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El nacionalismo es el mal

"Muchos catalanes libres de nacionalismo hemos esperado inútilmente el retorno de la democracia, la libertad y la fraternidad a nuestra querida tierra, valores universales e irrenunciables que nos arrebató el nacionalismo hace ya 40 años"

Por Pau Guix
domingo, 14 de febrero de 2021
en Opinión
18 minuto/s de lectura
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En 2018 tuve la oportunidad de ir a presentar mi libro El hijo de la africana al programa Ara i aquí, en TVE Sant Cugat, presentado por Carlos Fuentes. Esto, en una sociedad sana y plural, jamás hubiera trascendido la categoría de la mera anécdota; pero tuve la ocurrencia u osadía de afirmar textualmente, respondiendo a una pregunta directa del Sr. Fuentes, que “el nacionalismo es el mal”.

El efecto que provocó entre los tertulianos e invitados ─muchos de ellos nacionalistas, separatistas o los eufemísticamente autodenominados como tercera vía─ fue a partes iguales de sorpresa, revuelo e indignación, seguido ─como no podía ser de otra manera en una Cataluña enferma de odio y desprecio hacia el disidente─ de la posterior burla. El argumento chancero de un señor con lazo que estaba en la mesa del programa fue que si el nacionalismo era el mal ¿entonces bajaría un ángel y los demás eran demonios o algo así? Como comprenderán, la memoria es algo limitado y no está diseñada para retener ese tipo de sandeces infantiloides que más que argumentos parecen la indocumentada respuesta socarrona del niño más lerdo de su clase de un curso de Primaria (de la escola catalana, claro está). Y para él recojo a continuación las definiciones más básicas de bien y mal, que perfectamente podría explicarle Coco en Barrio Sésamo.

El Diccionario de Uso del Español (DUE) de María Moliner recoge esta acepción de mal: “Entidad abstracta constituida por las cosas que son malas porque dañan, porque hacen padecer o porque son contrarias a la moral humana o divina”. El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia (DRAE) recoge que el mal es “lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto.” Si comparamos estas definiciones del mal con aquellas del bien que recogen esos mismos diccionarios podremos entender perfectamente la diferencia entre ambos términos. El bien es la “entidad abstracta formada por todo lo que es moralmente bueno” (DUE) o “aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género, o lo que es objeto de la voluntad, la cual ni se mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido falsamente como tal” (DRAE).

Se dan a diario en Cataluña cientos o miles de ejemplos del mal, ya sea a título individual, ya sea a título colectivo o de Régimen, de ese mal absoluto que comporta todo nacionalismo y que, en su versión paranoico-regional catalana, a pesar de su condición de grotesco, ha destruido la convivencia, la economía y la fraternidad. Y mientras tanto, el bien escasea, e incluso, a veces, no se haya ni presente por la desidia o abandono de los partidos políticos que deberían defenderlo y/o abanderarlo, y por la lenta pero inexorable extinción del Estado, sus instituciones, sus funciones y sus funcionarios en Cataluña.

A título individual este mal lo podemos observar, por ejemplo, cuando un lazi furibundo señala y persigue en redes sociales a trabajadores, comercios o restaurantes por no atender en catalán o no tener la carta en el idioma patrio de la Reichpubliqueta, algo por desgracia habitual, tanto que incluso una de esas cabezas filofascistas de la hidra nacionalista, Plataforma per la Llengua, ha desarrollado ya hace años una app móvil para que no quede nadie sin señalar ante tamaña afrenta.

A título colectivo, los ejemplos tangibles de ese mal son innumerables, ya sea los impulsados directamente desde la casta dirigente nacionalista en el ejercicio de su cargo, ya sea de manera soslayada a través de sus movimientos asociativos (ANC, Òmnium) y medios de comunicación hipersubvencionados (el grupo del Conde de Cobró por citar el que más), ya sea de manera taimada ocultándose bajo el anonimato como Tsunami (anti)democràtic.

