El sectarismo de algunos independentistas es poliédrico. Unos pintarrajean con frases insultantes y amenazas a los dueños de la pizzería Marinella; otros “sugieren” a la ciudadanía la lengua que es preciso usar y la que es necesario obviar y, unos cuantos emboscados, arremeten contra una periodista de pies a cabeza llamada Anna Grau.
He seguido la trayectoria de Anna desde hace mucho tiempo. Puedo dar fe de su calidad como escritora y periodista. La conocí personalmente en la presentación de un libro y, sin necesidad de compartir ideología, amigotes u otras lindezas, conecté con ella con una rapidez pasmosa. ¿Por qué? Muy sencillo, me pareció una persona culta, sensata, con sólidas ideas y dispuesta a decir lo que pensaba en cualquier momento y lugar.
Quizás por eso unas cuantas mentes perversas, autoritarias y vengativas han intentado, e intentan aun, sacarla del circuito de los medios de comunicación. La mano que mece la cuna de la intolerancia se ha movido contra Anna anhelado eliminarla de las pantallas y las ondas radiofónicas. Pero. ¡Ah! No saben con qué tipo de persona han topado. Sí amigos, Anna es una mujer valiente que no se ha arrugado nunca ante las adversidades.
Ahora precisa que los demócratas le echemos una mano. Ella ha denunciado a los ruines y pide donde corresponde un trato justo y un escarmiento para los intolerantes. Ha llegado la hora de recordar que el silencio que practican algunos, ante los atentados a la libertad de expresión, es la antesala de las dictaduras. El oasis catalán hace tiempo que desapareció. La desertización avanza y, con ella, las alimañas. ¡Adelante Anna!
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