión de figuras nacionalistas no puede ser otra cosa que una copia —más cutre— de TV3. No es un canal “en catalán”, sino un canal nacionalista en catalán.
El problema de TV3 no es el idioma, sino su sesgo ideológico. Si La 2 en catalán repite ese modelo, tendremos otro instrumento al servicio del independentismo, no un medio público plural.
P. Algunos humoristas independentistas han recibido premios como los Ondas. ¿Qué opinas?
R. Aquí insultar a los españoles se premia. Ser xenófobo o racista contra los españoles se ve normal, incluso se celebra. Si esos mismos comentarios se hicieran al revés, habría demandas judiciales. En Cataluña hay gente que insulta desde medios públicos y se les aplaude. Han convertido el odio en un producto televisivo. El caso de Jair Domínguez o Pilar Rahola son ejemplos claros: han atacado a la mitad de los catalanes y siguen siendo figuras mediáticas.
P. ¿Quién ha heredado el espacio de Ciudadanos?
R. En realidad, nadie. Algunos votos fueron al PSC, al PP o a Vox, pero una parte importante simplemente dejó de votar. En las últimas autonómicas participó apenas el 51%. Illa obtuvo unos 300.000 votos menos de los que tuvo Ciudadanos cuando ganó las elecciones. No ha habido un heredero porque nadie ha recogido aquella propuesta política. Lo que hay es una desactivación del voto constitucionalista y una nueva retirada de muchos catalanes no nacionalistas de la vida política.
P. ¿Se puede reconstruir ese espacio?
R. Se debe reconstruir. Ciudadanos rompió la forma tradicional de entender la política catalana y perdió los complejos que el nacionalismo había inoculado en la sociedad y en la clase política. Esa fue su gran aportación. Hoy los partidos vuelven a estar “domados”. Illa los ha domesticado. Y quien no lo está, queda fuera.
P. ¿Por qué crees que figuras como Albert Boadella no reciben los máximos premios de la cultura catalana?
R. Porque para el poder cultural catalán, quien no es nacionalista no es catalán. Boadella no gusta porque no es nacionalista, no porque no sea catalán o no hable catalán. En Cataluña solo los nacionalistas son premiados, contratados o subvencionados.
Existe un muro de cristal que divide al país en dos mitades: una tiene acceso al poder, los reconocimientos y las oportunidades; la otra queda excluida. Y lo peor es que hemos asumido esa desigualdad con normalidad. Aquí parece lógico que los premios literarios catalanes sean solo para obras en catalán, que el metro o las instituciones se comuniquen solo en catalán, o que TV3 ignore a la mitad del país. Hasta que eso no cambie, todo seguirá igual.
P. ¿Por qué el nacionalismo siente tanto rechazo hacia Ciudadanos?
R. Porque fuimos los únicos que les plantamos cara sin complejos. Nos odiaban porque les rompimos el relato. Ellos estaban cómodos con una oposición acomplejada, que pedía perdón. Ciudadanos fue el primero que les dijo en catalán y en castellano: “No queremos ser parte de vuestro club, esto también es nuestro”.
Esa fue su pesadilla: que la gente les perdiera el miedo. Por eso celebraron cuando desaparecimos del Parlament. Pero mientras alguien vuelva a representar ese espíritu —rompiendo los complejos y defendiendo la igualdad—, ese espacio volverá a tener fuerza en Cataluña.
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