Recordemos, sin ir más lejos, la semana del odio amarillo que en octubre de 2019 destruyó e incendió el centro de Barcelona y ocupó el aeropuerto. O el año prácticamente consecutivo que hemos sufrido de ocupación lazi de la Avenida Meridiana con la connivencia y la pasividad absoluta de Colau y de la Generalitat. O las continuas e insufribles peroratas acompañadas de una buena ración de vómitos supremacistas de las estrellas y (pseudo)periodistas que pueblan las ondas de esa máquina de aborregamiento masivo que es la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, ergo TV3, Catalunya Ràdio y todos sus derivados. O las pedradas (las cuales exige y justifica en TV3 la exdiputada cupaire Mireia Boya para VOX), insultos, agresiones y acoso que reciben los partidos políticos que defienden la unidad de España en la región catalana, y no sólo durante la campaña electoral, como efectivamente se está produciendo este 14F, sino desde la misma aparición del primero de ellos en tiempos ya lejanos. O las marchas, ese tipo de acto participativo que tanto gusta a los fascistas de ahora y los de antes, marchas que tuvieron lugar también en octubre de 2019 y que, desgraciadamente, ya predije en mayo de 2018 en una carta abierta que dirigí al bueno de Gaby, un hombre de bien acosado por el odio nacionalista por el mero hecho de ser un reconocido brigadista de limpieza que estuvo retirando, noche sí y noche también, junto a sus valientes compañeros, toda la inmundicia propagandística que, en forma de lazos, carteles y cubanas, puebla gran parte de los municipios catalanes a pesar de que muchos de sus habitantes no estén de acuerdo con ella. Si esto no es el mal, si no daña y no hace padecer, si no es contrario a la moral humana o divina, y si no se aparta de lo lícito y lo honesto, sólo nos queda esperar que esa bestia con forma nacionalista que es Quim Torra escriba y envíe su disconformidad a la RAE y al editor del DUE para que modifiquen sus definiciones del mal en sendos diccionarios.

Pero permítanme extenderme sobre el hecho de las marchas de 2019, a pesar del tiempo transcurrido, ya que es altamente definitorio de ese mal que con tanta virulencia encarna el nacionalismo. Muchos de los líderes nacionalistas de ese momento siguen siendo los mismos, aunque ─como sujetos activos del odio y del mal─ serían perfectamente intercambiables por otros de idénticas capacidades y mismo discurso de pensamiento único xenófobo y excluyente. Eso sí, algo hemos ganado: el terrorista asesino Carles Sastre ya no es el Secretario General de Intersindical-CSC desde julio de 2020. He recuperado para escribir este artículo lo que se dijo en la concentración de Barcelona que siguió a las llamadas (grotesca y tendenciosamente) marchas por la libertad cuando no eran más que una burda pero diáfana manifestación del fascismo en su estado más esencial o puro. Dichas marchas sobre Barcelona, con una duración de 3 días, fueron organizadas por la ANC y Òmnium Cultural en señal de protesta por la sentencia del Supremo que envió a los golpistas donde deberían estar: en prisión. El autodenominado sindicato Intersindical-CSC junto con la Intersindical Alternativa de Catalunya organizaron, a modo de chiringuito lazi, una falsamente llamada huelga general (ni UGT ni CCOO se prestaron a ella ni aparecieron en la foto) para hacer de coche escoba y recoger a los caminantes de las marchas, concentrándolos en un acto en donde excretar su odio hacia la justicia, el estado de Derecho, España, los españoles y cualquiera que no pensara como ellos. Puesto que las huelgas políticas están prohibidas en España, ambos sindicatos alegaron como causa de la manifestación la pérdida de derechos de los trabajadores y exigieron la subida del SMI a 1.200€.; pero el lema de la huelga era inequívoco y no escondía nada, “pels drets i les llibertats (vaga general)”. ¿Huelga General? ¿Qué huelga? La huelga política ilegal organizada por un chiringuisindicato político nacionalista que en ese momento era dirigido por un terrorista asesino. Menudo paisito les iba a quedar si lograran independizarse algún día… Y es que si estos son sus valores democráticos, obviamente están más cerca de los de Robert Mugabe o Nicolae Ceaușescu que de los de Martin Luther King o Mahatma Gandhi.

