La «revolución de las sonrisas», ese teórico movimiento cívico, alegre y festivo que pedía de manera cívica la secesión, nunca existió. Siempre fue una iniciativa que buscaba excluir a más de media Cataluña de la vida política y social del país.
Los derechos eran para los que consideraban los «nuestros», los «catalanes de verdad» que se manifestaban para pedir la independencia. Los catalanes que mostraban su voluntad de seguir formando parte de España eran considerados, simplemente, como «no catalanes». O mejor dicho, como «colonos», «traidores» o «quintacolumnistas».
Así se demostró en los llamados «plenos de la vergüenza» del 6 y el 7 de septiembre, cuando Esquerra, la ex Convergencia y la CUP decidieron privar de derechos políticos a la oposición y, por lo tanto, a millones de catalanes, mediante las leyes del Referéndum y la de Transitoriedad Política.
Una vez que decidieron que media Cataluña no merecía existir, todo fue fácil. Y se animaron, de algarada en algarada, pensando que todo saldría gratis. Recordemos la violencia, no solo simbólica, que practicaron el 20 de septiembre. O el 1 de octubre. O el 3 de octubre. Esos días no repartieron caramelos. Basta con ver las imágenes de guardias civiles huyendo ante turbas que los intentaban linchar. O cómo tomaron las calles y las carreteras. O como intentaron entrar y destrozar las subdelegaciones del Gobierno.
Y no solo eso. Recordemos que llevan meses atacando sedes de partidos políticos, acosando a militantes de diversos partidos cuando ponen carpas, reventando actos de Societat Civil Catalana – recordemos el homenaje a El Quijote en la Universidad de Barcelona – y otras entidades, señalando domicilios de desafectos…
Por eso, cuando Enric Millo les cantó en sede judicial las verdades, y denunció la violencia que las entidades y los partidos secesionistas ejercieron durante los días álgidos del procés, se pusieron muy nerviosos. Porque no soportan todo aquello que se separa del guión que han escrito: todo fue una broma, aquí no pasó nada y los únicos malvados fueron los policías nacionales y guardias civiles que golpearon a ancianos que solo querían votar el 1 de octubre.
Y comenzó el enésimo linchamiento, que es la forma habitual de actuar de los secesionistas. Cómo le pasó a la secretaria judicial que tuvo que escapar por los tejados para huir de la turba que rodeaba a la Consejería de Economía. O a Pablo Llarena en su domicilio. O a Albert Boadella. O a los padres de Albert Rivera. O a Inés Arrimadas. O a Josep Bou. O a Alberto Fernández. O a Alejandro Fernández. O a Miquel Iceta. O a Xavier García Albiol. O a Jorge Buxadé…
Millo ha sufrido un linchamiento más salvaje, porque su valiente declaración les hace más daño. Por eso se ha unido a la fiesta hasta el payasete del movimiento secesionista. El simpático Gerard Piqué, el bromista que a la hora de la verdad siempre está con los que intentan romper la convivencia entre todos los españoles.
Enric, muchos ánimos. Tu caso es el que han sufrido miles de catalanes, y el que sufrirán otros miles hasta que finalice esta lacra llamada secesionismo. Pero la causa de la libertad y de la buena convivencia con el resto de españoles merece la pena.
[libro_aspillera]
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.