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El Catalán Opinión

Nada

"El compromiso que se debe adoptar es el de abandonar toda justificación del cotidiano como una muestra de singularidad territorial"

Por José Antonio Guillén Berrendero
miércoles, 11 de mayo de 2022
en Opinión
5 mins read
 

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El día 5 de mayo de 2022, en la Sede de la Consejería de la Comunidad de Madrid, tuvo lugar la presentación del magnífico libro de Pau Guix, El nacionalismo es el mal, editado por Ediciones Hildy que dirige Sergio Fidalgo. En el acto, como en el libro, participaron, además del autor, el insigne y brillante político y orador, Alejo Vidal-Cuadras, el profesor de filosofía Pedro Insua, el artista gráfico, José María Nieto, y don Ángel Mazo, así como el propio Sergio Fidalgo.

Todos manifestaron una cierta inquietud y pesimismo por el estado actual del nacionalismo disolvente que se extiende como una marea negra por todas las provincias de España y que impregna con su putrefacción las instituciones. Llamadas a la responsabilidad moral de los asistentes y al combate inteligente con el arma de la razón fueron invocados en el acto. A la salida de este, recordé unas palabras de Paul Valery en sus Cuadernos (1849-1945) en los que afirmaba que “Si no llego a otra cosa, al menos sabré lo que hay que dejar de lado” (p. 161). Pues bien, resulta que cerca del local en el que se desarrolló esta presentación sigue abierta una preciosa y coqueta exposición sobre Carmen Laforet, autora de una novela culminante de las letras españolas y que me he permitido hurtar su título para dejar aquí algunas reflexiones sobre el problema de fondo que tiene España con el nacionalismo: “Nada”.

Nada hay de malo en sentirse catalán y tomar pan con tomate como, por otra parte, hacen el resto de los españoles. Tampoco parece muy problemático, al hilo de esta tradición, considerar que esto constituye un hecho diferencial del catalán y que claro, el pan y el tomate que toman los catalanes está bendecido por algún ser mítico que confiere a su consumo un sentido diferente al que puede llegar a tener en Lorca, provincia de Murcia.

Nada hay de malo en organizar un aquelarre nacionalista-identitario comiendo calçots, producto con un notorio ADN catalán, por mucho que en Consuegra (Toledo) tengan o tuvieran una fiesta de la cebolleta en la que los españoles del sur se entregan al placer de comer cebolletas. El idioma al servicio de la causa, porque, claro, cebolleta suena como algo común, mientras que “calçot” parece ser un rasgo no solamente de evidente distinción lingüística, sino también étnica, de comunidad.

Traigo a colación estos dos simples y burdos ejemplos; dos hechos que algún avisado y avezado lector puede considerar primarios y carentes de sentido para plantear un problema como el de la disolución del marco de convivencia de los españoles. Pero es justo en los espacios del común, en la construcción del cotidiano de las personas dónde más fuerte se hacen los sentimientos del “círculo” y los que están fuera o dentro y, por ello, la comida aparece como un factor “inocente” de distinción nacional y si es bautizado en otro idioma, mejor.

El colapso de la idea de España y la falacia, irrenunciable para algunos, de la existencia de un nacionalismo español – indiscutiblemente negativo – se basan, entre otros argumentos, en la imposibilidad de alcanzar el paraíso de los nacionalismos excluyentes. Este se constituye como un lugar mítico, recóndito e imaginado, pues únicamente está habitado por sus pulsiones mágicas de pubertad y una adolescencia mal entendida. Se trata de un modus vivendi en el que se usa el pesimismo derivado de la “invasión” española junto con la construcción del mito de que catalanes, gallegos, astures, cántabros, canarios o valencianos entre otros, tuvieron, en algún momento del pasado, una sociedad libre y que todos ellos constituyen un pueblo de personas que “nacieron en libertad”.

