
Analista y consultor político, el prolífico Antonio García Maldonado (Málaga, 1983) no solo colabora habitualmente en medios como El Confidencial, The Objective, Asombrario o El Cultural, sino que también es editor externo en el Grupo Planeta y traductor de autores como Francis Fukuyama o el ensayista de moda: Jonathan Haidt. Pese a ello, ha encontrado tiempo para responder a nuestro cuestionario sobre el turbulento momento político en que se encuentra Cataluña.
En un capítulo de El golpe posmoderno, Daniel Gascón crítica la imposibilidad de defender el independentismo desde posiciones de izquierda. ¿Comparte el dictamen?
Sí, sin duda. Distinto sería si este movimiento estalla en pleno franquismo, que no lo hizo. Lo comprendería, porque la libertad, en ese caso tan flagrante, sería la causa primera, aunque la independencia hubiera conllevado merma de riqueza al país en su conjunto. En la tensión entre libertad e igualdad, se habría entendido. Pero ahora es totalmente incoherente defenderlo desde posiciones de izquierda. Es frecuente escuchar o leer eso de “los extremeños tienen ordenadores en las aulas y nosotros…”. Rufián, mencionando a sus primos andaluces, llegó a decir que “seremos solidarios pero porque lo decidamos nosotros”, que es una afirmación propia de un anarco-capitalista, no de una persona de izquierdas.
Pero nunca entenderé a esa izquierda que no ve que el procés, antes que un desastre político y un drama social, es una estafa intelectual. Porque se basa en una España que dejó de existir, y que por suerte dejó de existir gracias en gran medida al catalanismo político. Los procesistas luchan contra un fantasma. Siempre han sido los nacionalistas catalanes quienes nos han acusado al resto de españoles de no comprenderles, pero ahora es al revés: desconocen totalmente España.
Mientras que Torra dejó escrito que “hablar castellano en Cataluña no es normal”, la consejera de Cultura del Govern, Mariàngela Vilallonga firmó en 2016 un manifiesto a favor del catalán como única lengua oficial. ¿En qué medida es importante la cuestión lingüística en lo que ocurre en Cataluña?
El conflicto es, en gran medida, un conflicto lingüístico. Estoy a favor de la propuesta que Mercè Vilarrubias y Juan Claudio de Ramón han explicado de una Ley de Lenguas para reconocer todas las lenguas en el resto de España. Hace falta esa pedagogía en el resto de España. Aunque, siendo honestos, tampoco Torra o la consejera son representativos del catalanismo, sino de lo peor del radicalismo nacionalista. Lo que he leído desde posiciones templadas de un lado y de otro me parece razonable.
Es verdad que la España que no tiene lengua propia no tiene una idea cabal de la importancia de esto para quienes sí la tienen. Si pienso en mi educación formal en Málaga, jamás nos hablaron de esto. En mi educación familiar y sentimental sí estuvo muy presente la cultura catalana, y por eso la decepción de mis padres, de mi familia en general, es tan grande con la deriva reaccionaria del nacionalismo catalán.
Según muestran los indicadores, los castellanoparlantes en Cataluña se encuentran discriminados en varios sentidos: tienen menor nivel de renta, peores resultados escolares y peor movilidad social. ¿No debería la izquierda mostrar más preocupación por este asunto?
Es que esa es, o debería ser, la prioridad de la izquierda. Lo otro es importante, sin duda. Vivimos en comunidad, junto a otros, y ya hemos visto lo que ocurre cuando olvidamos estos vínculos y afectos grupales. La neurociencia y la psicología social nos están mostrando estos años lo determinante que es esto, aunque creyéramos que era algo atávico de lo que desprenderse. El procés es un problema de clase que se superpone a una falla lingüística, y creo que esto debería dar que pensar a los independentistas que dicen ser de izquierdas y no nacionalistas. El independentismo es muy matizable, pero el procesismo es clarísimamente reaccionario y antieuropeísta.
El sindicato de periodistas catalán ha denunciado la deriva separatista de TV3, señalando que este canal “es parte del conflicto y no de la solución”. ¿Están en lo cierto?
Desde el otoño de 2017 no veo TV3 por recomendación de un amigo chamán argentino al que conocí en Bogotá y de mi padre y de mi hermano, ambos farmacéuticos. No puedo opinar. Si sigue como entonces, me parece un escándalo. Si quien se informa solo por TV3 —y si sigue como entonces— me soltara un “prensa española, manipuladora”, me lo tomaría como un piropo, y si fuera periodista, como una precandidatura al Pulitzer.