La realidad es que, en dicho acto, los nacionalistas de siempre pudieron hacer los mismos discursitos de siempre. La presidente de la ANC, Elisenda Paluzie, afirmó en su discurso que los CDR de Gerona fueron los primeros que tuvieron la idea de las marchas por la libertad y que se las ofrecieron a la ANC. Pero a ver, Elisenda, que fueron Mussolini y sus fascistas los inventores de esa idea con su marcha sobre Roma, no los CDR de Gerona (aunque tengan mucho en común con los del fascio), pero el adoctrinamiento no te deja ver el bosque. Sigamos. Paluzie, con su grotesco y paranoico discurso de agravios y victimismo, no se daba cuenta del enorme ridículo que hacía frente al mundo occidental (como siempre que tiene la oportunidad) y el irreparable daño que le estaba haciendo al conjunto de los ciudadanos catalanes y a esa tierra, Cataluña, que tanto dice amar, a la que ella y los suyos han condenado a un futuro tan negro como incierto. Y es que el nacionalismo catalán es esencialmente anticatalán porque destruye Cataluña, idea que es explicada con meridiana claridad en el libro del blog Dolça Catalunya de título homónimo, para quien quiera profundizar en ella.

Después de Paluzie, la fiestacionalista no cesaba. A ella no podían faltar, aunque fuera a distancia, Jordi Cuixart y sus lloros, el mismo perturbado que desea que sus hijos y los de los demás vayan a prisión por la nación catalana. Marcel Mauri, en su papel de comparsa, leyó una carta que el sofista Cuixart había escrito desde la prisión (género literario cuya pasión parecen compartir los líderes nacionalistas a lo largo de la Historia desde tiempos de Adolf Hitler). En ella afirmaba que al resto de los mortales nos molestaba la simple existencia de los nacionalistas y venía a decir que por ello sufrían presidio y tribulaciones. Pues no, no “nos molesta su simple existencia”, ni la de los nacionalistas ni la de nadie, como falsamente sentenciaba Cuixart, porque a los ciudadanos libres de nacionalismo no nos importa que nadie piense diferente; lo que sí que nos preocupa es precisamente que todos piensen lo mismo, porque eso demostraría que nadie estaría pensando, como aseveró en su momento el doble premio Pulitzer Walter Lippmann.

Lo que sí nos molesta, por ejemplo, es el victimismo nacionalista, indigno e indignante, el cual justifica que suba al escenario un terrorista asesino como Carles Sastre en su condición de organizador del acto en cuanto Secretario General de Intersindical-CSC y diga que “Cataluña está cerrada por dignidad”, la que él jamás tuvo cuando mató a sus víctimas; lo que nos molesta es que en la televisión pública catalana presenten a un terrorista asesino como Sastre como “gran reserva del independentismo”; lo que nos molesta es que cuando nos visita un organismo pluricelular como Otegui (entenderán que me cueste calificarlo como persona) cuyos telómeros están compuestos por el odio y la violencia, se le reciba como a un Gandhi redivivo, lo lleven a sus mítines electorales y se hagan selfies con él; lo que nos molesta es que arruinen la convivencia, fracturen la sociedad y pongan en riesgo los derechos civiles y libertades fundamentales que tanto nos costó ganar; lo que nos molesta es que hayan corrompido la mente de los jóvenes y de los no tan jóvenes; lo que nos molesta es que les hayan robado su plácido retiro a nuestros mayores colgándoles un lazo en la solapa y los utilicen de atrezzo en el enésimo aquelarre amarillo; lo que nos molesta es que hayan hecho bandera del adoctrinamiento escolar en vez de educar a nuestros hijos en valores y en el progreso; lo que nos molesta es que hagan propaganda sediciosa y rebelde a todas horas en los medios de comunicación, malversando así el dinero público (cuyo fin es otro); lo que nos molesta es que traten de corruptos y ladrones a los demás cuando la casta dirigente nacionalista en Cataluña ha sido una de las peores clases extractivas que se recuerda de todo el orbe occidental desde la época de Tucídides; lo que nos molesta es que nos hayan dejado con una pésima sanidad y sin poder costear muchas prestaciones sociales en momentos tan críticos para la economía y para las personas (problema especialmente grave y notorio en tiempos de COVID-19); lo que nos molesta es que nos consideren white trash a los que no pensamos como ellos y especialmente al sector castellanoparlante de la sociedad catalana; lo que nos molesta es que traten de hacer creer al resto del planeta que ellos representan la democracia y que los totalitarios somos el resto ergo los que no pensamos como ellos; lo que nos molesta es que nos desprecien a aquellos que creemos que  debemos ser esclavos de las leyes para vivir en libertad y no en ser carne de cañón de una ofuscada turba purulenta con la que buscan imponernos una república bolivariana o soviética (bananera en todo caso); lo que nos molesta es la certeza de que en su Reichpública los disidentes seríamos expatriados y/o represaliados como la malograda política checa Milada Horáková lo fue en su momento.

