El secesionismo catalán se siente poderoso y hegemónico, a pesar de haber perdido unos 700.000 votos entre las autonómicas de diciembre de 2017 y las de febrero de este año. La horrible crisis de la pandemia que ha hecho la Generalitat ha causado una carnicería en las residencias de ancianos, miles de muertes en toda Cataluña y ha destrozado la economía.
Aún así, los partidos independentistas han vuelto a ganar las elecciones y los diputados de ERC siguen pesando mucho en el Congreso, ejerciendo de aliados del Gobierno. A efectos prácticos mantienen intacta su poderosa maquinaria de poder.
Se sienten tan fuertes que, rozando la prevaricación, liberaron a los presos golpistas para que hicieran campaña electoral sin cortapisas, y ninguna institución del Estado se lo ha impedido. También han hecho lo que han querido con TV3 y Catalunya Ràdio. Y las manifestaciones pro Hásel que han arrasado las calles han sido posible gracias a la complicidad del Govern.
El independentismo catalán juega con las cartas marcadas de una administración autonómica y municipal clientelar a su servicio y de un sistema electoral que les beneficia. Pero mientras los constitucionalistas catalanes no nos arremanguemos e intentemos vencerles, seguirán avanzando con su proyecto totalitario. Ya es hora de plantear una hoja de ruta eficaz y unitaria para combatirles democráticamente, pero con eficacia.
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