Encontramos dualidades en todas partes: en materia de sexo, tenemos lo masculino como antagónico de lo femenino (hay quien es poco “dual” en cuanto a conceptos relacionados con el sexo, pero aquí me atendré a la “clasificación tradicional” porque el sexo no es tema que domine, lamentablemente); en el ámbito de lo ético o moral: el bien y el mal; en el filosófico o religioso: razón y fe (para algunos antagónico, para otros no, y para otros: sí pero perfectamente armonizable) o, si nos ceñimos a la metafísica: espíritu y materia; en la política, desde el 11 de septiembre (¡vaya por Dios!) de 1789, en la Asamblea Nacional de Francia: izquierda y derecha….
Hay cierta tendencia en la mente humana a simplificar la realidad para poder comprenderla, porque resulta más didáctico y requiere menor esfuerzo que andar matizando, discerniendo y admitiendo o refutando. Nuestra mente es de naturaleza binaria, podríamos decir.
En tanto en cuanto este pensamiento binario sirva a la persona como herramienta para un análisis correcto (y entiendo por tal un análisis tan matizado como se requiera), creo que debe aplaudirse. Pero me parece enfermizo no saber salir del pensamiento binario, quedarse en lo primitivo sin prosperar, y merece entonces la pena cambiar el adjetivo “binario” por “dicotómico”.
La persona afectada por el pensamiento dicotómico tiende a clasificar en los extremos, sin matices ni estadios intermedios: o bueno del todo o malo del todo, excelente o pésimo, apropiado o inadecuado, justo o injusto, y así todo… no hay tonos grises y se ve la vida en blancos y negros absolutos. Sabemos que el mundo tiene grises, pero es innegable la tendencia dicotómica en algunos, “en unos más que otros” (como diría el castizo).
Es imposible, y hasta no deseable, la unanimidad total de la sociedad, tanto en un extremo de la dualidad como en su opuesto; y, por tanto, es en el terreno intermedio del matiz donde –en el mundo moderno- puede y debe darse lo que llamamos diversidad, pluralidad, divergencia, todo eso… la coexistencia y la convivencia de todo ello. “¡No me sea usted dicotómico, hombre!”, deberíamos decirnos unos a otros en plan bronca más a menudo…
Aún recuerdo un buen consejo que dio en nuestra clase un profesor con respecto a las preguntas de los exámenes que entonces llamábamos “de tipo test”, y que otro profesor se empeñaba en denominar “de respuestas múltiples”, lo que era bastante más acertado; tras la correspondiente pregunta sobre el tema que fuese, se solía proponer respuestas como: a) “siempre”, b) “nunca”…, ( todo, nada, sólo, nadie, etc.) y nuestro profesor insistía en que quien elaboraba el examen pocas veces estaba esperando respuestas de ésas y, por tanto, convenía asegurarse mucho antes de marcarlas como verdaderas.
Añadía que, en el caso de nuestro gremio y otros muchos, en la realidad a que nos habríamos de enfrentar al terminar los estudios todo era relativo, y lo que deberíamos decidir y hacer dependería de un sistema de prioridades; consecuentemente, no convenía moldear nuestras mentes con rigideces, pues lo que según unas circunstancias era aconsejable podía variar notablemente según otras tan solo horas o minutos después. En el encabezamiento de más de un texto se hacía constar que nuestro buen juicio iba a ser insustituible pese a lo que dijeran los procedimientos de las páginas siguientes. Y en ello podía irnos la vida; la nuestra y la de otros, que podían ser muchos.
Desde entonces me ha parecido un buen consejo para cualquier reflexión o coyuntura que uno tenga por delante (de hecho, es sano considerar ciertas coyunturas vitales como exámenes que uno ha de superar).
Lo peor de los blancos y negros absolutos, lo peor de vivir sin capacidad óptica para apreciar los grises, es que no solamente ya el análisis, sino la conducta del afectado -movida por sus emociones y acostumbrada sólo a contrastes- oscila de un extremo al contrario sin contemplar siquiera la posibilidad de escoger puntos intermedios. Es evidente que determinados temas no admiten que la virtud se halle en el término medio (ante la disyuntiva de matar a dos personas o a ninguna, no es virtuoso decidir matar una) y que, en los asuntos que sí lo admiten, la postura “intermedia” virtuosa tampoco tiene por qué coincidir exactamente con el punto “medio” del arco de opciones posibles.
