El 1 de octubre ningún catalán de buena fe tiene nada que celebrar, porque es el aniversario de una fecha infausta para nuestra democracia. Ese día, en 2017, un grupo de totalitarios que decidieron ignorar a la mayoría de los ciudadanos, intentó vender que una votación apañada y sin ningún tipo de garantías, y que fue prohibida por la justicia democrática de nuestro país, era la «voluntad del pueblo catalán».
Desde ese día los propagandistas separatistas venden que lo que llaman «el mandato del 1 de octubre» es el hecho fundacional de su fantasmagórica «República catalana». Han convertido las urnas de plástico utilizadas aquel día en fetiches pseudorreligiosos y las han paseado en procesiones de Semana Santa, las han situado en altares de iglesias, las han usado en todo tipo de actos políticos.
Ese día el separatismo dejó de ser un movimiento político para convertirse en una secta, hecho que se acrecentó con la detención de sus líderes que llenó de lazos amarillos toda Cataluña. Pasó a ser una secta destructiva, porque ha acabado con los buenos sentimientos de sus practicantes, a los que ha fanatizado hasta extremos inconcebibles en una democracia, y porque ha acabado con la buena convivencia entre catalanes. El separatismo no admite medias tintas, solo practica el «conmigo o contra mí».
Así, el secesionismo se ha dedicado a excluir de la «catalanidad» a todo aquel que no piense como ellos, que son invitados a coger las maletas y dejar Cataluña si no aceptan sus postulados políticos. El linchamiento social y la destrucción del buen nombre se han convertido en la principal arma de actuación contra los discrepantes, gracias a la poderosa red de medios de comunicación que riegan con dinero público. Por supuesto, mientras el Gobierno de España mira hacia otra parte.
Por eso el 1 de octubre no es una fecha de celebración, sino de luto. Porque ese día se consagró la destrucción de la convivencia en Cataluña y el separatismo cambió el rencor hacia España como eje de su acción política por el odio. Odio hacia todo lo español y hacia los catalanes que se sienten españoles. Esta es la etapa que estamos viviendo, el de depuración interna y amedrentamiento del discrepante, para que cuando llegue el «ho tornarem a fer» no haya reacción en las calles catalanas.
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