En definitiva, estamos cosechando los frutos maduros y tardíos del padre maligno, el Muy Andorrable Pujol, el infiltrado máximo en una sociedad antes próspera y que ahora agoniza cruelmente en la falta de valores como el respeto, la libertad, el entendimiento, el bienestar y la concordia, y que además está al borde del precipicio económico por si misma (la pésima gestión nacionalista); si a ello añadimos los estragos que ha ocasionado la pandemia de COVID-19 el futuro no es nada halagüeño y el desarrollo humano ─que debería ser resiliente─ puede retroceder muchísimo en Cataluña.

El principal organismo de las Naciones Unidas que trabaja en pro del desarrollo es el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que mide el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y que, entre otras mediciones, publica regularmente desde 1990 el Informe sobre Desarrollo Humano. Este informe es una gran aportación intelectual, política, económica y social a la necesidad del desarrollo humano para todas las personas ya que dicho desarrollo se entiende no como algo meramente material sino como algo destinado a la mejora del bienestar de las personas, a aumentar sus capacidades y ampliar sus libertades. El Informe define el desarrollo humano como el desarrollo de las personas mediante las creaciones de capacidades humanas y la participación activa en los procesos que determinan sus vidas. Afirma que los derechos humanos son el pilar fundamental del desarrollo humano y que éste promueve las libertades personales así como las de grupos o colectivos, pero nos avisa que en el mundo siguen existiendo grandes problemas de desarrollo, como las privaciones o las desigualdades, a los que se ha añadido el extremismo violento y, ¡oh, sorpresa!, el nacionalismo, un movimiento ideológico muchas veces unido a ese extremismo o más bien su verdadero instigador.

El informe de 2016 recoge: “La desigualdad extrema y la concentración de las capacidades y oportunidades en una pequeña élite son elementos de un círculo vicioso. A medida que se amplían las desigualdades, los grupos en situación de marginación y exclusión se enfrentan a crecientes deficiencias en las oportunidades de ampliar y aplicar sus capacidades e influir en las instituciones y las políticas que determinan posteriormente la distribución. Las oportunidades positivas de participación e influencia políticas son esenciales para romper el círculo vicioso. […] En las sociedades con un alto nivel de desigualdad, la captura por la élite de los beneficios del desarrollo y las instituciones —mercados, Estados y sociedad civil— que establecen los criterios para la distribución de las oportunidades puede aumentar y perpetuar las diferencias de capacidad. La concentración extrema de capacidades y oportunidades en la cúspide puede minar la gobernanza democrática y reducir el pluralismo en la toma de decisiones. La equidad y la justicia ceden el puesto a las normas que perpetúan las brechas”. Esto, ni más ni menos, es lo que ha estado pasando en la Cataluña gobernada 40 años por el nacionalismo; y es lo que sigue pasando ya que el ominoso Plan 2000 del Nada Honorable Pujol el Andorrano es exactamente lo que preveía y lo que se llevó metódicamente a cabo, para desgracia de la democracia, de las libertades, de la sociedad y de los ciudadanos. Y las desigualdades, marginación y exclusión se pueden apreciar en la imposición de la inmersión lingüística que provoca que los niños castellanoparlantes tengan más dificultades de aprendizaje en la escuela lo que comporta que los niños catalanoparlantes tengan acceso a más y mejores oportunidades de adultos y mantengan la llama nacionalista viva ya que el combustible del que se alimenta es la lengua catalana. La diglosia es real en Cataluña y para los nacionalistas la lengua española es la lengua del vulgo.

