Vivimos tiempos en los que con leyes como la de la Memoria Histórica de Zapatero (2007), con la que se pretendió enterrar los pactos por la concordia entre los españoles de la Transición, para volver a agitar el siniestro guerracivilismo. Y ahora con la eufemísticamente llamada, Ley de Memoria Democrática (2022), aprobada por social-comunistas, secesionistas y bilduetarras; con la que se mira la historia de forma sectaria, falsificando y ocultando determinados hechos históricos, para imponer así un determinado relato y controlar políticamente la historia. Como expresó George Orwell en su novela “1984” «Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro.» Con esta Ley pretenden criminalizar a quienes discrepan de la verdad oficial.
Pues bien, paso a relatar brevemente algo que hoy en Cataluña seguramente casi nadie recordará. El 18 de enero se cumple el 87º aniversario del fusilamiento en Tarragona de Manuel Barbal (Sant Jaume Hilari), en lo que fue un asesinato legalizado. Este hecho se enmarcó dentro de la terrible persecución religiosa desatada en la Cataluña presidida por Lluís Companys.
Decir que la II República fue un régimen claramente antireligioso, ya a partir de mayo de 1931 se produce una gran violencia anticlerical, quema de iglesias y conventos, disolución de la Compañía de Jesús, asesinato de 33 religiosos en Asturias (1934)… Y todo ello explosionó en julio de 1936, después de producirse el Alzamiento nacional, desembocando en una auténtica hecatombe religiosa. En Cataluña, víctimas de la terrible represión del Front Popular y de una política de exterminio sistemático, fueron asesinados 2.437 religiosos (4 de ellos obispos) y más de 4.000 edificios religiosos fueron destruidos o saqueados. Solo en la Archidiócesis de Lérida fueron asesinados 270 clérigos y un obispo (un 65% del total) y en la de Tortosa 316 religiosos (el 62%), los porcentajes más altos de toda España junto a los de Barbastro.
Sant Jaume Hilari (Manuel Barbal), era un hermano de la Salle, que al sufrir una paulatina y severa sordera, tuvo que dejar pronto la enseñanza en esta Institución y a partir de 1934 pasó a desempeñar labores de hortelano en el convento de la Salle Cambrils. Había nacido en Enviny (Lérida) en 1898. Nada más estallar la Guerra Civil, cuando se dirigía a su pueblo natal a visitar a su familia, el 23 de julio, en una parada que hizo en Mollerussa, fue visto por unos milicianos, que lo detuvieron por su condición de religioso y lo condujeron a la prisión de Lérida. En diciembre de 1936, al constar como residente en Cambrils, deciden enviarlo a Tarragona, al barco prisión «Mahón». Y el 15 de enero de 1937 será juzgado por el Tribunal Popular de la ciudad (compuesto por miembros de ERC, PSUC, CNT, FAI, UGT, POUM y UR) y condenado a muerte (tenía 38 años).
Según consta en el acta del juicio, finalizó de esta manera:
– Presidente del Tribunal (Andreu Massó, un abogaducho del POUM): ¡Ya está! ¿Para qué necesitamos más explicaciones? ¿No habéis oído su declaración?… ¡Estudió latín, y eso basta!
El Fiscal (Esteve Escudero, dirigente local de la CNT), en la misma línea dirá: «Camaradas, a este hay que matarlo (…) se dedica a la formación de fascistas (…) y ha estudiado latín (…)». Y termina su alegato diciendo: “Pido al Jurado que no se deje llevar por sentimentalismos y confirme con su voto la pena de muerte”. Se producen, en una sala abarrotada, gritos de “¡Matadlo, matadlo!” La pena de muerte, con la accesoria de la confiscación de todos sus bienes (que luego no tuvo efectos pues, se demostró que era pobre de solemnidad), fue acordada sin discusión y por unanimidad.
Su abogado defensor (F. Montañés) intentó en el juicio que él renegara de su condición de religioso y dijera que era un simple hortelano, para intentar salvarse, cosa que rechazó de plano. Mientras esperaba ser conducido a prisión escribió una breve nota para su familia que terminaba así: “No me han hecho ningún cargo. Sólo porque soy religioso he sido condenado. No lloréis; no soy digno de lástima. Moriré por Dios y por mi patria. Adiós, os esperaré en el cielo. Manuel Barbal“.
El día siguiente, su abogado presentó en la Conselleria de Justicia de la Generalitat un escrito solicitando la conmutación de la pena de muerte por 30 años de cárcel, pero ni Companys, ni el conseller de Justicia (Rafael Vidiella del PSUC) movieron un dedo para ello. Así, el 18 de enero, poco antes de las tres de la tarde, es sacado de la prisión de Pilatos y conducido a la “Muntanyeta de l’Oliva” junto al cementerio, donde los esperaba el doctor Miquel Aleu Padreny (médico forense) que allí había sido convocado y fue por ello testigo de excepción de todo lo sucedido, en ese increíble fusilamiento.
Al pasar junto al médico el jefe del pelotón le dijo: “Este está más sordo que una tapia” (todo ello junto a lo acontecido después de su muerte está recogido en mi libro “Tarragona 1936. Terror en la retaguardia”). Sólo añadir que justo antes de que el pelotón de fusilamiento lo apuntara por primera vez, les dijo sereno y gozoso: «Morir para Cristo es vivir, amigos». Uno de los milicianos que formaban el piquete le contará después, lo sucedido al médico (Martí) de Campsa y añadirá: “Yo no pude tirarle, y apunté a otra parte”. Al final, fue el jefe del pelotón (un tal Rabás) quien le tuvo que disparar a quemaropa en la cabeza.
Desde hace décadas, en esta Cataluña dominada por el nacionalismo y la izquierda, cada año se realizan suntuosos homenajes a siniestros personajes como Lluís Companys. No hay un pueblo o ciudad donde no se halla dedicado un monumento, avenida, calle o plaza a su nombre. Hay Institutos de Enseñanza y calles dedicadas al trotskista Andreu Nin (máximo líder del POUM, quien el 2 de agosto de 1936 dirá: “La clase obrera ha resuelto totalmente el problema de la Iglesia, sencillamente no ha dejado en pie ni una”); a la comunista Dolores Ibarruri (a) “Pasionaria”, a la anarquista Frederica Montseny, … Mientras nadie honra ya a humildes, pero ilustres y santos personajes como Sant Jaume Hilari (considerado junto a los mártires de Turón el primer santo de la Guerra Cívil, canonizado por el Papa, Juan Pablo II).
Muy pocos saben que en el santoral su festividad se celebra justamente el 18 de enero. Las victimas producidas por la represión del Front Popular han sido condenadas en Cataluña, desde hace décadas, al más absoluto ostracismo y a ser borradas de la historia oficial. Nadie hará, sobre San Jaime Hilario, una película o un documental, ni gozara seguramente de atención mediática alguna pues, recordar su verdadera historia no conviene hoy al relato oficial.
Salvador Caamaño Morado (autor del libro “Tarragona 1936. Terror en la retaguardia”. Fue uno de los fundadores en Tarragona del Foro Babel. Expresidente provincial de SCC. Exdirigente local del PSUC y de CC.OO (entre 1975 y 1996). Actualmente es el portavoz de la “Coordinadora de grupos de la Resistencia Cívica de Tarragona” de reciente creación.
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