Meses atrás acudí a un centro sanitario con mis hijos, y en la sala de menores había una mesa central en la que 9 niños y niñas, de entre 7 y 10 años, se entretenían jugando con diversos juegos de mesa.
Sin dudarlo mis hijos se introdujeron en el juego de manera inmediata, siendo acogidos por el resto sin ningún problema.
Esa circunstancia me hizo reflexionar, cuando a menudo le decimos a nuestros hijos que sus juguetes deben compartirlos con otros niños, pero que desgraciada y paradójicamente cuando somos mayores no comulgamos con el ejemplo, fruto de envidias, miedos, prejuicios, etc.
Alcé la vista alrededor de la mesa y pude observar a los diferentes padres y madres que estaban a sus cosas.
Los niños iban desapareciendo de la mesa a medida que los llamaban a consulta, y aparecía algún otro.
En un momento dado focalicé mi mirada en un individuo, un hombre de mi misma edad que portaba en la solapa un lazo amarillo. Bien, esto forma parte de la ideología y la personalidad de cada cuál amén que es muy común ver a gente con ese símbolo, por lo que no debería haberme causado mi atención.
¿Qué fue aquello que despertó mi interés? Pues resulta que su comunicación no verbal me estaba indicando que estaba intranquilo y que algo le generaba cierta ansiedad. ¡Estamos en un centro médico! Me pregunté inicialmente.
Sin embargo como profesional de la seguridad y con formación específica en comunicación no verbal policial no podía dejar de observar sus gestos adaptativos, como movimiento de pies, piernas, rascado de cara, manos, etc. Vamos un excelente comunicador y de libro. Lástima no poderlo filmar y que pudiera servir de ejemplo en planes formativos.
Lo más sorprendente de todo es que su mirada se focalizaba en la mesa donde jugaban los niños con total paz, tranquilidad, armonía y alegría, por lo que sin ser muy avispado enseguida comprendí que su preocupación radicaba en algo que ocurría con los niños.
Poco a poco la mesa iba quedándose sin jugadores y por aquellas casualidades de la vida, finalmente quedaron los míos y el suyo, que por cierto eran como dos gotas de agua. Por unos minutos siguieron jugando como si tal cosa.
Me dirigí a los míos en catalán, que es el idioma que utilizo para con ellos, para comentarles una cosa, y observé entonces que la expresión facial del hombre cambió y me miró.
Los tres niños continuaron jugando mientras el hombre a su vez continuaba con sus gestos.
– ¡Pau! Le dijo el hombre al paso de un minuto e indicándole con la mano que se acercara.
El niño se aproximó y le preguntó que qué quería.
Se levantó y le interpeló que porqué habían estado hablando en castellano todo el rato si estaban en Cataluña.
– No ho sé Papa! Le dijo Pau con cara de extrañado y alzando los hombros.
Pues bien, este es el nivel y el terreno de juego en el que nos movemos los constitucionalistas en nuestra tierra y de la que no queremos ser ni sentirnos extranjeros.
Creo abierta y sinceramente y con pleno convencimiento que Pau, sin quererlo, le dio a su padre una lección de diplomacia, saber estar, compañerismo, sociabilidad y empatía, por abstraerse del idioma utilizado y focalizar su esfuerzo en entenderse, respetarse y divertirse, o sea lo que a la postre es aprender y afianzar los valores más importantes de toda sociedad.
Pero por desgracia y por experiencia, y sin que las instituciones hagan nada por evitarlo, miles y miles de menores son y serán adoctrinados vía familia y escuela para comportarse como el padre de Pau.
Toni Sanz Pérez
Secretario Nacional de Politeia
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