El informe también contiene: “El mecanismo de exclusión más directo y radical es tal vez la violencia. Los instrumentos coercitivos permiten a un grupo imponer su visión de la sociedad a otro y proteger su acceso a los recursos, a determinados beneficios y al poder decisorio. Las motivaciones son, entre otras, la consolidación del poder político, la salvaguarda del bienestar de las élites, el control de la distribución de los recursos, la usurpación del territorio y los recursos y el favorecimiento de ideologías basadas en la supremacía de una determinada identidad y conjunto de valores”. Les suena, ¿verdad? Desde la banda asesina ETA en Vascongadas hasta sus émulos de Terra Lliure en Cataluña, pasando por los CDR, la semana del odio amarillo, los ataques a los partidos políticos y a sus representantes, los ataques a los miembros de los Cuerpos y Fuerza de Seguridad del Estado, etc. definen perfectamente esa violencia y su voluntad impositiva y excluyente. Y de la supremacía tenemos ejemplos para aburrir: Pompeu Gener, Pompeu Fabra, Prat de la Riba, el Doctor Robert, Jordi Pujol, Quim Torra, Oriol Junqueras, Heribert Barrera… y sus obsesiones con las razas impuras.

El informe continúa: “La intolerancia hacia los otros —jurídica, social o coercitiva— es antitética del desarrollo humano y el universalismo. No obstante, la intolerancia, la exclusión y la desigualdad son fenómenos comunes y en algunos casos están aumentando. Para superar estos obstáculos será necesario encontrar formas de vincular los intereses colectivos a la equidad y la justicia”. Esto me recuerda al filósofo Karl Popper y la paradoja de la tolerancia, que definió en La sociedad abierta y sus enemigos (1945). Popper afirma que la tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de los tolerantes y, junto con éstos, de la tolerancia y que por ello se debe reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Popper afirma que se debe exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia. El filósofo sentencia que “tenemos por tanto que reclamar, en el nombre de tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia” porque, en definitiva, sería tolerar el imperio del mal. Traslademos ahora esa paradoja a nuestra democracia constitucional. Si permitimos (como ha hecho el Estado hasta ahora) que los no demócratas (los nacionalseparatistas catalanes de todo pelaje) usen de los resortes de la democracia para continuar con su interminable y plomizo proceso golpista, lo que estamos paradójicamente propiciando es la destrucción de los demócratas y de la democracia en nuestra región. Deberemos reclamar pues, en nombre de la democracia, el derecho a no tolerar a los no demócratas, que forman además parte de ese nutrido grupo de intolerantes que acechan en estas tierras, cobijados bajo lazos y cubanas, en los recovecos del camino.

El informe añade: “En un momento en el que la acción y la colaboración mundiales son imprescindibles, las identidades propias se están reduciendo. Los movimientos sociales y políticos relacionados con la identidad, ya sea nacionalista o etnopolítica, parecen ir en aumento en cuanto a frecuencia y fortaleza. Las políticas identitarias van en aumento. Los datos de 1816 a 2001 muestran un pico en 2001, cuando casi el 90% de los conflictos del mundo se producían entre nacionalistas que trataban de crear Estados-naciones independientes o entre etnias que se enfrentaban por los equilibrios de poder étnicos dentro de los Estados. El brexit (salida del Reino Unido de la Unión Europea) es uno de los ejemplos más recientes de retroceso hacia el nacionalismo entre personas que se sienten marginadas en un mundo cambiante. Este giro hacia el apoyo del nacionalismo podría haberse previsto”. Pues ya lo ven, se podría haber previsto, aunque tampoco hacía falta ser muy previsor en el caso de Cataluña ya que era pública y notoria esa querencia hacia el golpismo nacionalista, algo además que personas y asociaciones de la sociedad civil no nacionalista han estado denunciado a lo largo de tres décadas. Se podía haber previsto, se podía haber reconocido el problema, pero nunca se ha hecho nada para evitarlo, para mayor vergüenza de los grandes partidos políticos nacionales y, especialmente, de los gobiernos de Rajoy y de Sánchez/Iglesias. Y sobre el Brexit recuerden que, en pleno 2021, en la otrora imperial y arrogante Inglaterra (cuya situación se ha agravado doblemente por la pandemia de la COVID-19), debido al salvaje desabastecimiento de alimentos, han acabado comiendo hasta pescado podrido.

