El 11 de septiembre ha vuelto a ser, como ya es costumbre, una fecha de celebración para esa minoría separatista que sigue intentando aparentar que representa a la mayoría social catalana. Un intento por hacernos creer aquello de “un sol poble”, cuyo resultado es cada vez más contrario a sus objetivos.
La representatividad y trascendencia de sus convocatorias les deja en evidencia. Tanto que, las propias entidades organizadoras, ni se han atrevido a dar una cifra de participación, no sea que el contaje les deje, como cuando hablaban de millones sin pudor ni vergüenza, en el mayor de los ridículos.
Poco a poco trasciende la idea de que celebrar ese día no es el más afortunado. Seguro que hay otras fechas más señaladas y que pueden, por lo viciado y sectario del enfoque que se pretende con el 11S, hacer que todos los catalanes nos veamos identificados y con ganas de celebrar ese festivo.
El “día del libro y la rosa” es una garantía, aunque yo apuesto por el 19 de octubre, en referencia al de 1469 en el que los Reyes Católicos se unieron en matrimonio y dieron el gran paso que supuso unir sus reinos de Castilla y Aragón. Para los catalanes, el mayor momento de gloria que nos ha dado el orgullo y privilegio de ser lo que somos y seremos siempre.
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