Ada Colau debería haber dimitido hace tiempo, no solo por el amiguismo que le ha visto durante su mandato a la hora de repartir el dinero público entre sus entidades ‘amigas’ — ahora tendrá que declarar ante el juez que tendrá que dirimir si lo que parece inmoral también es ilegal — sino por su desastrosa gestión como alcaldesa.
Desde el inicio de su primer mandato como alcaldesa de Barcelona se ha dedicado a poner trabas a los empresarios de diversos sectores, como el hotelero y el de la restauración. Los escogió como ‘enemigos’ y los persiguió con saña. Durante la pandemia parecía que llegaba una tregua temporal, y facilitó la instalación de terrazas en un sector en hundimiento, eso sí, mandando inspectores para multar a los hosteleros. Una de cal y una de arena.
Recordemos como Janet Sanz, la número 2 de los ‘comunes’ en el consistorio barcelonés, propuso aprovechar la pandemia para cerrar las fábricas de automóviles para intentar reconvertir a sus empleados a la economía ‘verde’, lo que se hubiera traducido en un incremento notable del paro. Por supuesto Sanz no dimitió y ahí sigue como uno de los puntales de la alcaldesa en el Ayuntamiento.
Se nota demasiado que a Colau y a sus aliados nunca les faltará de nada gracias al dinero público.. Por eso no les importa proponer cerrar fábricas de coches, o perseguir a los dueños de los bares que intentan mantener su negocio a flote. Ellos viven bien a costa de los impuestos de todos. Lo de crear riqueza queda para otros.
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