Cuando pienso en aquel señor con lazo del programa en TVE Sant Cugat pienso en el mal, no porque él lo fuera sino porque él y su lazo lo representaban, como en su momento lo representó cualquier esvástica en el brazo o solapa de un simple ciudadano simpatizante del NSDAP, el partido nacionalsocialista obrero alemán. Y sí, cuando pienso en el mal, pienso en el infierno, que no necesariamente tiene que responder a una concepción cristiana. Y cuando pienso en el infierno, no puedo dejar de pensar en el lema tallado en su puerta de entrada en la Divina Comedia del gran padre Dante, como así es referido por Gianni Schicchi en la ópera homónima de Puccini: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. Es exactamente lo mismo que estará grabado en todas las puertas de entrada al infierno de odio, supremacismo y xenofobia en que los nacionalistas convertirán Cataluña si pasan de la “ensoñación” (sic) a la realidad algún día; y lo único que conseguirán es que nadie, absolutamente nadie, ni personas ni empresas, quieran venir a establecerse en lo que pudo ser la Magna Grecia del siglo XXI pero que ha acabado convirtiéndose en la Caracas del Mediterráneo adornada con tintes de gulag siberiano, una región que cada día será más pobre, inculta, totalitaria, violenta, populista; y estará, un día tras otro, un paso más fuera de Europa y del mundo, ergo fuera de la Historia. No tengan duda, el nacionalismo es el mal y Junqueras su profeta… de momento… a la espera de su indulto y poder ser su reyezuelo con alma de predicador. Y no se llamen a engaño, Junqueras y todos los gerifaltes del politburó nacionalista son como el cómico W. C. Fields, que afirmaba que no tenía prejuicios ya que odiaba a todo el mundo. El nacionalismo es el mal, y corrompe y destruye todo aquello que toca. Pero el nacionalismo, en el proceso de tratar de eliminar todo lo que odia y a todos aquellos a los que odia, acaba como Saturno, devorando a sus propios hijos y aquella tierra que dice amar y en el nombre de la cual comete todos sus atropellos.

Santiago Trancón, en su artículo El origen del mal de 2018, define perfectamente el proceder del mal: “El mal existe. No hablo de ninguna entidad abstracta, metafísica o cósmica. Me refiero a eso que realizan los hombres. Actos que perjudican conscientemente a otro, que causan dolor, sufrimiento, pobreza, hambre, muerte. […] El mal siempre se ha asentado sobre ideas simples que funcionan con el automatismo de un acto reflejo. Ideas-impulso, creencias, dogmas. El mal, para quien lo realiza, siempre está justificado, no es posible hacer el mal sin el sostén de un conjunto de ideas simplificadas”. Como vemos es perfectamente aplicable a la esencia del nacionalismo catalán: una ideología simple y simplificada que funciona con el automatismo de un acto reflejo entre sus creyentes y cuyos actos se basan en creencias y dogmas guiados por ideas-impulso. También es perfectamente aplicable al modus operandi de los ejecutores del nacionalismo catalán, ya sean sus dirigentes como Puigdemont, Junqueras o Pujol, ya sean sus Sturmabteilung (tropas de asalto) amarillas como los CDR que queman Barcelona o como los comunicadores y periodistas que cada día hacen propaganda y proselitismo desde sus púlpitos en los medios públicos o subvencionados.

Afirmaba el gran Gilbert Keith Chesterton que para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar derechos a sus anhelos personales y abusos a los derechos de los demás. Por ello, no pierdan su tiempo tratando de explicarle a un separatista furibundo ─cuya mente ha sido irremediablemente destruida para siempre por la ponzoña pestilente que supuran la TV3 y los medios del Régimen─ la diferencia entre catalanidad y catalanismo, ya que es la misma que existe entre integridad e integrismo. Indefectiblemente, aquella catalanidad inherente al hecho de ser catalán, nos hace sentirnos a muchos de los catalanes plenamente españoles, desde una absoluta integridad. En cambio, a unos pocos catalanes, su catalanismo les aboca a defender, con un fervor integrista, cuasi religioso, una ideología que defiende la intangibilidad de un sistema nacionalpopulista ─que sólo coge forma en los sueños húmedos de los próceres separatistas─ sustentado en el odio y el supremacismo, negándose a reconocer una realidad existente que les envuelve y en la que viven el día a día, realidad de la que, como no es la suya deseada, llegan incluso a negar su misma existencia.

