Escuchando al periodista Luis del Pino en su programa ‘Sin complejos’ de Esradio caí en una gran verdad: las elecciones autonómicas catalana fueron hace menos de una semana, pero la agitación que ha provocado la encarcelación del rapero Pablo Hasél nos ha hecho olvidar que el pasado domingo estábamos votando, y estábamos muy pendientes de si los contagiados iban o no con EPI al colegio electoral.
Las elecciones autonómicas se hicieron esperar durante más de un año gracias a que la legislatura fue más fallida de lo habitual en Cataluña gracias a que un personaje siniestro como Quim Torra fue escogido presidente de la Generalitat. Su inhabilitación ‘heroica’ por no descolgar una pancarta llevó a meses de interinidad a causa de la incapacidad de ERC y JxCAT de pactar una fecha, con la pandemia como excusa.
Al final, y con decisión judicial de por medio, se celebraron el 14 de febrero. Parecía que tenía que marcar un antes y un después en la política catalana. Seis días después todo el mundo está más pendiente de la violencia separatista y antisistema causada por los fans de Pablo Hasél que de lo que están negociando ERC, Junts y la CUP. También es cierto que los partidos secesionistas han contribuido mucho al ruido ambiental, con sus críticas a los Mossos d’Esquadra por hacer su trabajo.
En la política catalana pasan tantas cosas, y tan deprisa, que una barbaridad tapa la anterior. Muchos estamos escandalizados por el apoyo implícito o explícito que los partidos que han de gobernar Cataluña han prestado a los violentos que han arrasado el centro de varias ciudades catalanas, como Barcelona, Lérida o Gerona. Y los agentes de la policía autonómica catalana están hartos de la falta de apoyo político y están al borde de la rebelión contra sus jefes.
Pero seguro que en unos días se volverá a producir otro escándalo que tapará la violencia secesionista y la indignación de los Mossos. Cuando una sociedad como la catalana entra en descomposición, las crisis y los sobresaltos llegan a gran velocidad. Es lo que pasa cuando desde la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona se hace apología de la desobediencia a las leyes democráticas. Al final el desorden lo cubre todo.
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