La dirección de Junts per Catalunya ha escenificado la ruptura de su pacto con Pedro Sánchez. El anuncio, tomado en la tranquilidad de la localidad francesa de Perpiñán, busca mostrar una firmeza que hace tiempo perdió el posconvergente. Sin embargo, este divorcio parece más un golpe de efecto teatral que una decisión política profunda. La cuestión de fondo es la supervivencia electoral en Cataluña.
El principal problema de Carles Puigdemont no está en Madrid, sino en el extremo soberanista catalán. La irrupción de formaciones como la de Sílvia Orriols, más radical y sin complejos, está erosionando la base electoral de Junts. La paciencia de su militancia, harta de promesas incumplidas y de un diálogo estéril, se agota.
Esta ruptura, por tanto, tiene un objetivo claro: contentar a la parroquia. Junts necesita demostrar que sigue siendo el partido del ‘procés’ intransigente. Debe recuperar a esos votantes que les reprochan la ambigüedad y el apoyo, aunque fuera indirecto, a un Gobierno de izquierdas que apoya la inmigración ilegal y que es blando contra la delincuencia que va en aumento. Es una carrera desesperada por el voto más duro.
La lista de incumplimientos que Junts esgrime contra el PSOE es real. La amnistía, la inmigración, el catalán en Europa. Todo son excusas válidas, pero ya conocidas. La ruptura llega ahora no por la gravedad de los hechos, sino por la urgencia de las encuestas en Cataluña. Es una decisión táctica, no estratégica.
Si Junts quisiera tumbar de verdad a Pedro Sánchez y castigar al PSOE, la vía es evidente. Existe un mecanismo constitucional para forzar la caída del Gobierno: la moción de censura. Esta sería la única prueba irrefutable de la sinceridad de la ruptura. Todo lo demás es ruido mediático.
Mientras Junts se niegue a facilitar, o incluso a apoyar, una moción de censura, la ruptura es una farsa. Si no hay voluntad de desalojar a Sánchez de La Moncloa, el pacto solo ha mutado de forma. El Gobierno de coalición puede seguir sobreviviendo con la abstención o el ausentismo calculado de sus exsocios.
El PSOE, con su habitual habilidad para la supervivencia, conoce este juego. Sabe que la izquierda abertzale y los otros socios minoritarios aún le dan margen. La amenaza de Junts pierde fuerza si se limita a la retórica incendiaria sin consecuencias parlamentarias. Es la crónica de una ruptura anunciada y maquillada.
Este movimiento de Junts es una maniobra de distracción. Quieren que el votante radical mire a Madrid y olvide a Orriols. Quieren que se hable del ‘no’ a Sánchez y no de su incapacidad para capitalizar el independentismo más puro. Es un intento de tapar sus propias vergüenzas electorales.
La política catalana se ha convertido en un ejercicio de equilibrios internos dentro del soberanismo. Puigdemont y Junts necesitan mostrar músculo frente a los suyos. Necesitan vender la imagen de un partido sin miedo a la confrontación. Pero la inacción en el Congreso dice lo contrario.
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