Mi padre, que había cumplido los trece años cinco días antes del inicio de la guerra civil, encabezaba cada entrada del diario que escribió durante la contienda con la misma frase, formulada en afirmativo o negativo según las circunstancias que le habían tocado vivir en ese día: Hoy hay pan, hoy no hay pan. Porque cuando todo falta y solo hay hambre lo único importante es comer.
Esta historia familiar viene a cuento para intentar explicar el porqué de los pésimos resultados del constitucionalismo en las elecciones catalanas del pasado 14 de febrero, en las que de nuevo los partidos independentistas de toda laya, los obvios y los camuflados, han vuelto a arrollar en las urnas dejándonos, a diferencia de la antigua sentencia latina «nec spe nec metu”, sin esperanza pero con miedo. Sentirse español en Cataluña, y digo sentirse porque serlo lo somos todos, lo sintamos o no, es un deporte de riesgo en el que siempre se pierde. Si se tuviera que basar la creencia en la propia existencia civil en las referencias que a ella se hacen en los medios de comunicación públicos, TV3, las radios, nadie podría culparnos de que dudáramos incluso sobre si estamos vivos. No hay espejo que nos refleje. En esas condiciones durísimas, gran parte de los votantes que en su corazón se sienten españoles se encuentran arrollados, aplastados. Nada va a cambiar porque yo vote, piensan, no tiene solución, la maquinaria es demasiado fuerte, no merece la pena, no hay nada que hacer.
Son cuarenta años de abandono a izquierda y derecha, y las veces en que sobreponiéndose a la sensación de fracaso el votante constitucionalista se ha permitido ilusionarse e ir a votar, las decepciones han llegado muy rápido. Huidas repentinas tras una victoria épica, candidatos con fuerza y carisma sacrificados en el altar del colaboracionismo con Pujol, promesas incumplidas, traiciones.
En estas condiciones en las que, siguiendo la terminología de mi padre, nunca hay pan, el votante que a pesar de todo sale de casa a emitir su voto no se decide por un partido o por otro por sus programas o sus planteamientos ideológicos. Eso queda para otras sociedades más libres y más democráticas en las que esos lujos pueden permitirse. Aquí se votan actitudes, valentías, solideces intuidas, la esperanza de no volver a ser abandonados. Lo importante es siempre aquello que menos cuidan los partidos.
Puede que una candidata haya pasado sinceramente del independentismo a la ferviente españolidad, pero esa foto con la estelada, la bandera que quiere imponerse a la mitad de los catalanes y en cuyo nombre no hemos conocido un día de paz y tranquilidad desde hace ya demasiados años, la aleja inexorablemente de sus posibles votantes. Si quien me parecía de absoluta confianza se fue a los pocos meses, imagínate esta que hace cuatro días militaba en el otro lado de esta sociedad tristemente partida en dos, pensarán muchos. Tantos, como el 90 por ciento del viejo voto del partido por el que se presentaba.
Tampoco ayudan las entrevistas pasteleando con los iconos de la radio independentista, que ni se comprenden ni se perdonan, porque es mucho lo sufrido y mucha la necesidad de simplemente, dejar de pedir perdón por tener unas ideas y unos principios, tantas veces ridiculizados incluso en ese programa del líder mediático al que se pretende agradar incluso a costa de sus propios votantes, esos, que a pesar de que prácticamente venían del suelo electoral, les quitaron aún otro escaño.
Y eso nos deja con los once de Vox. A diferencia de muchos, yo no creo que el votante de Vox en Cataluña se corresponda con el votante de Vox del resto de España. O no del todo. Hay entre esos votantes muchos que ni siquiera se sienten de derechas, fundamentalmente porque no lo son. Pero, y volvemos a los gestos, les han convencido las pedradas en los mítines, el valor de plantar la carpa en la plaza de San Juan de Lleida o en cualquier pueblo de la Cataluña interior, la convicción en la defensa cerrada de una idea de España que aún no siendo la suya, es alguna. Se vota lo sólido frente a lo gaseoso, porque por desgracia todos sabemos que los programas no van a poder ponerse en práctica. Para ese votante de Vox catalán que en Madrid votaría PSOE o PP, se vota simplemente una defensa de la nación sin complejos. Luego ya se verá. Porque cuando no hay pan, lo único importante es tener algo, lo que sea, para poder comer.
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