El pasado viernes 12 de agosto tuvo lugar uno de los eventos más aclamados del período estival, y no, no me refiero a la celebración del bullicioso festival Arenal Sound o de otros similares. Hago alusión al inicio de la nueva temporada de La Liga, dónde miles de personas se congregaron en el mítico estadio El Sadar para disfrutar del choque que enfrentaba a Osasuna y Sevilla. Al margen de la meritoria victoria de “los rojillos”, el partido fue especial porque indicaba el comienzo de acaloradas charlas futbolísticas entre colegas, el incesante intercambio de cromos en escuelas y parques, seguido de la búsqueda en el calendario del próximo “el clásico” (será el 16 de octubre, de nada).
Para muchos lectores puede parecer absurdo tal derroche de efusividad por un mero acontecimiento deportivo, sin embargo, en una sociedad caracterizada por la pérdida de ritualidades frente a la individualización y el hedonismo de redes sociales, el fútbol constata uno de los principales elementos cohesionadores de la comunidad. En torno a él encontramos todo tipo de simbologías y valores, elementos que de alguna manera nos ayudan a reconectar con las personas que nos rodean, ya sea celebrando como manteniendo sanas discusiones.
Por todo ello, no puedo dejar de ver con pesar el reciente deterioro de nuestra competición doméstica, en los últimos años la liga de fútbol profesional ha perdido parte de su esencia deportiva y de la conexión con el público de a pie. En el primer caso, el injusto reparto televisivo es uno de los grandes responsables, con dos clubes que perciben un enorme porcentaje de las ganancias generadas en detrimento de otras organizaciones abocadas a la pérdida de sus referentes: observando la ventana de traspasos, las recientes ventas de Diego Carlos por parte del Sevilla, Isak con la Real Sociedad y de Gonçalo Guedes en el caso del Valencia, ejemplifican las dificultades económicas de equipos con una gran historia en su haber. Resulta redundante señalar que el sentido de todo torneo subyace en la competitividad de cada participante, en manos de los responsables de La Liga Santander se encuentra el hacerla más atractiva de cara al espectador.
Asimismo, tampoco ayuda a fomentar el espectáculo el aumento abusivo de los abonos por parte de ciertas entidades, siendo la almeriense una de las más flagrantes con una subida casi del 300% en esta temporada 2022-23. Ver el deporte rey en vivo, hoy es un lujo destinado a muy pocos. ¿Y qué decir de las retransmisiones televisivas? Las grandes cadenas privadas se lucran con precios desorbitados, cortocircuitando el deseo de los aficionados de poder disfrutar de su equipo en una placentera velada.
En medio de este torbellino, recientes estudios apuntan a un menor interés de los más jóvenes por el balompié, especialmente en la generación Z (nacidos entre 1996 y 2012). Frente a las reducidas tarifas de las diferentes plataformas streaming y la interactividad de Twitch, el entretenimiento de antaño va disminuyendo su capacidad de generar nuevos consumidores. El fútbol tal y como lo conocemos se encuentra sumido en una profunda crisis, generada por la avaricia de unas élites que buscan amortizarlo lo máximo posible en beneficio propio.
Inmersos en la tercera jornada de la temporada 2022-23, atrás quedan aquellos tiempos del “Super Depor”, del Athletic de Bilbao campeón, de aquellos diálogos cercanos entre jugadores y afición. En manos de los amantes de este deporte, y no de otros, se halla la clave para recuperar la esencia perdida.
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