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Afganistán y el futuro de Occidente

"Con todo, la cuestión más importante es por qué Occidente ha perdido esta guerra"

Por Antonio Jimeno Fernández
viernes, 27 de agosto de 2021
en Opinión
6 mins read
 

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La victoria de los talibanes en Afganistán ha sorprendido a Occidente, primero porque parecía imposible que pasara y, segundo, por la rapidez con que lo han conseguido. Los talibanes solo eran 75.000 militares, la mayoría con alpargatas, turbantes en lugar de cascos y solo un fusil en las manos, mientras que los militares afganos eran 300.000, con uniformes militares y casco, bien armados y protegidos por la aviación americana. Además, solo un mes y una semana antes, el 8 de julio, el presidente de los EEUU, Joe Biden, había dicho que la victoria talibán era evitable. Es evidente que estaba muy mal informado.

La rapidez de la victoria se ha debido a que el ejército afgano, a pesar de su superioridad, se ha rendido y entregado las armas en todos los lugares, a medida que llegaban los talibanes. Ahora, estos se han apoderado de un millón de piezas de material militar estadounidense, de helicópteros, de aviones, de sistemas de vigilancia y de detección de alta tecnología, etc., lo que significa una auténtica amenaza para la paz internacional.

Las primeras víctimas de esta derrota han sido las decenas de miles de personas que han colaborado con las fuerzas de la OTAN a lo largo de estos veinte años, que temen, con razón, ser ejecutadas. Ahora se agolpan en las proximidades del aeropuerto de Kabul, sabiendo que dentro de pocos días los talibanes ya no dejarán salir más aviones y entrarán en el aeropuerto.

Las siguientes víctimas serán los niños y las mujeres afganas. Según UNICEF, un millón de niños sufrirán desnutrición y pueden morir en el plazo de un año, y unos 4,2 millones de niños y niñas quedarán sin escolarizar. Por otro lado, las mujeres afganas se verán obligadas a seguir la ideología yihadista, que es el fundamentalismo islámico que se restaurará en el futuro Emirato Islámico de Afganistán. Esto implica que ya no podrán ir a trabajar fuera de casa, salvo que sean doctoras o enfermeras, tampoco podrán ir a estudiar a partir de una edad muy temprana, para salir de casa deberán ir acompañadas por un familiar varón, no podrán asomarse a los balcones de sus casas, ni vestir ropa de colores, ni ir en bicicleta, etc.

¿Y por qué ha pasado todo esto? En la respuesta hay que distinguir dos aspectos, el primero es ¿por qué la retirada se ha hecho de forma tan desastrosa? Y el segundo, el más importante ¿por qué se ha perdido la guerra?

La retirada se ha hecho mal, en gran parte, porque los responsables que estaban en Afganistán no informaron correctamente a sus gobiernos sobre la gravedad de la situación, o bien porque éstos se equivocaron al no hacerles caso. Se ha apuntado que, tal vez, para los mandos militares americanos destacados en Afganistán el informar de las derrotas, de las deserciones, de la falta de compromiso de los militares afganos, de estar éstos más interesados en recibir los sueldos que en constituir un auténtico ejército, de la corrupción de los mandos y de los dirigentes locales, etc., les perjudicaba mucho más que el ocultarlo, y que les bastaba con pedir más recursos para ganar la guerra, sin darse cuenta de que ello creaba tantos problemas a los gobiernos de sus países, que éstos decidirían antes abandonar la guerra. Por otro lado, que la OTAN pactara la retirada directamente con los talibanes, sin contar con el ejército afgano, por poco profesional que fuera, provocó que éste lo viera como una traición.

Con todo, la cuestión más importante es por qué Occidente ha perdido esta guerra. La respuesta es porque no hemos sabido transmitir que nuestros valores son superiores y que vale la pena adquirirlos, ponerlos en práctica y defenderlos. Pasar de un régimen de estilo medieval, en el que todos han de creer y practicar la misma religión, que el presidente del país ha de ser su líder religioso, que las mujeres no pueden salir de su casa si no van acompañadas de un hombre de la familia, etc., a un régimen de libertad ideológica, basado en verdades científicas, con igualdad de derechos de hombres y mujeres, democrático, etc., parecía ser una tarea muy fácil, pero no ha sido posible.

