Cuando el mes de marzo de 2020, en plena pandemia de la Covid-19, se prohibió la circulación por las calles, excepto si era para comprar comida, el Ayuntamiento de Barcelona ofreció a las personas drogodependientes sin hogar el poder alojarse en el albergue que la Fundación Pere Tarrés tiene en la calle Numancia, en el barrio de Les Corts. Una decisión que también resultaba muy conveniente para dicha fundación, al no tener clientes por no haber turistas en la ciudad. Ahora se está recuperando el turismo y, por otro lado, ha habido quejas de los vecinos de dicho barrio, por algunos comportamientos poco cívicos de los residentes del albergue, por lo que dicha fundación ha decidido recuperar el uso turístico del albergue.
A consecuencia de ello, el Ayuntamiento de Barcelona ha buscado un lugar para estas personas drogodependientes y ha decidido que se alojen en el hotel Aristol, actualmente cerrado por falta de clientes, que está en la calle Cartagena esquina con la calle Mas Casanovas, justo delante del colegio de enseñanza Infantil y de enseñanza Primaria “Mas Casanovas, es decir una escuela para niños de 3 a 11 años.
Muchos vecinos del barrio están indignados y llevan casi dos meses concentrándose a las siete de la tarde protestando por esta decisión municipal, al grito de “No queremos drogas cerca de las escuelas”. Ellos están a favor de que se dé acogida a las personas con adicciones sin hogar, pero piden que se haga en un lugar adecuado para su recuperación y no en uno que está justo delante de un colegio. Están en contra de su futura ubicación en el hotel Aristol por los siguientes tres motivos:
- Porque no quieren que los niños que van a esa escuela, desde cuyo patio se ve perfectamente lo que pase en las habitaciones, y los que viven en ese barrio, vean por las calles personas con comportamientos extraños o poco edificantes, gente durmiendo en los bancos, discusiones violentas y compra venta de drogas, ni que se encuentren jeringuillas en el suelo, que son cosas que ya han pasado en los alrededores del albergue en el que están ahora.
- Porque el hotel Aristol no reúne las condiciones imprescindibles para que las personas drogodependientes puedan superar su dependencia, como es tener un patio al aire libre o un jardín, como sí tienen en el albergue de la fundación Pere Tarrés, para así estar alejados de la mirada de los transeúntes, especialmente de los niños, como pasaría si estuvieran en un entorno natural en los alrededores de Barcelona.
- Porque ellos piensan que se debería pedir a todos los drogodependientes un compromiso personal de querer curarse, cosa que actualmente no se les pide. El servicio que piensa ofrecer este albergue se limita a facilitar, sin límite de tiempo, la manutención y el alojamiento, salas de venopunción, de consumo de alcohol, de marihuana y de hachís, con la única restricción de que estas sustancias las han de adquirir ellos por su cuenta fuera del local. Los vecinos temen que con ese planteamiento muy pocos van a abandonar el consumo de drogas y que se propicie la compraventa de drogas en los alrededores.
Los padres y los educadores sabemos que todo lo que rodea al niño se convierte en una fuente de información para él y, por lo tanto, de su formación. Familiarizarse con personas marginales, con evidentes signos de degradación en muchos aspectos, como el físico, el verbal, el conductual, la forma de vestirse, de cuidar la higiene personal, etc., primero les genera tristeza pero luego, si se mantiene en el tiempo, puede convertirse en un modelo social «normalizado». Se sabe que los niños que observan conductas distócicas muy probablemente pueden desarrollar comportamientos antisociales, porque los modelos de proximidad son los que más fácilmente se asimilan como normales. Por todo ello, es necesario cuidar mucho el ambiente que les rodea.
Por otro lado, pensando en las personas con drogodependencias, es evidente que facilitar la continuidad de su adicción y no aceptar la necesidad de poner límites y de ejercer acciones verdaderamente reeducativas es un grave error. Una drogadicción, entre otras muchas cosas, denota una falta total de tolerancia a la frustración y, por supuesto, de empatía con los demás. Esto y no otra cosa es lo que hay que intentar que consigan.
Los vecinos del barrio del Guinardó ya han reaccionado contra esta equivocada decisión de sus gobernantes municipales y les han propuesto que paralicen el proyecto del hotel Aristol y que busquen un lugar realmente adecuado para atender de verdad a las personas con drogodependencias y también a los niños. Su lucha continuará.
Antonio Jimeno. Profesor. Vecino de Horta – Guinardó
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