Usted, querido lector, habrá notado que algunas veces me da por citar a filósofos (a menudo no les entiendo del todo pero, como aficionado, les leo y me dejo fascinar por su facilidad con el mecanismo de pensar). Me gustan los españoles porque cuando aplican sus pensamientos a la realidad o los deducen de ella, entiendo algo mejor lo que dicen. Me gustan varios de los franceses porque de ellos he aprendido mucho al haberme sacado de los marcos mentales en que nací y he vivido. Me gusta algún inglés porque las temáticas de los de allí tradicionalmente versan sobre religión, política y aspectos prácticos, temas que excitan mi curiosidad. Entre los alemanes de la Ilustración, el criticismo y casi el idealismo, destaca Immanuel Kant, del que me parece que aún hay mucho que aprender; entre otras cosas, porque tuvo el valor de dejarse llevar por su pensamiento hasta donde le condujese (que es lo que quiere decir “Sapere aude!”, lema ilustrado que predicó y practicó).
Kant nació en 1724, en una pequeña ciudad llamada Königsberg, (entonces Prusia y ahora Rusia: Kaliningrado) y se dice que jamás salió de allí realmente (enseguida verá por qué señalo esto), que lo más que se alejó fueron 150 kilómetros, que más o menos es lo que hay entre Vic y Reus, por ejemplo.
Me parece admirable que, en su “Crítica de la Razón Pura”, fuese capaz -él solito- de sintetizar y superar las dos corrientes dominantes entonces (racionalismo y empirismo). Más admirable me parece aún que centrase su atención en el tema de la moral, “Crítica de la Razón Práctica”, cuyo núcleo llamó imperativo categórico y basó en la libertad del hombre para obedecer las leyes universales que le dicta la razón (en contra de unos tiempos en que se soñaba “con la ignorancia y la holganza”). Decía que se puede mentir para obtener ventaja, pero si los demás hacen lo mismo… el diálogo es imposible, por lo que la mentira no es moral: es el principio de que lo moral es siempre aquello que puede convertirse en una ley universal, para toda la humanidad; y a mí me parece una herramienta fenomenal para recordar y aplicar cuando necesito analizar o decidir. ¡Esto, y mucho más, decía quien no había salido de su pueblo, ni disponía de whatsapp ni televisión por satélite…!.
Creía Kant que el hombre debe considerar a los demás como fines y no como instrumentos (hoy, tal vez, hablaría de que los políticos –estatales, autonómicos y locales- deben cubrir las necesidades de los individuos y no obsesionarse con obtener sus votos para cubrir las propias necesidades políticas de ascenso en el partido, acceso al poder y su conservación). Escribió también Kant sobre el bienestar de la sociedad y la necesidad de una educación de calidad como algo fundamental a perfeccionar “a lo largo de generaciones” (compare usted con los cambios que hacemos en España en los planes de enseñanza cada dos por tres –o sea: cambios en el tiempo-, y en las diferencias entre comunidades autónomas –o sea: cambios en el espacio-).
Quienes hacen esos planes deberían tener en mente más el futuro que el presente; él decía que “en consonancia con una sólida idea de humanidad y destino, pensando en el bien universal y la perfección a que la humanidad está destinada y que sería el fin último de tal educación”; una orientación cosmopolítica…. Recuerde que no había salido de su pueblo de Königsberg, donde nació y murió, aprendió y dio clases, donde escribió todas estas enseñanzas.
En su mente estaba la idea del equilibrio internacional, fue capaz de imaginar una alianza de naciones en la que cada una cedería una parte de su soberanía con tal de vivir en paz y total armonía con las demás, como si el conjunto de todas si fuera una única nación. Eso, ahora que hay muchas organizaciones compuestas por Estados, se ve como normal (lo ve casi todo el mundo como normal, quería decir), pero en su época y su pueblo era una novedad absoluta. Aún hoy nos movemos en los límites del pensamiento kantiano, en el fondo, cuando pensamos que debiéramos tener todos los mismo derechos y calidad en la enseñanza y en la sanidad, como ante la ley… Y una mente que era así de universal no se movió más allá de 150 kilómetros…
Fue Pío Baroja (nacido en 1872), vasco que viajó mucho por Europa y toda España, quien dijo: “El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando” (y también leyendo, cabría añadir). La primera parte de su frase no la he leído de nadie más, pero la segunda es archiconocida por tanto repetirla. Yo he pensado bastante sobre ella al estar obsesionado por el problema de mi Cataluña que usted sabe bien, y observar cómo es demostrable estadísticamente (o sea: objetivamente) que mis paisanos están entre los españoles que más viajan, por el mundo y también por España. Está muy claro que no todos los catalanes son separatistas, tampoco todos los catalanes que viajan mucho; pero eso no explicaría a los ojos de Baroja, sin embargo, que habiendo tanto catalán viajero haya tanto catalán separatista…, a menos que a la consideración de la cantidad de viajes se le añada la de la calidad de los viajes: cuánto y cómo se viaja; en otras palabras: ¿viajan con miradas y mentes abiertas?, ¿no ven que lo más esencial de la naturaleza humana varía poco entre razas, religiones y continentes, y aún menos entre regiones colindantes?, ¿o es que van, comparan, se ufanan y vuelven?. Mi consejo sería: aproveche usted cuando salga de viaje para salir también de su marco mental habitual; verá qué bien le va…
Acabo con otras dos frases de Kant que, me parece, vienen a cuento: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca” y “Vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros” (el famoso color del cristal). Pero de testarudez y de narcisismo (a que, respectivamente, se refieren estas dos frases) ya he hablado otras veces, así como de la vocación de universalidad del catolicismo y marxismo, cada uno a su modo, así que no me repetiré.
Hoy me ciño a la figura de Kant, un ejemplo gigantesco de sensatez (“seny”), modernidad y universalidad sobre todo si tenemos en cuenta que apenas salió de su pueblo a ver algo del mundo. Debería estudiarse y difundirse más el pensamiento de Kant en mi tierra, para que enraizase entre mi gente. Todos saldríamos ganando, porque habría más “Kant-alanes” y menos “Kant-amañanas”. ¡Sapere aude!
Por Ángel Mazo
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