Erving Goffman era un sociólogo canadiense que es considerado en la actualidad como el padre de la microsociología, porque sus estudios se planificaban en la interacción social de grupos reducidos de personas, en lugar de los tradicionales estudios sociológicos que se circunscribían a magnitudes de gran escala. Uno de sus focos de estudio se centró en el concepto de «estigmatización», como actitud por la que las personas reaccionan, cuando se encuentran ante un extraño que tiene un atributo que lo diferencia de los demás. Cuando esto ocurre dejamos de percibir a alguien o a un grupo social al que pertenece, como a una persona o grupo normal, para verlo como algo menospreciado.
Precisamente Goffman centra su atención en los estigmatizados, a los que también llama «desviados», atributo éste que no les corresponde porque son personas perfectamente normales, pero que una parte de la sociedad les atribuye un estigma que los diferencia de los demás y los marca definitivamente.
La estigmatización de un grupo social se basa en el prejuicio, y el prejuicio supone una toma de posición ante otra persona, que es más instintiva que reflexiva, porque el que prejuzga suele tener poca información o incompleta del grupo social al que pretende segregar mediante su prejuicio. Es así como en base al prejuicio quedan estigmatizados grupos y minorías sociales como los magrebíes, los negros, los gitanos o los mendigos, entre otros.
Al margen de esta estigmatización generalizada, existe otra estigmatización, al producirse un proceso de percepción social que se va construyendo cuando los medios públicos o privados de difusión social, ya sean radios, periódicos o televisiones, describen a una ideología política o a un partido político que la sustenta, con una lluvia constante y persistente de calificativos como ultra derecha, caverna, retrógrado, racista, fascista, maltratador, machista, etc… cuando esas calificaciones nada tienen que ver con ese partido político, pero eso carece de importancia para esos medios de difusión que se limitan a repetir su matraca descalificadora. Esos medios de prensa cuando se refieren a un partido político como Vox, siempre anteponen el calificativo despectivo que precede al nombre como por ejemplo cuando dicen «partido ultra Vox», y curiosamente nunca dicen «partido violento CUP» o «partido separatista Junts o Esquerra» o «partido exterrorista Bildu».
Cuando esa percepción se produce y llega a su máxima expresión, y cuando los medios de difusión social constantemente señalan a un partido político con epítetos negativos, la «estigmatización» llegada a su máxima expresión se convierte en «demonización», y algunos sectores sociales conformados por «tragacionistas», que consideran que todo lo que dice la televisión y la radio son verdades absolutas, se posicionan a veces de forma violenta contra los afiliados y simpatizantes de ese partido político. Luego a los tragacionistas se les unen los «border line» que según los psiquiatras son aquellas personas que están en el límite de la cordura y que son muy sensibles a todo lo que emiten aparatos electrónicos como la radio o la televisión. Llegados a este punto, los que profesan una ideología contraria a partidos como VOX, a los que se unen los tragacionistas y los ‘borderlines’, conforman grupos sociales que pueden interaccionar violentamente contra un acto público de ese partido como puede ser un mitin o una carpa informativa.
No se pueden expresar actitudes racistas y segregacionistas contra un partido político, sea cual sea, al que se culpa precisamente de ser racista o segregacionista. Por una correlación de esta afirmación, tampoco se puede combatir al demonizado con actitudes diabólicas.
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