Se está convirtiendo en una costumbre los ataques verbales, y no tan verbales, a constitucionalistas en Cataluña por llevar nuestra bandera en forma de gorro, bufanda, pin o en cualquier otro formato. De hecho, llevar un emblema rojigualda en barrios barceloneses como el de Gracia, o por los pueblos llenos de lazos amarillos con alcaldes secesionistas es sinónimo de buscarse problemas por parte del sector más intolerante del independentismo.
Recuerden algunos ejemplos como la banda de forajidos que apalizaron a dos chicas por montar un tenderete de apoyo a la selección nacional de fútbol, o la profesora que agredió a una niña de diez años por pintar la bandera de España. Pero no son casos aislados, forman parte de un ambiente de amedrentamiento creado por el independentismo. No pueden evitar señalar pisos en cuyos balcones luce la rojigualda, o increpar a quién la luzca.
Cuando los separatistas atacan a las Fuerzas Armadas no lo hacen por pacifismo, en muchos casos lo que les ofende es que en sus uniformes esté bordada la bandera nacional, y que sean soldados de España. De ahí que muchos de los que piden la erradicación del Ejército en esta comunidad autónoma preparen planes para formar un Ejército catalán.
De ahí la importancia de reivindicar la bandera nacional. Frente a la intolerancia que representa la estelada, está la democracia y la libertad encarnada en la enseña constitucional.
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