Los que no comulgamos con las ruedas de molino del cansino y eterno “procès” cometemos, más frecuentemente de lo que nos damos cuenta, el grave error de incorporar a nuestro lenguaje las manipulaciones semánticas que taimadamente nos va inoculando el independentismo.
El consenso preconstitucional, el bienintencionado afán por integrar y evitar exclusiones de los que ya entonces eran excluyentes, la tolerancia con los que ya exhibían entonces claros tics de intolerancia, el “buenismo” de una izquierda desnortada (al menos en lo que a “nacionalismo” se refiere), los complejos de una derecha necesitada de revalidar permanentemente su convicción o carácter demócrata, la dictadura de la corrección política y la gota malaya de la “identitoriedad”, si se me acepta la palabra, nos han traído hasta aquí.
En los albores de la Transición, o incluso en el tardofranquismo ya se aceptó el inadecuado término de “nacionalismo” o “nacionalista” por haber de respetar -democráticamente- el nombre del histórico PNV. Por esta sola y pequeña rendija se coló en nuestro vocabulario la raíz -lexema- “nacional” para referirse a algo que hasta entonces quedaba limitado al puro ámbito “regional”.
Fue poco después, en el período constituyente, cuando el PSOE cedió uno de sus dos puestos, en la Ponencia redactora de la Comisión Constitucional, a un representante de una minoría entonces poco representativa como era el “nacionalismo”, catalán en este caso. Así se integró en esa Ponencia de la Comisión Constitucional, Miquel Roca Junyent y acabó insertándose el término “nacionalidades” en el texto final con la colaboración necesaria de los representantes de la izquierda, del PSOE y del PCE.
Pero, ¿qué significa “nacionalidad”? ¿Es acaso una condición de inferior rango que nación? En el texto constitucional se relaciona con regiones. La semántica, el diccionario de la RAE, tuvo que adaptar su entrada añadiendo una tercera acepción: 3. F. Esp. Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural. Una ocurrencia para tratar de contentar a los que nunca se ha podido saciar en estos 40 años. Como si otras muchas regiones de nuestra Iberia no tuvieran una especial identidad histórica y cultural.
El germen estaba larvado y solo había que esperar a que madurara.
Llegó ZaPatero, y para justificar las consecuencias de su “aprobaré lo que venga del Parlament de Cataluña”, soltó su lapidaria “el concepto de nación es discutido y discutible”. O sea que, para justificar que el nuevo Estatut de Maragall definiera a Cataluña como una Nació (muy coherente y nada sorprendente viniendo del indocumentado ZaPatero), había que introducir primero la duda, cuestionar, que España lo fuera. ¡Tremendo!
El que Cataluña sea una Nació se justifica afirmando que ese mismo concepto es discutido y discutible. Se entiende que únicamente aplicado al caso concreto de España, no de Cataluña.
A mayor abundamiento, aquella sinrazón verbalizada por ZP queda en una nimia anécdota cuando Pedro Sánchez nos regala el oxímoron de que algo pueda ser el todo y a su vez cada una de las partes. Este pobre desnortado PSOE/PSC nos tiene ya demasiado acostumbrados a sus absurdos conceptuales para, queriendo contentar a todos, no conseguir contentar a nadie.
Ahora estamos en el “nación de naciones” que ha evolucionado a Estado plurinacional reduciendo parcialmente así su absurdo. Como el filólogo y profesor Santiago Trancón explicaba en una reciente entrevista: “una tarta puedes dividirla en cinco trozos, pero el resultado no será nunca una ‘tarta de tartas’, sino cinco trozos de tarta”.
Pero vamos ya de los antecedentes al meollo de la cuestión, la manipulación semántica o el retorcimiento de los conceptos y sus significados.
Independentista, separatista o secesionista tienen claramente connotaciones peyorativas en tanto en cuanto implican ruptura, aunque unas más que otras. Curioso jamás se hayan autodenominado rupturistas, cuando es evidente que lo que buscan es romper España y con España. O, mejor dicho, con el resto de España.
Se han arrogado la supuesta condición de soberanistas al denominarse ellos mismos así, para evitar del carácter negativo de los términos anteriores. Pero la manipulación es clara, con esta palabra ellos transmiten que su opción es legítima depositaria de la soberanía, cuando es precisamente lo contrario.
La soberanía del pueblo catalán es una entelequia, como lo es la del pueblo barcelonés, la del pueblo del Eixample o la del pueblo de la calle Roselló, 246.
Quienes somos verdaderamente y con toda propiedad soberanistas somos los que defendemos la soberanía que en el caso de España reside en el pueblo español. Esta base jurídica quedó ratificada abrumadoramente por el pueblo español Con la Constitución española de 1978 (todo el pueblo español que quiso acudir a las urnas, más de un 67 % de una población no demasiado acostumbrada a ejercer este derecho), y en Cataluña fue mayoritariamente aprobada por un rotundo 90,5 % de SÍ contra un 4,6 % de NO, un 4,2 % de Blanco y un 0,7 % de Nulo y una participación del 68 %. Otras comunidades “históricas” registraron resultados muy inferiores, pero no Cataluña.
Constitucionalista es un término que refiere fríamente la defensa de una ley, por muy Ley de leyes que sea, lo que le da una carga de razón muy limitada en tanto en cuanto todos estamos de acuerdo en que esa “sacrosanta” Constitución debe de ser reformada en alguna medida. Aunque otra cosa es que coincidamos en que esa reforma tenga un determinado alcance y sea en un sentido u otro.
Unionista implica una voluntad de unir, no la de permanecer unidos, que es nuestra pretensión, con lo que encierra un componente malvado de situación nueva cuando es precisamente lo contrario: mantener el statu quo actual. No queremos unir nada, queremos permanecer unidos.
Españolista es a mi juicio la revisión políticamente correcta de la expresión españolazo que usaban los discípulos de Sabino Arana como variante de la de maquetos. Conlleva la carga despectiva que para el oponente supone llamar al otro lo que más desprecia, odia o repudia. Yo nunca he sido españolista, soy, y espero vivir los suficientes años para seguir siendo durante ellos simplemente español.
Resumiendo, quienes pretenden saltarse las leyes son delincuentes en potencia que anuncian su delito con antelación, o sea, con premeditación y alevosía, según las dos acepciones que tiene la última entrada de esta palabra en el diccionario de la RAE.
Ni son procesistas, ni soberanistas, son rebeldes, insumisos y golpistas. Los soberanistas somos los que nos oponemos a sus pretensiones y defendemos la única soberanía de la única legalidad y legitimidad que existe en Cataluña, es decir, la de la Constitución Española de 1978.
Con lo que desde luego no somos unionistas, ni españolistas. Somos simple y llanamente españoles –orgullosos- que defendemos la legalidad vigente mientras esta no sea legítimamente sustituida por otra, siguiendo los cauces legalmente previstos para ello.
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