Para que esta realidad funcione, opere y domine el día a día de las personas, resulta fundamental suministrar a la comunidad “nacional” de un lenguaje que justifique la necesidad de conquista del paraíso y permita identificar sentimientos con la necesaria acción de algunos; de tal forma que los separatistas se denominan “independentistas”; los golpistas “luchadores” y los huidos, héroes que retornarán al Edén, cuando quede liberado de las bestias. Ese “estado natural”, en el que viven los nacionalismos, constituye un atentado contra todos nosotros, contra los no nacionalistas.

El compromiso que se debe adoptar es el de abandonar toda justificación del cotidiano como una muestra de singularidad territorial. Frente a los que creen que una vez obtenida la fractura de la nación y alcanzado el paraíso prometido, gozarán de su pan con tomate en “verdadera” libertad, se equivocan. Como evidencian los acontecimientos actuales que se viven en Europa con la invasión “nacional” rusa de Ucrania, es inadmisible que, en una democracia adulta, se permita, como ocurre en España, el uso indiscriminado del término libertad para justificar una “tiranía” que quiere dividir, fragmentar, eliminar las instituciones y finalmente, alcanzar el cielo.

Para ello, se presenta como algo superado nuestra democracia e instituciones y se promete, gracias a una “estudiada” impostura de disidencia disolvente, un nuevo modelo en el que partidos a la izquierda del PSOE y los separatistas -mal llamados nacionalistas – se alzan como garantes de una supuesta y cínica disidencia cívica, que pretende regenerar las instituciones. Es un clásico de una supuesta mentalidad revolucionaria.

Por lo expresado hasta aquí y como NADA hay de perverso en legitimarse mediante la verdad, resulta un imperativo moral que compete a todos los ciudadanos libres e iguales que, ante las circunstancias que se viven hoy y las amenazas a la convivencia que plantean las estrategias omnívoras de los diferentes nacionalismos y fuerzas disolventes que, implícita o explícitamente, están involucradas en la quiebra del orden institucional, volvamos la vista hacia la razón, la pedagogía de la verdad.  Se trata de un proceso que exige desenmascarar, entre otros, a los diputados de los partidos separatistas vascos y catalanes que hoy, y por la unívoca voluntad del señor Sánchez, aparecen como ennoblecidos actores secundarios puesto que, como afirmaba hace poco Diego Garrocho en ABC (02/05/2022), “lo importante[…] no es si algo es de izquierdas o de derechas, sino si es bueno para los hombres” y resulta meridianamente evidente que el NACIONALISMO no es NADA bueno para los hombres, ni la democracia.

La nada es lo contrario de algo. Muchas veces, desde el pensamiento clásico, se presentaba a la nada como la negación del ser. Aristóteles,  San Agustín o Kant, abordaron desde diferentes perspectivas este asunto de la nada, pero concluyamos con los padres de la mal llamada teología negativa y recordemos, resumiendo en exceso su pensamiento, cuando autores como el Maestro Eckhart o el místico y receptor de este, el luterano, Jakob Böhme, afirmaban que la Nada era la negación de toda forma conocida del ser. El nacionalismo convierte al ciudadano en NADA, al constituirlo como únicamente como parte del todo que es la NACIÓN, “sucada” EN EL PAN AMB TUMACA.

José Antonio Guillén Berrendero

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TV3, el tamborilero del Bruc del procés

Sergio Fidalgo relata en el libro 'TV3, el tamborilero del Bruc del procés' como a los sones del 'tambor' de la tele de la Generalitat muchos catalanes hacen piña alrededor de los líderes separatistas y compran todo su argumentario. Jordi Cañas, Regina Farré, Joan Ferran, Teresa Freixes, Joan López Alegre, Ferran Monegal, Julia Moreno, David Pérez, Xavier Rius y Daniel Sirera dan su visión sobre un medio que debería ser un servicio público, pero que se ha convertido en una herramienta de propaganda que ignora a más de la mitad de Cataluña. En este enlace de Amazon pueden comprar el libro.

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