En los últimos meses, la figura de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, se ha consolidado como una de las más influyentes en el tablero europeo. Con una estrategia diplomática clara, firmeza en la defensa de los intereses nacionales y capacidad para tejer alianzas pragmáticas, Italia está logrando recuperar un protagonismo que había perdido en las últimas décadas. Meloni, lejos de la caricatura que intentaron imponer algunos medios internacionales, se ha revelado como una líder capaz de dialogar con todos y de situar a Roma en el centro de las grandes decisiones de la Unión Europea y el G7.
Mientras tanto, el Gobierno de Pedro Sánchez atraviesa una crisis de credibilidad internacional que no deja de agravarse. La política exterior española se percibe errática, sin rumbo y sometida a los vaivenes de sus socios parlamentarios más radicales. El seguidismo hacia partidos como Sumar, Bildu, ERC o Junts está debilitando la imagen de España como socio fiable, y los principales aliados europeos y atlánticos observan con creciente desconfianza la deriva de La Moncloa.
El contraste entre Roma y Madrid es cada vez más evidente. Mientras Meloni consigue que Italia sea considerada un interlocutor clave en los asuntos migratorios, energéticos y de seguridad internacional, España queda relegada a un papel secundario, incapaz de proyectar influencia real. La diferencia radica en la claridad de objetivos: Italia marca posiciones firmes en Bruselas y Washington, mientras que el Gobierno de Sánchez se pierde en debates internos para contentar a sus socios de investidura.
Giorgia Meloni ha sabido tender puentes tanto con líderes conservadores como progresistas, situándose como una figura pragmática en la gestión de los intereses europeos. Su liderazgo en asuntos como la defensa de la frontera sur europea o la apuesta por la independencia energética la han convertido en una referente escuchada en foros internacionales. España, en cambio, ve cómo sus propuestas quedan desdibujadas, sin capacidad para generar consensos o atraer apoyos.
La percepción internacional no engaña. Italia es hoy un socio respetado, con peso en las negociaciones y voz en los grandes asuntos globales, mientras que España empieza a ser vista como un paria diplomático, demasiado centrado en sus conflictos internos y poco fiable en el escenario global. Las concesiones de Sánchez a sus aliados independentistas o a la izquierda radical al tener una actitud ambigua hacia los efectos de la política terrorista de Hamas o dictaduras como la de Venezuela han dejado la política exterior española sin una estrategia reconocible. Sin olvidar la repentina ‘amistad’ del PSC y el PSOE con la dictadura china.
No es casualidad que Meloni se haya convertido en una de las líderes más seguidas en la escena internacional. Ha demostrado que, con firmeza y claridad, un país puede recuperar su influencia en el mundo. Italia, que durante años fue considerada un socio débil en la UE, ha pasado a ser un actor imprescindible. España, por el contrario, corre el riesgo de quedarse aislada justo en un momento de gran inestabilidad global.
Los empresarios, los inversores y los socios estratégicos miran hoy hacia Italia con confianza, mientras que la incertidumbre política y la falta de rumbo en España generan dudas sobre su fiabilidad a largo plazo. La distancia entre ambos modelos se amplía: el liderazgo sólido de Meloni frente a la dependencia constante de Sánchez respecto a partidos que anteponen sus intereses particulares al interés general.
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