España es un Estado Nación histórico de Europa. Alberga una población imbricada a través de múltiples lazos familiares, culturales, económicos y por todos los aspectos que constituye la vida humana en sociedad. Con el pacto que supuso la Constitución de 1978, tras el paréntesis de una dictadura militar surgida del hecho terrible de una guerra civil, el común de los españoles esperábamos vivir en paz, civismo, tolerancia y prosperidad, con respeto a unas reglas que permitieran el pluralismo natural de una sociedad, creyendo que en cualquier caso, los diferentes posicionamientos estarían dentro de unos parámetros de rigor y honestidad intelectual, y pensando que el campo de la política sería el lugar donde se contrastaran modelos de desarrollo que nos posibilitaran acceder a mayores niveles de calidad de vida para todos los ciudadanos
Con el paso del tiempo, el juego político fue haciendo aflorar una dinámica que puede acabar con esta nación nuestra. Los gobiernos tienen que comprar continuidad (que no necesariamente significa estabilidad) a base de vender el Estado. Y los adquirientes utilizan esas porciones de Estado para obtener la fuerza que les permita exigir un precio mayor en el siguiente envite, con la vista puesta en una disolución final de la Nación
Uno de los aspectos del pacto constitucional fue, en relación a los estatutos de autonomía que se promulgaron antes y durante la guerra, restaurar la situación anterior para los territorios que alcanzaron dichos estatutos, con la promulgación de estatutos renovados según las circunstancias del momento. Y para no asumir un esquema asimétrico del país, se extendió el modelo a todos los territorios constitutivos de la Nación
En los primeros momentos, esas exigencias se justificaron con la teoría de que era necesario que los territorios de donde procedía la reclamación de autogobierno “se sintieran más cómodos”, dando por buena una identificación simplista entre territorio y voluntad popular monolítica y uniforme. El común de los ciudadanos nada tenemos que objetar a que haya una distribución territorial de la Administración, a condición de que realmente constituya un instrumento útil y no oneroso para la sociedad, ni a que se reconozcan los derechos en relación a las lenguas distintas a la que históricamente se ha considerado común española, que se supone que eran los motivos que justificaban la existencia de esos estatutos. Pero eso no quita el percatarse de que progresivamente, esta dinámica se ha ido acompañando de un lenguaje y un discurso que entra en contradicción con los principios y expectativas declaradas anteriormente
La entrega a esa dinámica de disolución del Estado Nación que es España se ha producido de forma muy repartida entre los dos partidos que se han turnado hasta el momento en el gobierno de España. No es momento de hacer repaso de responsabilidades de uno y otro. Pero en el momento actual, nos encontramos con que de la misma manera que un gas tiende a ocupar el espacio vacío, el vacío intelectual y de proyecto del sanchismo se ha llenado con el discurso independentista. Evidentemente, no por convencimiento, sino por encontrarlo útil como herramienta para laminar a la oposición, que es lo que le interesa
España lleva ya varios años con un único proyecto político que se llama “Pedro Sánchez presidente”. Tras una apariencia juvenil y deportiva y una voz melosa puede encontrarse un personaje autoritario cuyo campo de visión se circunscribe a su ego, su narcisismo y su ambición personal. Que considera que el puesto le corresponde en propiedad y no como un mandato temporal sujeto a la voluntad popular y que no admite las garantías que la democracia otorga a las otras opciones políticas, quedando demostrado este talante en la forma como se altera cuando habla de la oposición, exigiéndole sometimiento y realizando declaraciones denigratorias contra el adversario político hasta en los foros más inapropiados. Rodeado de un gobierno cuyos miembros, sin importar el asunto sobre el que se les esté interpelando, obvian cualquier tema o pregunta y van directos a acusar a quien haga falta de militar en la ultraderecha. Banalizando las palabras, quizás como personas banales que son.