Creo que quizás, los ciudadanos catalanes que creemos en la ley y aborrecemos del nacionalismo por ser contrario a ella, deberíamos iniciar un crowfunding en alguna de sus plataformas más conocidas y recaudar el dinero necesario para poder regalar a las más altas personalidades del régimen nacionalista (ya que algunos no tenen ni cinc) la realización de pruebas de ADN, y así ayudarles a esclarecer definitivamente sus dilemas con ese tema de la raza que no les deja vivir tranquilos. Por ejemplo, imagínense que la madre superiora que habita entre misales andorranos, Marta Ferrusola, tuviera unos resultados de ADN que arrojaran un porcentaje yemení, otro marroquí y ninguno carolingio. O que el ADN del pobre Oriol Junqueras, que sintiéndose genéticamente tan francés como se siente, estuviera compuesto de trazos celtas, inuits y mongoles. Seguramente, al conocer los resultados, a Pilar Rahola le explotarían las venas en directo en TV3 puesto que las pruebas genéticas habrían acabado con cualquier atisbo de la existencia de una raça catalana que no fuera la única realmente posible: la imaginaria.

Como en la inmortal obra de Lorca, Doña Rosita la soltera (o El lenguaje de las flores), en el páramo nacionalista no brotará jamás la esperanza ni la vida, simbolizada por las rosas.

“Como siga este viento no va a quedar una rosa viva. Los cipreses de la glorieta casi tocan las paredes de mi cuarto. Parece como si alguien quisiera poner el jardín feo para que no tuviésemos pena de dejarlo.” (Tía, Acto Tercero)

Muchos en Cataluña, bajo el azote incesante de los vientos nacionalistas, han vivido equívocamente como Rosita, esperando toda una vida la vuelta de un amado que emigró a Argentina y que, a pesar de continuar mandándole cartas de amor de manera periódica, se había casado tiempo ha con una mujer en Tucumán y no tenía intención alguna de volver jamás. Muchos catalanes libres de nacionalismo hemos esperado inútilmente el retorno de la democracia, la libertad y la fraternidad a nuestra querida tierra, valores universales e irrenunciables que nos arrebató el nacionalismo hace ya 40 años, valores que difícilmente podremos volver a recuperar si el conjunto de los españoles no siente este problema también como suyo y nos ayudan a acabar con este apartheid social, político, económico, cultural y lingüístico que estamos viviendo los catalanes libres de nacionalismo.

Y, seguramente debido a ello, el maravilloso jardín de las Hespérides que fue la región catalana ─y que pudo haber seguido siendo si el nacionalismo no lo hubiera querido poner feo─ es ahora un lúgubre cementerio de rosas el cual unos cuantos catalanes libres de nacionalismo han dejado ya, algunos con pena, sí, pero otros con gran alivio en dirección a una nueva vida en libertad.

Y, en plena diáspora, se hizo el silencio en el yermo, raso y desabrigado terruño catalán, ahogando para siempre, en una eterna oscuridad, todos aquellos gritos desesperados de quienes siguieron sufriendo el mal y los horrores que trajo consigo el nacionalismo y que jamás consiguieron superar.

Pau Guix (Foto: Cristina Casanova)

12 de febrero de 2021


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TV3, el tamborilero del Bruc del procés

Sergio Fidalgo relata en el libro 'TV3, el tamborilero del Bruc del procés' como a los sones del 'tambor' de la tele de la Generalitat muchos catalanes hacen piña alrededor de los líderes separatistas y compran todo su argumentario. Jordi Cañas, Regina Farré, Joan Ferran, Teresa Freixes, Joan López Alegre, Ferran Monegal, Julia Moreno, David Pérez, Xavier Rius y Daniel Sirera dan su visión sobre un medio que debería ser un servicio público, pero que se ha convertido en una herramienta de propaganda que ignora a más de la mitad de Cataluña. En este enlace de Amazon pueden comprar el libro.

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