El 11 de septiembre se ha convertido en la fiesta no de todos los catalanes, sino de los catalanes secesionistas. Su carácter institucional se ha perdido para ser una herramienta más de agitación separatista. Son muchos los ciudadanos que preferirían que la fiesta de Cataluña fuera una fecha menos excluyente: el 23 de abril, la Diada de Sant Jordi, una fecha en la que se rinde pleitesía al amor y a la cultura, y no al odio y a la división, como en el 11-S.
Más de la mitad de Cataluña no tiene nada que celebrar hoy. Que saquen sus esteladas, que pronuncien sus discursos, que protagonicen sus actos de odio. Porque somos millones de catalanes los que no nos sentimos representados por una fiesta sectaria. Y es sectaria porque ellos, los secesionistas, han querido que sea así.
Algún día tocará intentar unir a la sociedad que ellos han dividido por la mitad, y para reparar el daño que han producido en el corazón de millones de catalanes deberemos prescindir de una ‘Diada’, la del 11 de septiembre, cuya base es el agravio, el odio y la exclusión. El ‘bon cop de falç’ sangriento tendrá que dar paso a una festividad llena de esperanza y de ganas de construir un futuro juntos.
Ojalá llegue ese día. Pero la reconciliación no se construirá jamás con el desprecio de los secesionistas hacia los catalanes que no piensan como ellos a los que nos llaman “colonos”, “quintacolumnistas” o directamente “no catalanes”. Primero deberán reflexionar. Y pedirnos perdón. Porque este ‘conflicto’ no es entre ‘Madrit’ y ‘Cataluña’. Es entre catalanes. Para eso han de desaparecer del puente de mando las Forcadells, Puigdemonts y Junqueras que basan su política en el desprecio a lo que ellos consideran adversarios.
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