El nacionalismo catalán afirma que sus orígenes se remontan al Big Ben, cuando en una de las ondas producidas por la primigenia explosión se generó la primera palabra en catalán. Pero la realidad, siempre tozuda, se empeña en estropear su historia. Si acudimos a los registros históricos, apreciamos que su origen es muy reciente (finales de siglo XIX y principios del XX), no empezando a dejar de ser un movimiento marginal hasta la pérdida de Cuba en 1898, con la crisis de identidad nacional que sufrió toda España.
Y profundizar en sus orígenes nos puede ayudar mucho a empezar a saber como combatirlo, y a no caer en sus trampas. Y lo primero que tenemos que considerar es de que lodazal salió la criatura, algo que nos va a explicar muy bien su manera de actuar.
A este respecto, el origen del nacionalismo está en tres tipos de sujetos muy definidos: agricultores carlitas de boina enroscada, juntaletras de todo pelaje (filólogos, historiadores-novelistas y pseudoperiodistas de hoja parroquial) y vendedores de remedios milagrosos. Una combinación social que en el Oeste de Estados Unidos (por la misma época) generó el fenómeno de los vendedores de crecepelo y que en España nos obsequió con los nacionalistas periféricos. Dos colectivos que actúan de una manera muy similar.
Ambos colectivos (los nacionalistas y los vendedores de crecepelo) tienen la necesidad imperiosa de vivir bien sin mover mucho el lomo, a costa de la ingenuidad del prójimo y del engaño. Los americanos te prometían tener una mata de pelo y los nuestros vivir en una supuesta nación milenaria (tan falsa como el remedio de los primeros) donde se iban a atar los perros con longanizas.
La particularidad de los nacionalistas catalanes radica en la gran concentración de juntaletras por metro cuadrado que siempre lo han inundado (filólogos como Pompeu Fabra inventándose una lengua, historiadores de todo tipo inventándose groseramente una historia paralela, etc.), y que han sido quienes han mezclado los ingredientes necesarios para crear el mejunje ideológico que venden (a diferencia de los americanos, el mejunje de los nuestros se mete dentro de la cabeza, en vez de encima).
Y ahí está también su debilidad: todo lo que el nacionalismo nos vende es puro sofismo hecho por filólogos, es una desviación del sentido de las palabras, que se convierten en meros eslóganes que tapan sus miserias. Así, en Cataluña, una región bilingüe cuya población tiene dos lenguas propias, se nos dice que “por una escuela de todos, una escuela en catalán”; frase que es contradicción en si misma: en Cataluña, una escuela de todos sólo puede ser en dos lenguas: catalán y castellano.
Se nos niega que España sea una nación pero Cataluña si lo es (porque ellos lo dicen), o se afirma groseramente que Murcia o la Comunidad de Madrid no son naciones porque “no tienen historia” (será porque han florecido de una higuera, tal vez), o que España nos roba mientras ellos montaban la trama del cinco por ciento. Todo igual: la perversión del lenguaje al servicio de tomar el pelo a la gente.
Por ello, más que nunca, tenemos que ser consciente de ello y dar la batalla: tenemos que hacer ver a todos nuestros conciudadanos que les están vendiendo crecepelo del malo, desde la lógica y la razón; hay que hacerles ver que una escuela de todos es una escuela bilingüe, y hay que sacar todas las pruebas históricas que acreditan las falsedades que nos venden a diario los nacionalistas. Y tenemos que hacerlo cuanto antes, porque el crecepelo que venden es adictivo: cuanta más gente se enganche a él, más nos hundiremos en la dictadura que les encantaría implantar.
Ángel Escolano es presidente de Convivencia Cívica Catalana
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