El ser humano es capaz de hacer lo mejor pero también de hacer lo peor. A lo largo de la historia de la civilización hemos visto como grandes hombres y grandes mujeres han realizado buenas acciones en beneficio de las sociedades en las que vivían. Actos caritativos, mejora del nivel de vida, cuidado de enfermos, tareas educativas, donaciones económicas, buenas gestiones políticas… y todo tipo de acciones individuales y colectivas, han generado un mundo mejor. Pero si el ser humano es capaz de realizar este tipo de acciones loables, también es cierto que el devenir de la humanidad está plagado de actos abyectos y degenerados.
Resulta evidente que las buenas acciones son siempre ejemplarizantes, mientras que por lo que respecta a las acciones malévolas o inmorales, sus causantes en términos generales han intentado ocultarlas. Es así como los autores de la profanación de símbolos religiosos, la relación sexual de menores con adultos o la zoofilia entre otras, sus autores han procurado que estas acciones quedasen en el más absoluto secreto, o sino realizadas en círculos muy herméticos de particulares. El problema surge cuando nuevas ideologías generadas por la izquierda e impulsadas por grandes lobbies, como el animalismo, la sexualidad con menores o la ideología de género, han hecho gala de estas actitudes, hasta ahora clandestinas, y además las redes sociales se han encargado de difundirlas ampliamente entre la sociedad.
Cuando una acción negativa y contraria a la naturaleza humana, es jadeada por un lobby social, y por partidos políticos de izquierdas, que conforman en algunos casos gobiernos nacionales; el actor de esas acciones se siente moralmente amparado en su actitud, y llega a la conclusión de que su acción no es tan mala, o sino directamente justificable. Vemos así como actitudes que hasta ahora se consideraban por lo menos reprobables, como profanar iglesias, reventar procesiones de Semana Santa o hacer procesiones exhibiendo una vagina en un paso, enseñar en la escuela a menores a masturbarse, el exhibicionismo mostrándose desnudos en la vía pública o en parlamentos, orinar en la calle, dar besos a los cerdos en los camiones estacionados en áreas de servicio que tienen su destino en el matadero, o solidarizarse con las gallinas supuestamente violadas por los gallos en las granjas avícolas, son jaleadas por sus autores en las redes sociales reivindicándolas como actos de libertad y de solidaridad. Lo mismo ocurre con aquellos que hacen gala de ejercer violencia física contra sus rivales políticos, o de haber amputado los genitales a un marido maltratador.
Se ha de reconocer que la izquierda ha tenido el mérito de hacer perder a muchas personas el sentido de la vergüenza. Antiguamente si un pastor tenía una veleidad con una oveja de su rebaño, producto de la libido que provoca el aislamiento en el campo, lo que no se le ocurriría nunca era colgar las fotos de su acción posesoria en instagram, pero por lo visto los lobbies y los partidos políticos de izquierdas tienen mucha capacidad de cambiar las mentes, y de convertir lo que era abyecto, es un acto lleno de modernidad y progresismo.
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