Como consecuencia del descontento popular suscitado por la expansión de la pandemia del Covid 19, y la inefectividad de las medidas gubernamentales que no han podido detener la enfermedad, en diversas ciudades españolas están proliferando manifestaciones de personas jóvenes, que ejercen de manera visible y a veces violenta sus protestas. Desde el poder público y desde casi todos los partidos políticos, se ha vertido un rosario de descalificaciones contra estos ciudadanos tildándolos de violentos, delincuentes, vandálicos y antisistema.
Insultar resulta muy fácil pero analizar es más difícil, y por ello solemos acusar una tendencia innata hacia la descalificación, sin preguntarnos el porqué ocurren las cosas. Por ello a priori debemos de valorar que unas personas que se manifiestan al grito de ¡libertad, libertad! en un sistema democrático merecen a priori un margen de consideración, por la sencilla razón que están reclamando el más elemental y el más importante de los derechos.
Una segunda cuestión que merece nuestra reflexión, es que en estas manifestaciones hay personas de extrema derecha, de extrema izquierda y otros apolíticos que no tienen más filiación que la de su casa, y el hecho de que personas con pensamiento político tan dispar se pongan de acuerdo para defender unos derechos, significa que esos derechos están amenazados de una forma real y evidente.
También tenemos que tener en cuenta que desde los medios de difusión social, se ha repetido por activa y por pasiva que para los jóvenes la enfermedad se presenta como asintomática, y por ello entraña una cierta lógica que una persona que sabe que si se infecta, es muy probable que ni se entere de que lo está, no tenga ningún miedo a la enfermedad, y por ello sea proclive a acudir a reuniones masivas, ya sea en un botellón o en una manifestación.
Otro aspecto significativo es que por definición a lo largo de la historia, son los jóvenes, generalmente estudiantes, los primeros en percibir la amenaza a las libertades democráticas, y los primeros en expresar públicamente la defensa de estos derechos. Ese fenómeno ha ocurrido en protestas contra regímenes dictatoriales de todo tipo en casi todos los países. Pero además también tenemos que considerar que los jóvenes expresan públicamente, lo que hablan en su casa con su familia y con los amigos, con la diferencia de que mientras las personas de más edad, en términos generales limitan su discrepancia a conversaciones privadas, los jóvenes tienen el valor de salir a la calle a protestar.
En toda Europa los diferentes Tribunales Constitucionales han preservado el derecho de manifestación, pese a las restricciones impuestas por las normas de contención del coronavirus, pero lo que simplemente debía de tratarse de unas manifestaciones pacíficas, se ha complicado en España y en otros países, con la irrupción de violentos e incontrolados, que en algunas ocasiones han realizado actos de saqueo de comercios y daños al mobiliario
urbano.
Para evitar las generalizaciones, de la misma forma en la que en una boda no podemos criticar a los novios y a los comensales, por la conducta bochornosa de un invitado que ha abusado del alcohol y ha roto unas copas y un jarrón, tampoco debemos criticar una manifestación en la que han irrumpido violentos, que aprovechan cualquier evento social, como cuando un equipo de fútbol gana la Liga, para cometer todo tipo de tropelías.
Evidentemente durante el motín de Esquilache de 1766, la sublevación del 2 de mayo de 1808, o la Revolución Gloriosa de 1868, se produjeron saqueo de comercios, pero a nadie se le ocurre, como pasa hoy en día, decir que se trataba de violentos, delincuentes, vandálicos o antisistema.
Lo importante de estos movimientos populares es que los que detentan el poder sepan sacar una lectura positiva, y procurar tomar las decisiones acertadas que satisfagan a la población para evitar nuevas protestas. Si en una obra de teatro el público tira tomates a los actores, si éstos son inteligentes, en vez de tildar al público de gentuza desaforada, deberían de repasar su interpretación para mejorar la obra en su próxima función, para que el público solo les dedique aplausos y guarden los tomates para la ensalada.
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