Si hay dos films icónicos de la izquierda radical de los años setenta son ‘Z’ y ‘Estadio de sitio’, ambos del cineasta griego Costa-Gavras y protagonizadas por el actor francés Yves Montand. La primera está dedicada a la Grecia previa al golpe de Estado de los coroneles y la segunda al gobierno uruguayo conservador de inicios de los setenta que tenía el apoyo de la CIA norteamericana para combatir a los movimientos insurgentes.
Yves Montand demuestra su versatilidad siendo en ‘Z’ el líder de un movimiento pacifista asesinado por paramilitares de extrema derecha cómplices de la policía y en ‘Estado de sitio’ un agente de la inteligencia de Estados Unidos que forma a la policía uruguaya para que reprima a los movimientos políticos de izquierdas.
Lo interesante de ambos films, sobre todo en ‘Z’, es como plantea los debates que la izquierda de la época tiene en su relación con la violencia y la dialéctica aceptación/confrontación con lo que consideran «democracias burguesas». Son dos films de «buenos» y «malos», en los que los movimientos de izquierdas (pacífico en ‘Z’ y armado en ‘Estado de sitio’) son retratados de manera muy positiva frente a personajes siniestros que representan al Ejército, la policía, los empresarios y los gobiernos conservadores.
Los dos films son dos puras caricaturas: los interrogatorios de guante blanco de unos secuestradores armados tupamaros sobre un agente de la inteligencia USA en ‘Estado de sitio’ son de chiste y la demonización de los personajes anticomunistas en ‘Z’ — uno es retratado como un vicioso que se usa las máquinas de ‘pinball’ para seducir a adolescentes — demuestran que estamos ante dos películas de propaganda política.
Pero ‘Z’ es brillante en su género. Irónica, con un gran ritmo, unos personajes que funcionan y una trama que engancha de inicio a final. Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad de izquierda sale emocionado, indignado y reconfortado al mismo tiempo, con ganas de ponerse a cantar ‘La internacional’. En cambio, ‘Estado de sitio’ es una película fallida, en el que el entramado propagandístico es tan burdo que no engancha salvo a los muy convencidos.
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