Para algunos, es necesario regresar al catalanismo moderado para encauzar la situación actual. Sin embargo, otros consideran que tal catalanismo no es más que la antesala del nacionalismo. ¿De quién se siente más cerca?
Creo en la idea de un catalanismo genuinamente comprometido con la reforma y el progreso de España. En esto, pienso que hay una gran confusión en el resto de España. Es algo recurrente lo de considerar el federalismo o el catalanismo como la antesala de la ruptura. Cierto es que tampoco vamos a culpar a quien así lo piensa, visto dónde ha derivado el pujolismo y lo que vemos estos años, pero el catalanismo va mucho más allá del nacionalismo obtuso que ha alimentado el procés. Sí hay solución, el catalanismo será parte de ella.
Pablo Iglesias ha recuperado para las próximas elecciones su propuesta de un referéndum de autodeterminación para tratar de solventar el conflicto catalán. ¿Es dicho referendo una solución?
Evidentemente no. La crisis catalana es pura sobreabundancia de matices, y el referéndum es la eliminación de los matices. En una sociedad tan divida en dos mitades casi simétricas, es una pésima solución. Pablo Iglesias y Podemos lo proponen con su mejor intención para con Cataluña y el resto de España, no lo discuto, pero me parece síntoma de lo que menos me gusta de esa izquierda: su sospecha hacia la idea de España y su confianza irreflexiva en los métodos científico-sociales para solucionar todo. La realidad va por otro lado. Lo dijo Goethe: “lo mejor es enemigo de lo bueno”. A Iglesias y UP les aparece el referéndum como “lo mejor”, casi como lo evidente, y no van más allá, hacia lo bueno. En el fondo, un referéndum es profundamente antipolítico.
¿Y qué le parece que Íñigo Errejón haya situado como cabeza de lista por Barcelona a un candidato próximo a las tesis secesionistas?
No lo comprendo, la verdad. Pero entiendo que todo parte de un cálculo racional. Tendrán sus números, no lo dudo. Unos hablan de que si no accedía a ese enfoque, no le alcanzaban los avales. Otros, que Errejón, en realidad, piensa lo mismo que Pablo Iglesias en este asunto. Es persistir en el error. No digo en el error electoral, porque eso lo podremos comprobar en unos días, sino en el error político si estás creando una formación y un movimiento en todo el país. Creo que el propio Errejón está reculando, haciendo equilibrios. En cualquier caso, su posicionamiento tiene matices, y también creo que será parte de la solución o de la atenuación del problema.
Quim Torra ha alentado las protestas del separatismo contra la sentencia al tiempo que ha mandado a los Mossos a sofocar dichas protestas. ¿Cómo se entiende?
Desde la esquizofrenia política. En realidad, esto explica muchas cosas del procesismo, que no necesariamente del independentismo: una revuelta pop, esteticista, donde se asumen todas las consignas y los códigos estéticos pero donde se eluden todas las implicaciones administrativas, penales, éticas. Lo eluden todos menos los políticos condenados, por cierto, que imagino que pesan como una losa a los fugados, que no exiliados. Es lamentable, y más lamentable aún la explicación que se ha dado desde la Portavocía de la Generalitat: al ordenar las cargas, “evitamos que acusen de sedición” a los golpeados. Pensemos en Guardiola, tan presto a denunciar a España —una de las 20 democracias plenas del mundo según todos los indicadores internacionales— pero que hace dinero en petrodictaduras. ¡Si hasta The Guardian le ha afeado la contradicción! Es meritorio.
El lema del separatismo es “lo volveremos a hacer”. ¿Cuál debería ser la respuesta del Estado?
Si se queda en palabras, nada. Si lo vuelven a hacer, la respuesta es sabida. Por eso no creo que lo vuelvan a hacer como lo hicieron. Pienso que, cuanto más lo digan, más significa que no lo van a volver a hacer. Así que, aunque parezca contradictorio, que lo digan como eslogan político es casi un buen síntoma. El problema es que haya quien se lo crea y luego se frustre. Pero no creo que sean tantos los crédulos. Vayamos a los hechos.
Además, el mercado político es inseparable de la enunciación de proyectos de máximos y de las hipérboles. Todos caemos en eso. El independentismo procesista no va a plegar velas y a hacer acto de contrición de la manera en que se le pide desde ciertos ámbitos políticos y mediáticos, que básicamente consiste en que o se calle o diga que “no lo volveremos a hacer”. Eso no va a pasar, seamos realistas. Lo importante no es lo que se diga, sino lo que se haga. Y mirar hacia delante.
Por Óscar Benítez
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