Si, en términos un tanto dicotómicos también por mor de ser didácticos, consideramos que el pensamiento de un individuo puede ser primario (infantil) o adulto (maduro), observamos que presenta las (correspondientes) siguientes características opuestas: absoluto o relativo, unidimensional o multidimensional, invariable o variable, irreversible o reversible. Pues bien, como decía, el afectado por el pensamiento dicotómico se relaciona con el modelo primario, lo que, a estas alturas de la Humanidad ya debería ser anacrónico…
Deberíamos ser capaces de detectar cuándo nuestra mente se acomoda en este tipo de polarización, de exageración, de clasificar a personas reales como a estereotipos de película malas de indios y vaqueros, rusos y yanquis (sé de muchos que sólo hablan de “catalans i espanyols”, en un “casting de características” angélicas y pérfidas, respectivamente). No hay más que absolutos, no es multidimensional el “monotema”, no es reversible el “ni un pas enrere” (atrás). Deberían ponernos sobre aviso lenguajes radicales o maximalistas como éste o el de los ejemplos de respuesta que indicaba antes.
Sin embargo, conviene prestar atención porque se dan otras formas menos claras pero igual de dicotómicas: la frase “los españoles son alegres”, es más disimulada que “todos los españoles son alegres”, pero dice lo mismo; así ocurre en este twit que tal vez le suene: “Los españoles son bestias carroñeras, víboras, hienas, etc.”, en la que es fácil advertir que se refiere a todos los españoles no catalanes y, simultáneamente, es difícil advertir angélicas intenciones.
El Estado del bienestar debería detectar ciertas enfermedades y curarlas, librando de paso a los no enfermos de nefastas consecuencias sociales y políticas. Investigando un poco, he aprendido que las patologías asociadas son: depresión, ansiedad, trastorno paranoide de personalidad (la realidad me amenaza, las dificultades que tengo me las ponen otros), trastorno límite de la personalidad (inestabilidad emocional) y trastorno de la personalidad por evitación (retraimiento y miedo exagerado a la crítica). Pero usted querrá que vuelva a los ejemplos.
Como me ocurre a menudo, me encuentro con demasiados para listarlos aquí y habré de conformarme con unos pocos; para ello, como muestra, citaré sólo aquellos que han sido publicados y que son sólo de un único autor: el “angélico” President Torra, autor del cariñoso twit de hace dos párrafos); unos clásicos “todo o nada” seguidos de otras perlas aparentemente más sibilinas pero igual de radicales o dicotómicas y claras en el talante que muestran (no admiten siquiera la clásica excusa de que están “sacadas de contexto”):
- Los españoles solo saben expoliar.
- Hoy nada es más igual a un socialista catalán que un socialista español.
- No es nada natural hablar en español en Cataluña.
- En Barcelona siempre te acaba pasando que te adelanta un grupo de niños y niñas hablando en castellano.
- Sales a la calle y nada indica que aquello sea la calle de tus padres y tus abuelos: el castellano avanza, impecable, voraz, rapidísimo. Abres los diarios o miras la televisión y te hablan de cosas que no tienen nada que ver contigo y tu mundo.
- Los españoles son bestias con forma humana (…) un odio perturbado, nauseabundo, como una dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua (…) tienen una fobia enfermiza y les repugna cualquier expresión de catalanidad (…) viven en un país del que lo desconocen todo (…) les rebota todo lo que no sea español y en castellano.
- Los catalanes vamos en coches particulares y nos lo pagamos todo. No hacemos como los españoles.
- Evidentemente, vivimos ocupados por los españoles desde 1714.
- Los catalanes votan y los españoles vienen a vigilarnos. ¡Fuera de aquí de una vez! ¡Dejadnos vivir en paz!
- Sobre todo, lo que sorprende es el tono, la mala educación, la pijería española, sensación de inmundicia. Horrible.
- Vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario.
- Franceses y españoles comparten la misma concepción aniquiladora de las naciones que malviven en sus Estados.
- El fascismo de los españoles que viven en Cataluña es infinitamente patético y repulsivo.
Así habló el Zaratustra éste, o el Zarrapastroso (que significa “despreciable”, según la segunda acepción de la RAE), de Quim Torra, hoy President de la Generalitat de Catalunya. Sí, es patético y repulsivo. (Hemos estudiado en el mismo colegio, pero con diez años de diferencia; no debían ser ya los mismos conocimientos ni valores…). Y sigue en el mismo plan, y seguirá mientras se le deje: ayer mismo dijo: “… Hemos de atacar al Estado…”. Patético, repulsivo, dicotómico, paranoide… La paranoia es una perturbación mental fijada en una idea.
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