Es su terreno. Ahí nacieron y ahí es donde tienen su caldo de cultivo natural. Las instituciones les van grandes y, además no creen en ellas si no las controlan. Beben del populismo, de cualquier populismo. Por eso coinciden con otros populismos en lo que consideran esencial: la destrucción de la democracia representativa y su sustitución por una democracia «deliberativa» controlada desde sus cuadros.
Si en Europa los populismos no son unívocos, en España también estamos entre dos fuegos: el populismo secesionista por un lado y el populismo izquierdista por otro. Pese a sus grandes diferencias, ambos coinciden en la estrategia de obtener el derrumbe del sistema democrático del que nos dotamos con la Constitución de 1978. Al mismo tiempo, denigran, de un modo u otro lo que puede significar la integración en Europa, abandonando toda crítica constructiva, absolutamente legítima, y sustituyéndola por el acoso y derribo de los valores en los que la UE se sustenta.
También coinciden, estas dos vertientes del populismo, en destruir las capacidades políticas de los hombres y, sobre la base del desprecio fáctico de la ley preexistente, destruyen también los grupos e instituciones que entretejen las relaciones privadas de los hombres, enajenándolos del mundo y de su propio yo, llevando a que las personas se transformen en meros componentes, asimilados al grupo, dirigidos por excelsos e incuestionables líderes.
Cercanos al totalitarismo, los populismos buscan la confrontación burda con el oponente, estigmatizándolo conceptualmente e infundiendo temor; no pretenden el debate plural, ni la constatación científica, ni la búsqueda de consensos sobre bases democráticas. Sólo la fuerza de la calle les «legitima»; sólo ellos poseen una explicación certera y total del curso de la historia y del sentido de la vida, construyendo una narración épica de victoria, de consecución y, también, de venganza. Construyen, de este modo, una visión del mundo ficticia pero lógicamente coherente, y de ella emanan sus directivas de acción cuya legitimidad se fundamenta en esa misma lógica interna.
El discurso que, ayer, Pablo Iglesias lanzó al conocerse los resultados electorales en Andalucía, responde claramente a estas coordenadas. Habrá que agradecer a Vox que les haya hecho quitarse la careta.
Por Teresa Freixes
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