Ha fracasado porque no se ha podido crear un Estado que realmente impidiera la corrupción, que evitara que los caudillos regionales robaran los fondos públicos para enriquecerse y para favorecer con empleos a sus familiares y conocidos, porque no se ha sido capaz de crear un Parlamento en el que se aprobaran leyes que favorecieran a todos los ciudadanos y no solo a los que piensan como el presidente, porque no se han establecido tribunales independientes que velaran por el cumplimiento de las leyes, y porque no se ha conseguido establecer una policía que tuviera un comportamiento ejemplar con todos los ciudadanos. En conclusión, porque la corrupción y la falta de valores lo ha ensuciado todo. Por ejemplo, en 2018 la producción de opio era cuatro veces superior a la de 2002 y las comisiones han llegado a todos, talibanes incluidos.

Y el gran problema es que todo lo anterior también está pasando en los países occidentales y pasa porque se han perdido los valores en los que se sustentan. Por ejemplo, en España, en una encuesta del CIS realizada en 2013, solo la mitad de los ciudadanos afirmaron estar dispuestos a sacrificarse por algo más allá de su familia y solo un 16% estaban dispuestos a arriesgar su vida ante una agresión extranjera. No nos ha de extrañar pues lo que ha pasado en Afganistán. La posición ideológica que hoy predomina en Occidente es el “a mí que no me molesten”, “no es mi problema”, “ya se apañarán ellos”, etc. Qué lejos ha quedado en nuestra sociedad la disposición al sacrificio personal para evitar que los sátrapas de otros países estén abusando de su poder para saltarse los derechos humanos más básicos de sus pueblos.

Desde hace décadas el principal objetivo de muchos dirigentes mundiales es conseguir una disminución drástica de la población mundial con el fin de que fuera más sostenible. Para conseguirlo las ideas que se han introducido, y que han provocado que ahora no seamos un modelo ético a seguir, son: que la felicidad está en la carrera profesional retrasando al máximo la maternidad y la paternidad, en el placer sexual sin hijos, en que si se tienen, que sean pocos y sin compromiso a educarlos conjuntamente, en evitar al máximo las responsabilidades laborales y familiares, en divertirse como si no hubiera un mañana, utilizando todo tipo de estimulantes y narcóticos como el alcohol, la marihuana, la cocaína, etc.

Todo esto, que muestra mucho hedonismo y mucho egoísmo, se intenta justificar con una aparente gran sensibilidad medioambiental, una educación sexual en los colegios en la que se recomienda la búsqueda precoz del placer sexual con seguridad sanitaria, es decir utilizando siempre métodos anticonceptivos, en plantear a todos los alumnos la posibilidad de ser homosexual, transexual, asexual o indefinido, educando en el derecho al aborto y a la eutanasia, propiciando enfrentamientos entre mujeres y hombres mediante leyes que favorecen a las mujeres en base a desigualdades pasadas, etc. En esto es en lo que se está gastando mucho dinero, porque se sabe que las personas somos fácilmente manipulables, si se utilizan las nuevas técnicas de ingeniería social, capaces de hacernos creer que eso lo hacemos porque queremos.

¿Y qué podemos hacer? Pues si queremos recuperar nuestra dignidad de personas y que nuestra sociedad no sucumba ante sociedades primitivas, bárbaras, formadas por individuos dispuestos a sacrificarse para recuperar el privilegio de vivir a expensas del resto de individuos, debemos recuperar nuestros valores morales de antaño, que son los más altos que se conocen, como es el amar a los demás, ayudarlos, procurar su bienestar, respetarlos, ser generosos con nuestro tiempo y con nuestros bienes, ser capaces de comprometernos con otras personas para fundar una familia, para iniciar proyectos y empresas que generen puestos de trabajo, respetar nuestro propio cuerpo, buscar la verdad de las cosas, mantener las tradiciones familiares, decidir por nosotros mismos, etc., valores que nos suenan a los más mayores pero que están siendo ocultados a los más jóvenes. Hay que recuperarlos porque sin estos valores, ni nosotros ni el resto de Occidente tenemos futuro. Una sociedad así, sí que habría seducido a los afganos y ahora lucharían por mantenerla.

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Etiquetas: AfganistánAntonio Jimenoeducación
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