Obviamente, esta banalización es la forma que tienen de imponer su idea de democracia, en la que ellos dictaminan quién puede participar y quién no. Pero también hay que recordar que una de los aspectos que caracterizan como ultraderecha, quizá el principal, es el apoyo o la connivencia de grupos dedicados a la intimidación física de aquella parte de la sociedad que consideran desafectos. Y en España, tras el fin de la dictadura, solamente han tenido esa característica el nacionalismo vasco, con una organización terrorista que tanto amargó a la sociedad española durante décadas, y el nacionalismo catalán, con sus CDR. No es aceptable la acusación de ultraderecha a partidos políticos cuyo comportamiento se ajusta a las reglas de la democracia, la primera, el argumentar los posicionamientos en lugar de denigrar al adversario
Por su parte, los independentistas hablan con la prepotencia de creer que ellos son los demócratas y los demás no. Porque en su simplismo consideran que en democracia se puede defender cualquier proyecto político y porque exigen validar su proyecto con una votación que consideran equivalente a democracia
Pero hay que responderles en primer lugar que en democracia no se puede plantear cualquier proyecto político sin más. Se puede plantear cualquier proyecto político que esté en concordancia con los valores de la democracia. Por el contrario, el independentismo es en esencia no soportar el compartir ciudadanía con gentes que viven pasada una frontera. Una cosa es que nosotros seamos extranjeros de los franceses, porque se interpone una barrera física y natural que a lo largo de la Historia ha creado sociedades con trayectorias distintas a uno y otro lado. O que seamos extranjeros de los portugueses, por hechos históricos que los ciudadanos de uno y otro lado en general desconocen. Pero que unas sociedades tan conectadas y tan entrelazadas como la que vive y trabaja en Cataluña y en el resto de España, tras siglos de participar en las mismas empresas históricas, se propongan como objetivo ineludible simplemente darse la espalda una a otra no es aceptable por gente madura y razonable
Los políticos, es decir, los profesionales del cinismo y la hipocresía, se esfuerzan por presentar el independentismo como una idea que se vota y ya está. Y que quien no quiera seguir ese camino es un antidemócrata. Pero basta intentar debatirlo con la gente de la calle para comprobar que el independentismo se basa en el menosprecio de trazo grueso a todo lo que representa España, cayendo, si no en la xenofobia, sí en la reyerta de disputas pueblerinas. Un menosprecio esperpéntico cuando se intenta adoctrinar en él a la inmensa población que vive y trabaja en Cataluña con orígenes familiares en el resto de España. Por supuesto, esto no es natural, sino inducido por una élite político-mediática con barra libre en el presupuesto público para mantener medios de comunicación subvencionados que durante décadas han extendido la mentalidad, antes minoritaria, de que todos los males que puedan sufrir tienen su causa en la pertenencia a España.
En segundo lugar, la democracia no es equivalente a votar. Votar es un mecanismo de la democracia. Pero no es la democracia. La democracia es gestionar el pluralismo de una sociedad. Más bien al revés, el independentismo, con su obsesión por un referéndum, pretende conseguir con un acto puntual celebrado en un día determinado lo que no consigue en el día a día, que es imponer a los ciudadanos de Cataluña una idea de identidad uniforme, violentando el pluralismo de la sociedad que vive y trabaja en el territorio
Por lo que se ha filtrado sobre una posible consulta, el independentismo impone unas condiciones para la misma que haría aprobar un cambio de tales dimensiones con un apoyo de un veintitantos por ciento de la población. Simplemente, impresentable. Pero, aunque fueran la mitad, cosas tan de fundamento en una sociedad no se arreglan haciendo que una mitad más uno humille a la otra mitad menos uno. Se arreglan con acuerdos amplios en que una combinación de logros y renuncias nos permita convivir. Y para muchos, el acuerdo es la Constitución, de la que emana un amplísimo autogobierno para Cataluña, con la lengua catalana hiperprotegida
Hace cinco años, España consiguió sobreponerse a una embestida contra su continuidad como Estado Nación histórico, de la misma manera que la progresiva experiencia en la lucha contra el terrorismo consiguió doblegar esa lacra años antes. Quedó demostrado que España es más fuerte que el independentismo. Pero por ese designio del sanchismo de aislar a la oposición a toda costa, ahora es el propio gobierno de España quien se ha encargado de resucitarlo. Todos los estados del mundo, empezando por los más democráticos, son celosos defensores de su integridad nacional. Pero por lo que parece, nosotros tenemos que ser una excepción pidiendo perdón por existir
José Miguel Velasco. Miembro de la Asociación por la Tolerancia
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