El ya fallecido poeta asturiano Ángel González tenía nueve años de edad cuando se produjo la revolución asturiana de 1934. Era ya huérfano de padre, uno de sus hermanos fue asesinado entonces y otro se exilió. Diez años después una tuberculosis pulmonar le tuvo en cama durante tres años, entonces leyó libros y libros de poesía.
Se licenció en Derecho y ejerció el periodismo. Residió un año en Barcelona, trabajando como corrector de estilo. En 1985 obtuvo el premio Príncipe de Asturias y en 1996 fue nombrado miembro de la Real Academia Española.
En su libro Lecciones de cosas se pregunta por el valor de todo lo vivido: “Y sonrío y me callo porque, en último extremo,/ uno tiene conciencia/ de la inutilidad de todas las palabras”.
Ángel González sostenía hace casi medio siglo que desearía mirarse “con la pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el desprecio destruya los despojos de todo lo que nunca enterrará el olvido”. El asunto era, a fin de cuentas, ¿cómo seré yo cuando no sea yo?
Miquel Escudero
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