Lo primero que te suelta el secesionista típico cuando denuncias los excesos del separatismo es el «si no estás a gusto en Cataluña, ¿por qué no te vas?». Consideran que Cataluña es suya, y si no pliegas a sus deseos lo mejor que puedes hacer es coger la maleta e irte a lo que ellos consideran «España atrasada».
No entienden que hay millones de catalanes que no nos creemos mejores que nadie, que pensamos que Cataluña es de todos, de los secesionistas y de los que no lo somos. Yo no quiero que ellos dejen Cataluña, solo quiero que respeten las normas de un Estado de derecho que forma parte del club de democracias más selecto del mundo: España.
Yo no considero que los secesionistas no sean catalanes. La gran mayoría de ellos sí que no me consideran catalán, soy para ellos un «quintacolumnista», un «colono» o directamente un «traidor». Han dividido a la sociedad catalana en dos mitades, y ellos se han arrogado el papel de los «buenos», y los que no pensamos como ellos somos los «malos».
Estoy harto de los que reparten carnets de catalanidad. De los que se arrogan el papel de defensores de la democracia mientras se dedican a delinquir incumpliendo el marco legal de un país democrático. Estoy harto de políticos que malgastan el dinero de todos en aventuras patrióticas y tienen a Cataluña paralizada desde hace cinco años.
El 1 de octubre que no cuenten conmigo. Pero en las próximas elecciones autonómicas hemos de ir todos votar para, democráticamente, construir una alternativa política constitucionalista al secesionismo excluyente.
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