Badalona se ha convertido en el escenario de una batalla necesaria entre la legalidad y el buenismo irresponsable. Xavier García Albiol, firme en su compromiso de devolver la tranquilidad a los barrios, ha capitaneado el desalojo del antiguo instituto B9, un foco de irregularidad que los vecinos ya no podían soportar. La determinación del alcalde demuestra que es posible ejercer el poder con valentía frente a quienes pretenden normalizar la degradación de la convivencia.
La tensión estalló este lunes cuando centenares de activistas se concentraron para exigir soluciones residenciales privilegiadas para los inmigrantes desalojados. Estos grupos, lejos de aportar soluciones reales, se dedican a señalar a Albiol con insultos y consignas vacías como «nadie es ilegal». Es la vieja táctica de la izquierda radical: utilizar la vulnerabilidad para erosionar las instituciones y atacar a quien simplemente hace cumplir la ley.
Frente a la algarada de los defensores de la ocupación, cerca de 300 vecinos valientes salieron a la calle para defender su municipio. Estos ciudadanos, hartos de que el problema se enquiste, reclamaron seguridad y el fin de los asentamientos precarios bajo el puente de la C-31. Su petición fue tan lógica como contundente: si los activistas tanto desean proteger a quienes ocupan inmuebles, que los acojan en sus propias viviendas.
La polarización que vive Badalona es el resultado directo de años de permisividad por parte de sectores que prefieren el caos a la gestión eficiente. Albiol ha roto ese tabú, actuando allí donde otros miraron hacia otro lado por puro cálculo electoral. No es una cuestión de ideología, sino de respeto a la propiedad pública y privada que tanto ha costado construir.
Resulta incomprensible que, tras ser desalojados del B9, el colectivo haya optado por ocupar un antiguo albergue municipal clausurado. Esta reincidencia en la ilegalidad es alentada por entidades que parecen disfrutar con el conflicto permanente. En lugar de fomentar la integración a través de los cauces legales, estos grupos promueven un modelo de ciudad donde el derecho a ocupar parece estar por encima del bienestar del resto de vecinos.

Los Mossos d’Esquadra tuvieron que desplegar un cordón de seguridad para evitar que la agresividad verbal de los manifestantes pro-ocupación fuera a más. El despliegue de la ARRO fue necesario para proteger a una mayoría silenciosa que solo pide vivir en paz. Mientras el alcalde Albiol trabaja por una ciudad ordenada, la otra parte se limita a corear lemas que no pagan facturas ni garantizan la seguridad ciudadana.
La gestión de Albiol es un soplo de aire fresco frente a la parálisis de otros ayuntamientos catalanes desbordados por la presión migratoria. Su figura se alza como el último dique de contención contra un modelo que degrada los servicios públicos y los espacios comunes. El alcalde no se ha escondido, ha asumido el coste político de sus decisiones y ha priorizado el descanso de sus vecinos frente al ruido de la calle.
Es lamentable observar cómo se intenta estigmatizar a un líder político por el simple hecho de aplicar el sentido común. Llamar «fascista» a quien desaloja una propiedad ocupada es una muestra de la indigencia intelectual de quienes defienden que el espacio público es un camping sin reglas. La realidad es que Badalona ha dicho «basta» y Albiol es el único que ha tenido el coraje de escuchar ese grito.
La situación bajo el puente de la autopista y en el albergue ocupado es insostenible y no puede permitirse que se convierta en una estampa permanente. La política consiste en elegir, y Albiol ha elegido estar con la gente que cumple las normas y paga sus impuestos. El resto es una representación teatral de una izquierda que vive de espaldas a los problemas reales de los barrios populares.
El éxito de Albiol es el fracaso de la demagogia. Su firmeza debería servir de ejemplo para otras capitales que sufren el mismo asedio por parte de colectivos que confunden la solidaridad con la impunidad. Badalona necesita orden, limpieza y seguridad; tres pilares que el actual alcalde defiende con una solvencia que sus detractores son incapaces de rebatir con argumentos.
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